Diario de León
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rafael saravia
León

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Vivimos en el Siglo XXI. Somos potencia mundial en lo que armamento se refiere —qué orgullo el nuestro, sí señores—, en potencial eléctrico de energías renovables —pese al esfuerzo estatal y privado que se genera por impedir el autoconsumo—, y también en conservar un patrimonio histórico envidiablemente mal —puedo remitirme a la Plaza del Grano en nuestro querido León—.

Sin embargo, en cuanto a evolución social, seguimos con vestigios arcaicos y medievalescos como el santo indulto que las instituciones jurídico-políticas mantienen en vigor.

Es impresionante saber que a estas alturas del siglo XXI, los indultos legales los tenga que otorgar una figura majestuosa como lo es el Rey. A petición del ministro de justicia el rey otorga y el pueblo aplaude su magnificencia con vítores y láureos mensajes de agradecimiento. Suena a película peo no lo es. Tenemos unas leyes así de modernas.

En una España aconfesional, todavía nos encontramos que lo católico ejerce un símbolo de justicia que se supedita a cualquier otra religión y que nos coloca casi a la altura de los grandes estados pontificios que desde el siglo VIII hasta el XVIII gobernaron con fe y sangre cualquier pensamiento libre.

Tenemos en nuestro siglo XXI que ver que el perdón, el indulto legal que las instituciones del estado han de tutelar, se asocia inexorablemente a entidades de la iglesia como la Cofradía del Santo Cristo del Perdón, de León; Hermandad de Jesús del Perdón de Salamanca, la Archicofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno Cristo de Medinaceli, de Madrid, la Hermandad de Jesús Cautivo, de Oviedo, la Hermandad de Jesús Nazareno, de Ponferrada; la Hermandad de la Santísima Trinidad y Santísimo Cristo de las Cinco Llagas, de Sevilla y la Cofradía de Nuestra Señora de la Piedad y del Santo Sepulcro, de Zaragoza, por ejemplo.

Nada tengo en contra de esta buena gente que solicita una tradición cultural y responsable de su pasado glorioso. Todo tengo en contra que el estado aconfesional siga permitiéndolo y sea a través de un reglamento rancio, con una ley que data del 1870 y que apenas se ha reformado en 1988 —desde entonces hasta hoy nada—.

Hemos visto cómo los gobiernos utilizan este «real» salvoconducto para librar a los suyos de manera vergonzosa. Tenemos en la retina los indultos al golpista Alfonso Armada, a los dirigentes chapuceros del GAL como José Barrionuevo y Rafael Vera, al número dos del Banco Santander Alfredo Sáenz Abad y un largo etcétera.

En el año 2000, por ser año jubileo, se indultaron masivamente a 1.300 presos. El motivo fue ese, no otro. Por ser año jubileo y cambio de siglo. Así está la justicia santiguada.

Yo creo en el indulto. Creo en la necesidad de revisar las penas que en su día dictaron hombres de carne y hueso como nosotros.

Pero se me atraviesa en la decencia democrática que todavía la iglesia y la monarquía tengan que estar por medio de un derecho fundamental de las sociedades libres, modernas y democráticas.

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