Diario de León

CULTURA

Cuando Azorín ‘castellanizó’ León

Este mes se cumplen 50 años de la muerte del escritor que dedicó muchas páginas de sus libros y artículos a la capital leonesa

Retrato de Azorin realizado por Ignacio Zuloaga, con su castillo de Pedraza al fondo. ARCHIVO

Retrato de Azorin realizado por Ignacio Zuloaga, con su castillo de Pedraza al fondo. ARCHIVO

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verónica viñas | león

El hombre del paraguas rojo. Así se conocía al gélido periodista y escritor que partiendo del anarquismo acabó siendo un intelectual del régimen franquista. Este mes se cumplen 50 de la muerte del autor que puso nombre a la Generación del 98 y mantuvo una larga relación con un León que para él era Castilla. La RAE, en la que consiguió —no sin polémica— sentarse en el sillón ‘P’ ha preparado una lista de actos. «Todo es severo en esta tierra; el panorama y los hombres», escribe Azorín de León.

Cuando Federico García Lorca visita León con su grupo de teatro La Barraca en agosto de 1933, Francisco Pérez Herrero, el mécanico dentista y poeta que engrandeció la leyenda de Genarín, le hizo una entrevista en la que le preguntó por el autor de Las confesiones de un pequeño filósofo. «No me hables de Azorín, que merecería la horca por voluble», le espetó el poeta granadino. «Y como cantor de Castilla es pobre, muy pobre. Viniendo ayer por Tierra de Campos me convencí de que toda la prosa de Azorín no encierra un puñado de esta tierra única. ¡Qué gran diferencia entre la Castilla de Azorín y la de Machado y Unamuno!», confiesa Lorca al entrevistador.

Azorín, al evocar León, siempre recuerda que es la patria de Don Rodrigo de Peñadura. En 1823 se había publicado en Marsella un ‘Quijote a la leonesa’ titulado La historia del valeroso caballero Don Rodrigo de Peñadura, obra del enigmático Luis Arias de León. Los dos protagonistas, el citado Don Rodrigo y su escudero Roque Zambullo, parten de León hacia Astorga. Se trata de una obra que ridiculiza las teorías liberales del momento, al igual que el Quijote es una crítica a las novelas de caballería.

Espiado por Franco

Si Lorca pide de forma figurada la horca para Azorín, hubo quien reclamó su muerte sin paliativos. José Augusto Trinidad Martínez Ruiz, nombre completo de Azorín, fue espiado por orden de Franco. Las suspicacias del Gobierno hacia los intelectuales tras la Guerra Civil llevan a la temida Dirección

General de Seguridad (la DGS) a encomendar a varios agentes el seguimiento de algunas personalidades ‘sospechosas’. Azorín no se libra. Todo lo contrario. Uno de los informes, fechado en 1943, recomienda «la eliminación física del escritor. ¿Hasta cuándo se va a permitir que actúe en periodismo y política? Apartándole definitivamente ganaría mucho la patria, el periodismo e, incluso, la literatura». El anónimo delator justifica la ‘peligrosidad’ de Azorín en los ataques que según él vería contra Franco desde las páginas de ABC, donde había publicado un artículo sobre un personaje imaginario llamado Silverio Lanza, que, según la DGS, podría estar inspirado en el dictador.

Zuloaga, que retrató a varios de los integrantes de la Generación del 98, inmortalizó a Azorín con el libro Pensando en España en la mano derecha, lo cual no parece una casualidad, como tampoco lo es que al fondo se vea el castillo de Pedraza, propiedad del citado pintor.

En Horas en León un Azorín absorto que camina «por la vieja plazuela del Conde» se topa con una carta traída, por el viento, de sor Gabriela de la Purificación, abadesa de las concepcionistas. Azorín se pregunta: «¿Qué patio sosegado, con laureles y rígidos cipreses, se verá desde las ventanas de su celda?».

«León es una ciudad vetusta y gloriosa», escribió en ABC en 1905. Lo curioso es que no hay constancia de las fechas en las que el escritor alicantino visitó León, aunque sí de un viaje a Asturias ese mismo año, en el que tal vez paró en la capital leonesa. Azorín asevera que «en León no hay grandes monumentos que enamoren al viajero, ni nada especialmente distintivo. Si se exceptúa la catedral, nada hay aquí que no encontremos en cualquier diminuto arcaico pueblo de las Castillas». ¿Estuvo realmente Azorín en León? ¿No vio San Marcos, San Isidoro o las murallas? Sin embargo, en algunos escritos cita hasta nombres de calles: «las Barillas, Revilla, Cardiles, la Plegaria y la del Conde Luna».

En La voluntad cita algunas catedrales, entre ellas la de León. En El escritor Antonio Quiroga viaja a León para someterse a «una cura de idioma», porque le atormenta el anhelo de encontrar la palabra justa.

«León, la ciudad que ha sido la primera en la nacionalidad española, la más querida», escribió también Azorín. El autor de Don Juan fue un apasionado lector de los leoneses Fray Gerundio de Campazas y el Padre Isla, «uno de mis prosistas favoritos», confiesa. En cambio, a Gil y Carrasco le considera un autor menor. El señor de Bembibre, según él, «no es más que una colección de paisajes».

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