LA ENTREVISTA
«Mis mayores terrores son la desmemoria y el olvido»
LUIS MIGUEL RABANAL | POETA
verónica viñas | león
El poeta leonés Luis Miguel Rabanal publica mañana Los poemas de Horacio H. Cluck (Huerga & Fierro Editores), uno de sus libros «más bellos, sensatos, apetecibles y beatos (en el peor sentido del término)...», según Andrés Suárez, autor del prólogo.
—¿Desde el dolor brota la poesía más sincera?
—Para nada pienso que la poesía sincera esté obligada a tener como eje argumental, digamos, el dolor. Y aún más, dudo mucho que haya alguna clase o subclase de poesía sincera, ya sea hablando de dolor o de las gaitas destempladas de don Mariano. A ver, intuyo en la poesía otras formas de escritura, no necesariamente ceñidas a lo real de la sinceridad como exponente de la inmediatez nefasta. En el libro hay dos versos que vienen a expresar lo que intentaba explicar antes: la poesía te rodea las manos, la amiga que sangra.
—Horacio Estanislao Cluck era parte esencial de ‘Elogio del proxeneta’ y ahora da título a su nuevo poemario, ¿no le está dando demasiadas licencias?
—Así es, y el tunante del prologuista no lo dejó lo suficientemente claro en su texto preliminar. Diremos que por aquel tiempo, 1996 y 1997, el tal Horacio era bastante majo, tenía predilección por mis americanas y caminaba con los mismos problemas que yo. También para llevarse el Ducados a los labios hacia números idénticos. Es cierto que sus aficiones de última hora no se parecían lo más mínimo a las mías, y por si fuera poco escribía algunos poemas que vaya por dios. Creo que es un buen momento ahora para darle ánimos y que comience a redimirse.
—¿Cuál es su compromiso poético?
—Si por compromiso entendemos el conflicto que se me plantea a diario a la hora de mantener en vilo la creación al margen de la discapacidad apuntaré que cada día es más difícil conciliar ese equilibrio entre lo que ocurre y lo que dejo a un lado del poema. Sea como fuere siempre he escrito lo que me ha dado la gana, como me ha dado la gana y cuando me ha dado la gana. No van a ser momentos estos para practicar cambios drásticos en la cosa esta literaria.
—¿Por qué los escritores leoneses necesitan reinventar este territorio; usted, por ejemplo, con Olleir?
—Desconozco los motivos que han podido llevar a otros colegas a tramar un territorio vagamente próximo, o no tanto, vagamente real, o no tanto, en su literatura. Olleir tomó forma por primera vez un buen día en el que estaba lejos de Riello. Las distancias y el saber, digo yo, que a estas alturas de la historia el regreso, por unas u otras causas más o menos variopintas, me es negado con rotundidad.
—‘Los poemas de Horacio E. Cluck’ demuestran que ‘Este cuento ‘no’ se ha acabado’?
—El libro que nos ocupa es uno de los dos proyectos que quedaron a medias, en 2012, al decidir hacerle caso a Antonio Gamoneda y ponerme, ponernos Alberto y yo, a reunir mi poesía publicada. De todas las maneras es verdad que ‘aquel’ cuento azul lo doy por terminado. Lo que viene ahora y lo que pueda venir más tarde no dejará de ser otra circunstancia diferente.
—¿Le molesta que te consideren discípulo de Gamoneda?
—Ni me molesta ni me deja de molestar porque no me considero discípulo de Antonio ni de nadie. Mi cariño por Gamoneda data de mucho tiempo atrás y su poesía siempre me dejó un tanto estremecido. Hace 40 años compraba en Pastor aquel volumen de la colección Provincia, Descripción de la mentira, y antes de leerlo, ya en la mano, me quemaba para después irse convirtiendo en piedra ardiente siempre que lo abría para asombrarme una y otra vez. Pero no, no hay discípulo que valga.
—Tras ‘Elogio del proxeneta’, ‘Casicuentos para abrazar a un niño que bosteza’ y ‘La verdadera historia de Montserrat C.’, ¿tiene pensadas más incursiones en narrativa?
—No, para nada. Con la Montse dije un adiós casi airado a la narrativa o a algo que lejanamente se le parecía. Y en absoluto me arrepiento. Además, dejar constancia, refiriéndome a este último libro de relatos, que algunos se han empeñado, algunos voceros de la corrección política y de la moralidad, en negarle a mi obra narrativa prácticamente el saludo. Y hacen bien, qué coño.
