CULTURA ■ TESOROS LEONESES
El baúl del Emperador
El coleccionista, investigador, propagador de los asuntos leoneses y hombre-fábula que es Pepín Muñiz acaba de hallar en el rastro una caja repleta de folletos y recuerdos del día en que abrió el Teatro Emperador, hoy clausurado, en venta y cada vez más deteriorado
e. gancedo | león
Cuando se accede a una de las viviendas-museo que Pepe Muñiz tiene repartidas por cuatro o cinco barrios de la ciudad, resulta difícil encontrar un lugar donde reposar la vista. Porque todo es un pandemónium de antigüedades, curiosidades, incunables, recuerdos y etnografías; eso sí, cuidadosamente colocados y dispuestos como para que en cualquier momento pase ante ellos una columna de turistas japoneses. Un enorme yunque, una deliciosa talla del XVII y el libro Antología de la novela corta erótica española de entreguerras, por poner tres ejemplos, conviven sin mayores problemas en domicilios que son como auténticos retablos barrocos. Infatigable olfateador de rarezas, hace pocas semanas adquiría en el rastro leonés una caja llena de programas de mano repartidos el día en que quedó inaugurado el Teatro Emperador, el 22 de septiembre de 1951. Un magnífico equipamiento que durante 55 años fue epicentro de la vida cultural y social capitalina.
«Andaba yo entonces con calcetines blancos y zapatos de charol, de la mano de la niñera», reflexiona Muñiz con motivo de aquel acontecimiento, y muestra unos folletos que reflejan las características técnicas y artísticas de un teatro majestuoso, puntero en su momento. «Fue construido en los solares que ocupaba la primitiva ‘fábrica de la luz’ y por encargo de la empresa Elde, propietaria de la mayoría de cines de la ciudad. Lo proyectaron los arquitectos Cárdenas y Sanz, y tenía un aforo total de 1.367 plazas», explica Muñiz, como recuerda también que en el Emperador —inaugurado con el espectáculo Sueños de Viena, de la compañía de Kaps y Johan— «pudieron verse las varietés de Zori, Santos y Codeso, Bobby Deglané, y conciertos de los más afamados pianistas. Luego, sucesivamente y lleno casi siempre el aforo, empezó a proyectar aquellos míticos filmes en color para niños y mayores, como Pinocho, Bambi, y películas del Oeste del tipo Los Inconquistables, protagonizada por Gary Cooper, la primera que exhibió el suntuoso teatro, a las que siguieron las Mogambo, Cantando bajo la lluvia, Duelo al sol... y así una sucesión ininterrumpida de espectáculos hasta su cierre en 2006».
Rememora Muñiz que en aquellas primeras épocas «podías ver las películas en el ‘gallinero’ al módico precio de dos pesetas» y lamenta que con el cierre forzoso del teatro «también desaparecieron para siempre los grandes murales pintados por Velasco para anunciar los filmes de estreno de la semana, y quien hizo del edificio su casa, o más bien su refugio».
Los folletos hallados en la vieja maleta comprada en el rastro de los domingos —y que contenían también programas de mano del Teatro Principal, hoy Consistorio de la plaza de San Marcelo— fueron impresos en la recordada Imprenta Casado y se deshacen en lógicos elogios del nuevo espacio cultural, fotografías y grabados incluidos. «León es ya una población importante, no sólo en lo estrictamente material o urbanístico, sino también en otros aspectos de la cultura, entre los que el teatro cuenta como factor no secundario», reza el texto, y prosigue: «El viejo Teatro Principal no podía ya cumplir los fines que demandaba la ciudad».
Ampliar la oferta cultural
Lo constata Muñiz, veterano activista de chamarilerías y tabernas: «En aquella época el teatro constituía un modo de distinción social: no bastaba el dinero, había que demostrar que se tenía. Cuando existían sólo dos teatros, el Principal, adosado al Ayuntamiento y engullido por su ampliación, y el Alfageme, levantado en la calle Ramón y Cajal y derruido para construir el gran caserón de vecindad que vemos hoy, era de buen tono tener un abono numerado para las sesiones, ya que el aforo se llenaba muy pronto». Así, la «exigencia» de ampliar la oferta cultural capitalina «fue el imperativo que movió, generosa y heroicamente, a la Empresa Leonesa de Espectáculos para concebir primero, y realizar después, esta magna obra que dota a León de un recinto digno de su categoría de gran ciudad», según puede leerse en un folleto que también explica el origen del nombre, en honor a la coronación imperial de Alfonso VII.
Y así, después de cinco décadas y media de teatro, cine, danza, conciertos y eventos de todo tipo —y la elevación del Auditorio Ciudad de León con parecidos objetivos a los que en su día animaron al Emperador—, fue considerado inviable por la empresa propietaria, cerrado en 2006 y, en catarata de acontecimientos impulsados por el clamor popular, comprado por el Ayuntamiento a cuenta de 4,4 millones de euros, y después por el Gobierno por 4,7 millones y con el compromiso de hacer de él Centro Nacional de Artes Escénicas y de las Músicas Históricas, compromiso jamás cumplido. En 2014 salió a subasta sin encontrar comprador.
«Recuperar el Teatro Emperador para espectáculos, escuela de artes escénicas, eventos culturales e incluso como cine otra vez, nos serviría para recordar aquellos otros teatros y cines como el Principal, el Alfageme, el Avenida, Crucero, Azul, Ventas, Lemy, Condado, Trianón... que tantos leoneses conocimos», evoca. Pero tampoco olvida cómo fue escenario, en las décadas de los sesenta y setenta, de los primeros concursos de bandas de rock n’roll, «llegadas de toda España y de fuera de España».
«Qué ilusión y recuerdos me han venido a la memoria, al encontrar olvidados en un maletín de cartón —de esos que le servía al soldado de armario durante la mili, o al obrero o al emigrante— más de un centenar de programas confeccionados expresamente para la inauguración del Teatro Emperador, como esperando que alguien los rescatara y los sacara a la luz para volver a recordar ese gran momento para la ciudad».
Pepe Muñiz también posee entre sus infinitos tesoros numerosos objetos e ingenios relacionados con el séptimo arte y el mundo del espectáculo, como pelucas, maniquíes y abundante atrezzo teatral y fotográfico, y sobre todo una impoluta linterna mágica y una bella máquina de proyecciones, ambas del siglo XIX, que en parte constituyeron los antecedentes del cinematógrafo. No sería imposible, al menos de momento, la creación de una especie de museo del cine de la ciudad en un ‘renacido’ Emperador.
Porque Muñiz confía en la resurrección de este teatro de porte y empaque clásico, con sus palcos, escaleras y terciopelos. «Quizás estas líneas sirvan para tocar el punto sensible de alguna autoridad y de una vez por todas se vuelva a dar vida al alma, que creo que la tiene, del Teatro Emperador, antes de que ya no haya remedio...» y termina con un pensamiento: «Si hay tanto movimiento estos días por salvar la plaza del Grano, sería injusto que no lo hubiera también por salvar el Emperador».