LITERATURA
Antonio Ortuño: la épica de lo insignificante
Los sinsabores de un personaje orgullosamente vencido, en 'La vaga ambición'
Si hasta el momento Antonio Ortuño (Zapopan, Jalisco, México, 1976) se había ocupado de las diversas manifestaciones de lo político, lo social y lo cultural ahora, en 'La vaga ambición' muestra un giro singular en su escritura para convertir un libro de cuentos en una poética literaria de lo cotidiano, una suerte de épica de lo insignificante que asola a Arturo Murray, un personaje que va de aquí para allá y de allá para aquí, intentado sobrellevar y sobrevivir a su propio tiempo siendo escritor: “Escribir era la vaga ambición de guerrear contra mil enemigos y salir vivo”. Y, no obstante, hay un aire de familia, queda el estilo inconfundible de Ortuño que ya aparecía en 'La señora Rojo': una aparente facilidad idiomática, un humor cruel convertido en sátira que muda el cuento en el párrafo final y un escritura contundente: “Los muertos iluminan la ruta de los vivos. Por eso leemos: para que inflame una antorcha. Bajo su luz escribimos”.
Excepto uno de los cuentos -'Provocación repugnante', que relata el encuentro entre Walter Benjamin y Mijaíl Bulgákov-, el resto relatan los sinsabores íntimos, conyugales y literarios de un personaje vencido por las circunstancias familiares y sociales pero izando orgulloso la bandera de la derrota. Un escritor que es capaz de ofrecer en sus clases de escritura creativa el último aliento del escritor vencido: “La mentira y la usurpación, si son sugestivas, si son hermosas y nos engañan, nos ponen llanto a los ojos y música a la garganta. Escribir es intentar el engaño […] Escribir es inventar quiénes somos y por qué estamos en este campo sucio, con una espada en la mano y una cota de malla que parece camisa de hockey, y es encontrar en una mentira absoluta las razones para embestir a la estampida de locos que corren hacia nosotros”
La amargura, la venganza, el tratamiento irónico de la realidad, el orgullo por ser escritor y publicar, el ridículo continuado ante la hoguera de las vanidades de un mundo literario ahíto de imbéciles y creídos. La circularidad de unos cuentos que son el principio y el final de una sola historia con aires de novela, la de un escritor que es capaz de esputar: “No vinimos aquí a redactar, damas y caballeros, bestias y diablos: vinimos a cortar gargantas”. Todo cabe en un libro que hace honor a los ganadores de años anteriores del Premio Ribera del Duero.