—La poesía sólo tiene un tema (la muerte), dijo Gamoneda. También su obra está tejida alrededor de ella...
—La muerte en mi poesía, sobremanera en la escrita en la recta final de los 90 y en años posteriores, asoma de una manera bastante habitual. En mi vida privada lo normal es que no me lleve mal con ella precisamente, convivimos su cercanía ella y yo como dos buenos camaradas y en la madrugada, cuando despierto y me aburro más de la cuenta, compartimos cinco o seis secretos.
—¿Le interesa más el poder curativo de la palabra o más como arma poderosa?
—No sé yo cómo podría armar mi poesía de tal modo que funcionase “contra” algo o alguien. Creo sinceramente que para eso existen recursos más afines, La Razón o El País, por poner dos ejemplos para reírse a gusto. Me quedo con el poder vagamente curativo de esa palabra a la que aludes en tu pregunta. Añadir si acaso, aunque seguro que no viene a cuento y que ya lo dejé escrito en algún rincón de los papeles, que mis mayores terrores son la desmemoria y el olvido.
—¿A quién le daría el Cervantes?
—A Musina, sin dudarlo lo más mínimo. (Musina es su gata).
—¿Cuál es tu poeta ‘maldito’?
—No sé si bendito o maldito, lo único que sé es que el único poeta al que admiré enormemente fue a Arthur Rimbaud, Arturín para los amigos. Y aún lo admiro los pocos días que llevan erre, que conste.
—¿Cuál es su hora mágica para escribir?
—Desde julio del año pasado la vida se me ha torcido bastante más de como ya la tenía previamente de torcida y en la hora y media, aproximada, que paso delante del ordenador a mediodía es cuando no me queda más remedio que escribir, amén de otras actividades extraescolares. Es posible que no haya hora mágica, tal vez hace años sí que la hubo, no sé. De hecho en León recuerdo haber escrito en cualquier lugar y en cualquier momento, más tarde en Riello buscaba la tranquilidad de las mañanas en la galería de casa, pues de tarde llegaba Tina con Gelete en la radio y no había manera de prestar atención al folio. Al llegar a Avilés todo cambió, tuve que indagar, y encontrar, mi lugar y mis horas. Aunque estar con ellos, María Jesús y Luis Miguel, era algo muy parecido a la felicidad y lo demás no importaba tanto.
—¿A las musas se las convoca sólo trabajando?
—A las musas no hay quién las entienda, al menos yo no tengo mucho trato con ellas en los últimos años. Para mí que no les caigo excesivamente bien.
—Decía Cernuda: «¡Qué pocos hombres que admirar te quedan!» ¿Le sucede también?
—Corrijo a Luis Cernuda manifestando que aún quedan muchas mujeres que admirar, por suerte. En esta casa hay una, como persona y como poeta, y su nuevo libro recién publicado en Sevilla, De Ciudad Blonde, lo atestigua. Del todo admirable esta señora.
—¿Este país necesita más poesía?
—Parece ser que en los últimos años se ha puesto de moda escribir poesía y vender poesía, escribir cierta poesía y vender cierta poesía habría que aclarar. Pero no me parece mal, todo lo que sea poesía en vez de corrupción y mirar a otro lado y yo no he sido y tú más, cualquier cosa antes que eso, así que bienvenida sea, la escriba quien la escriba y la publique quien la publique. Jóvenes poetas los ha habido siempre y denostados lo indispensable por los poetas mayores por si las moscas. Da igual. Poesía, ese oscuro mecanismo que nos acerca al corazón lejano y torturado de los otros.
—Dice el poeta chileno Raúl Zurita que «todo poema, toda poesía, son pequeñas islas en el océano infinito del silencio»... ¿está de acuerdo?
—También dice San Pedro de Oterico, sin menospreciar al señor Zurita, algo así como que la cornucopia y las sinrazones de la facundia no tienen parangón alguno con la maternidad de las mentiras y el parlamento o perorata de los que no quieren atender.
—Sostiene Andrés González en el prólogo de ‘Los poemas de Horacio E. Cluck’ que usted ha escrito uno de sus libros «más bellos, sensatos, apetecibles y beatos (en el peor sentido del término)...»
—Él sabrá por qué da tal aserto por sentado, así que ahora le tocará al posible lector solventar si es cierto o no lo «apetecible» de los poemas del Horacio ese. En cuanto a esa beatitud de la que habla el profesor González no diría yo tanto, no.