MINORÍAS ABSOLUTAS
Irma
Irma no es el problema. Irma es la consecuencia. En estos días la catástrofe se ha apoderado de los medios porque el intocable imperio estadounidense no puede contrarrestar un ataque que le supera en expectativas. La costa de Florida ha sido anegada por este huracán de categoría 5 y que ya lleva varias decenas de muertos como saldo humano.
Los costes económicos y materiales son incontables. Cuba ha sido destrozada, el Rey Guillermo de Holanda, a su paso por San Martín (isla del Caribe que ha quedado destruida en un 95%) dice que jamás había visto nada igual, ni en muchas guerras. Otras islas como las Islas vírgenes británicas también han sido devastadas.
La naturaleza no entiende de flequillos rubios y egos sobredimensionados. El presidente de los Estados Unidos que no hace tanto retiró a la primera potencia mundial del acuerdo de París sobre Cambio Climático, ha de vivir la sinrazón que su país sufre. No es su culpa, no sólo. Esto es ni más ni menos culpa de todos los que ejercemos un capitalismo voraz en favor del consumo descontrolado.
Pero sin duda queda demostrado, con Irma, con Harvey —más de cien mil millones de dólares en daños—, con José, con Katia (todos ellos mínimo han llegado a categoría 4), el cambio climático es una realidad más seria de lo que parece. Nos damos cuenta cuando la furia se desahoga con las naciones del primer mundo —las inundaciones que están viviendo en Asia con miles de muertos no llegan de la misma forma—, y son ya demasiados los desplazados, los muertos y los daños materiales como para que incluso a culturas del desastre ecológico como lo es la nuestra empecemos a entender que legislar en contra de la naturaleza es estúpido, va en contra de nuestra propia supervivencia e incluso es poco rentable —para el que sólo mire esta faceta en este año los desastres naturales llevan un coste mundial de billones (con B) de dólares—.
Nuestra naturaleza, deleznable, hace sin duda que merezcamos buena parte de lo que nos ocurre. «La sociedad no es una enfermedad, sino un desastre. Es un milagro estúpido que consigamos vivir en ella» decía Ciorán. Prueba de ello es lo atroz que supone nuestra conducta cuando compañías aéreas multiplican los billetes de avión por diez —billetes que costaban 400 dólares ahora cuestan 3.000— cuando la gente huye de las zonas que van a ser azotadas por el huracán Irma; donde por obra y gracia de la oferta y la demanda una botella de agua que cuesta 1 dólar pasa a costar casi 180, y donde el terror por el destrozo de miles de casas hace que las compañías de seguros hayan ganado millones de dólares por la especulación del pánico.
Todo esto no lo hace Irma. Todo esto lo hacemos nosotros con la agonía de los valores que nos sostienen como humanidad y, sobre todo, con la indiferencia que le mostramos a nuestro entorno. En España, en nuestro León, la sequía, los incendios, el impuesto del sol, hacen que sigamos una senda tan aberrante como la de Estados Unidos. Irma, sin duda, es la consecuencia de nuestra falta de conciencia ecológica.