HISTORIETAS Y ESCRITORES
Morfina, alcohol y escribir, las drogas de Hans Fallada, en cómic
El dibujante Jakob Hinrichs refleja en viñetas las dos caras del autor de 'Solo en Berlín', la del escritor famoso y productivo y la del adicto, triste y depresivo
Un Hans Fallada (1893-1947) adicto a la morfina y muy bebido discutió un día de 1944 con su exmujer y le disparó sin llegar a herirla. Aquello le valió acabar encarcelado en una institución federal del Reich en Neustrelitz, donde el director le dio un paquete de folios para escribir. Así, en aquella celda con barrotes en la ventana, alumbró un diario secreto(publicado póstumamente como ‘En mi país desconocido’) en el que daba rienda suelta a su inquina contra los nazis, que le habían colocado en su punto de mira, y 'El bebedor', una novela protagonizada por un claro un álter ego, el comerciante Erwin Sommer, destruido por el alcoholismo.
El dibujante alemán Jakob Hinrichs (1977), que en primera instancia pensó en realizar una adaptación en viñetas de ese relato, tras leer la biografía del autor de ‘Solo en Berlín’, sus cartas y otras obras, vio claro que “el cómic debía aportar algo nuevo en lugar de ser solo un retrato objetivo”. Así que se basó en su “perspectiva, interpretación y percepción subjetiva” de Fallada y creó “un colaje” fusionando “el expresionismo del personaje de ficción” con la “humanidad” de su vida que tan bien desprenden sus misivas. Como la que envió a su hijo, “muy humilde y personal, llena de sinceridad y tristeza”, para explicarle ese episodio violento con su madre.
“En un lado está el escritor famoso y muy productivo y, en el otro, el hombre triste y casi depresivo, enganchado a las drogas y al alcohol, que a la vez quería ser un buen padre con sus hijos”, comenta Hinrichs, que presentó ‘El bebedor’ (Maeva) en el pasado Salón del Cómic de Barcelona, con el que conmemora los 70 años de la muerte del escritor alemán (la editorial también acaba de lanzar ‘Pesadilla’, su penúltima novela, de 1947).
PACTO SUICIDA
El autor también reconstruye en el cómic el descarnado relato de Fallada ‘Diario de un morfinómano’. “Habla de la vida de un yonqui en el Berlín de su época pero podría ser la de cualquier yonqui del Berlín de hoy. Cualquiera de los drogadictos que yo mismo veo de camino a mi estudio podría ser un Fallada”. Es este un nuevo reflejo de unas tendencias autodestructivas que ya venían de antes. “De joven hizo un pacto suicida con un amigo. Hicieron un duelo en el que debían morir los dos pero solo murió su amigo, él quedó malherido. Me pareció un trauma tan tremendo que podría explicar sus problemas posteriores de adicción”, considera el dibujante.
Hinrichs, quien ya llevó al cómic ‘Relato soñado’, de Arthur Schnitzler (Nórdica 2013) y recuerda cuánto le gustaba de niño leer a Mortadelo y Filemón (o mejor dicho, a “Clever & Smart”, como se llaman en alemán los personajes de Ibáñez), usa un “estilo surrealista basado en una paleta cromática limitada a cuatro colores” -negro, amarillo, azul y rojo-. “La saqué de unos tebeos antiguos de Roberto Alcázar y Pedrín, ya amarillentos, de los años 40 y 50, que compré en un mercadillo de Málaga”, comenta en un más que aceptable castellano, practicado en sus años de estudiante de Bellas Artes en Bilbao. De ahí surgen, por un lado “colores fuertes y enérgicos, amarillos, verdes..., para las viñetas basadas en la ficción y, por otro, los azules, más opacos y emocionales, de los pasajes más tristes y personales”.
PELIGRO NAZI
Ese contraste lo halló también Hinrichs cuando visitó la casa del autor de ‘Pequeño hombre, ¿y ahora qué?’ en Cartwitz. “Es un lugar idílico a dos horas de Berlín, con un lago y un jardín de manzanos, pero aquella atmósfera, donde vivió con sus hijos, no le ayudaba creativamente. En cambio, a 30 kilómetros está la cárcel donde estuvo, un sitio terrible, donde no podía beber ni drogarse, y allí no dejó de producir. Creo que, para él, escribir era también una adicción”.
El dibujante, que trabaja para medios como ‘The Guardian’, ‘The New York Times’ o ‘The Washington Post’, apunta además cómo Fallada sabía el peligro que corría al escribir en su diario en la cárcel contra el nazismo. “Supo cómo su buen amigo el ilustrador E.O. Plauense suicidó en prisión tras ser denunciado por un vecino a los nazis y detenido por sus declaraciones derrotistas contra el Führer. Sabía que él la fama tampoco le salvaría”. Tuvo suerte, en vez de en Neustrelitz, pudo acabar en el hospital mental de Berburg, que el Reich usó como centro de exterminio por la vía de la eutanasia.