Diario de León
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rafael saravia
León

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Lo atroz como presencia inminente en nuestro planeta. Desde el símbolo del mono golpeando con una tibia otros huesos de su especie magistralmente retratado por Stanley Kubrick en 2001 Odisea en el espacio no hemos sido capaces de remediar cierto instinto natural a la destrucción a pesar del constructo moral que nos ha llevado a convertirnos en la especie dominante del planeta.

Todo ello lo traigo a colación en estos días de dolencia y estrago, donde otro símbolo, la Europa que figura como paradigma de la bondad, el buen hacer y la conciencia de la evolución social para la mejor convivencia de los pueblos, se siente y ha sido golpeada de nuevo por los fanáticos de la religión. No es nuevo; la religión católica lo ha hecho durante muchísimo tiempo y gobiernos, naciones e imperios han asesinado y ejecutado a millones de personas en nombre de la cruz.

Ahora unos cuantos desalmados han utilizado de manera vil otra religión para lo mismo, para perpetrar terror y caos en pro de una sociedad subyugada a una doctrina esclavizadota y cruel. Poco que ver con ciertas enseñanzas del Islam... pero ya saben ustedes, las escrituras, santas o no, son siempre muy interpretables y acomodables al gusto de cada inquisidor. El catolicismo predica la ayuda al prójimo y el bien común pero también supuso la inquisición y las torturas en su nombre. En el Islam pasa lo mismo, dependiendo de quien quiera ser la voz de dios así se ejecutará su palabra. Peligrosas todas las religiones que cercenan derechos y vidas.

Con este desolador atentado ocurrido en Barcelona han vuelto los «ismos» a levantarse. Hace unos días unos neonazis atacaron una mezquita en Granada y Sevilla y muchísimas son las voces de personas «normales» que promulgan de manera banal represalias en contra de los árabes —sean o no musulmanes— de nuestro país. Da igual que muchos argumentemos que locos y fanáticos no representan a colectivos más grandes, que Donald Trump no representa a todos los rubios, que el terrorista siempre se apropia de lo ajeno —ideologías, vidas, religiones, etc.— sin vergüenza ni piedad.

A todas estas argumentaciones con más solidez que la que corre en forma de bulos —han llegado a decir que por ser «moro» un matrimonio con tres hijos cobra del estado español siempre un mínimo de 2600 euros al mes— me responden los conocidos que sólo genero afirmaciones «buenistas». Que ojalá me ocurriera a mí, que los españoles son una cosa y los «otros» son otra.

Pues bien, apelo desde hoy al «buenismo» como forma de conciencia a defender. Pese a no estar en la Real Academia creo que esa opción que tachan de ingenua e izquierdista, donde se defiende un sistema de ayudas sociales para los colectivos (sean de la nacionalidad que sean) más desfavorecidos, es la manera de preservar los principios de solidaridad e igualdad entre humanos de una misma sociedad. Comprendo y entiendo la concepción de lo humano que tienen Cioran, Celine, Sartre o Albert Camus.

Y tal vez por eso, por esa esperanza inacabable, cada día creo más en el trabajo del buenismo.

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