Diario de León

Un castillo en lo alto de la Cepeda

¿Quién es capaz de elevar un castillo medieval con sus fosos, pasadizos, torres, artesonados y hasta una iglesia en su interior, en pleno siglo XXI? Lo hizo un empresario leonés emigrado a Barcelona, Benjamín Rojo, en su pueblo natal de San Feliz de las Lavanderas. Una obra descomunal que vio casi culminada poco antes de morir, hace sólo seis meses

La iglesia del castillo acogió hace seis meses el funeral por el alma del empresario cepedano. JESÚS F. SALVADORES

La iglesia del castillo acogió hace seis meses el funeral por el alma del empresario cepedano. JESÚS F. SALVADORES

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EMILIO GANCEDO | San Feliz de las Lavanderas
León

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Todo en este lugar es grande, ciclópeo, desmedido. Da igual el rincón en el que uno pose la vista: la sorpresa está asegurada. Es un castillo, una fortaleza o un palacio singularísimo porque no ha llegado al día de hoy como herencia de lejanos siglos, uno de tantos monumento leoneses desmochados, sino que se ha venido elevando por espacio de doce años y como fruto de un afán irresistible: el que movió a Benjamín Rojo Blanco, empresario cepedano que quiso alzar en su pueblo natal de San Feliz de las Lavanderas una construcción, mezcla de hogar y mausoleo, que resultara única.

Y único es este castillo con el que ya están familiarizados los vecinos de la alta Cepeda pero cuyos chapiteles y torreones llaman poderosamente la atención del visitante. Porque muy probablemente no ha habido en todo este tiempo ninguna otra obra privada de características ni tamaño similares. Paredes de enorme grosor hechas a base de bloques de piedra (no, no es revestimiento), mármoles, ladrillo macizo, pizarras y vidrieras cubren un no menos fastuoso interior de artesonados, escaleras monumentales y grandes estancias; deslumbra, por ejemplo, una kilométrica mesa que obviamente fue realizada dentro del propio comedor: de otro modo su instalación hubiera resultado imposible. «Era su ilusión, siempre estaba pensando en esto», dice uno de los dos hijos del industrial, David, quien abrió las puertas de este fortín contemporáneo a Diario de León. «Incluso cuando estaba ya muy enfermo nos iba diciendo lo que quería y dónde había que colocar tal o cuál cosa», añade. Y es que Benjamín Rojo Blanco vio su obra prácticamente terminada —sólo queda rematar algunos detalles— justo antes de morir víctima de un cáncer, hace unos seis meses y a la edad de 63 años. El funeral se ofició en la iglesia del castillo, consagrada para la ocasión (tiene altar, bancos y, sí, coro propio), y en la misma entrada han dispuesto sus herederos un retrato del empresario a modo de familiar homenaje.

«Tiene 19 habitaciones, cuatro de ellas dúplex, con sus 19 baños, todos diferentes, y dispuestas en tres pisos, aproximadamente unos 1.500 metros cuadrados en total», explica David Rojo al abrir por primera vez a la prensa las puertas de la mansión. «En un principio mi padre sólo pensaba hacer de esta casa su hogar, más tarde se planteó las posibilidades que tenía como negocio, y cambió algunas cosas, y al final volvió a su idea inicial», cuenta, y enseña las calles y plazas privadas que rodean la casa propiamente dicha, con rótulos alusivos a su tierra y a sus familiares («plaza del Reino de León», por ejemplo); el recinto más exterior, unido por pasarelas al núcleo de la construcción, con un gran salón con capacidad para más de 200 personas; y la gran explanada desde la que se obtiene una impresionante vista de la comarca: el gran pinar que se extiende delante, el puerto del Manzanal y la ciudad de Astorga a lo lejos. «Para ciertos espacios se inspiró en Gaudí y en el Parque Güell —indica su hijo—, como en el remate de la iglesia o en el patio central».

«Hacía traer todo tipo de materiales y objetos singulares, como grandes vigas, bloques de mármol, un olivo centenario, cuadros, muebles y cerámicas que rompía en pequeños fragmentos aquí mismo para formar esos dibujos del suelo. Tenía muchas, muchas ideas», añade, y no olvida el firme apoyo que el patriarca —emigrado a los 14 años a la Ciudad Condal, donde abrió negocios de hostelería— recibió siempre de su mujer para erigir este espectacular ‘palacio de San Félix’, como ostenta la entrada. ¿Y ahora? David Rojo se muestra prudente: «En realidad es un lugar idóneo para acoger congresos, reuniones de empresa y bodas, pero tenemos que pensarlo bien. Quizá comencemos abriéndolo para ese tipo de actos pero al principio de manera puntual», explica. La cocina industrial, las terrazas, las muchas habitaciones y la iglesia —todo ello una magna obra que, eso sí, tuvo que lidiar con la administración en ciertos momentos delicados, aunque siempre salió airosa—, lo harían muy factible. En cuanto al coste, David Rojo sonríe. «Sencillamente, incalculable».

De momento, las que corretean por estos escenarios, vastos patios de recreo, son las nietas del empresario, las hijas de David Rojo. «¿Esto es un palacio?», le preguntamos a una de ellas. «No, no es un palacio, es el castillo de yayito», responde muy seria.

Monumental escalera y vista de los artesonados. JESÚS F. SALVADORES

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