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Publicado por
RAFAEL SARAVIA
León

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La moral, esa disciplina que se encarga de modelar y definir el bien y el mal, está más que nunca en ebullición. En verdad, es la sociedad la que elige los cánones morales que han de servir para un tiempo concreto de la historia, pero todos sabemos que las decisiones sociales no las toma en conjunto una mayoría, sino esas élites y sus intereses creados para configurar un patrón educativo, vivencial y sociocultural muy concreto, casi siempre vinculado a beneficios particulares ajenos a escrúpulo alguno.

Hace unas semanas la polémica llegó al arte por la petición —con miles de firmas cosechadas— de retirada de un cuadro del Metropolitan por su contenido provocativo y su carácter de incitación al abuso de menores. El cuadro en cuestión era una obra de Balthus titulada Teresa soñando, creada en 1938. En dicho cuadro se ve a una niña de 12 o 13 años sentada con la pierna levantada sobre la silla donde se ve su ropa interior —les sugiero que busquen la imagen—. Todo esto surge en este momento donde el destape de cientos de casos de abusos sexuales en el mundo del espectáculo han salido a la luz gracias a las denuncias valientes de muchas actrices para que se combata esta acción más que cotidiana de abuso de poder en los altos estamentos.

La cuestión crítica, y a la que estamos llegando, es que esta clase de fenómenos se desborden en parámetros y lugares donde no se interpela a la ley, sino a la moral. Y en un uso del humor, confundimos moral y ley rápidamente para construir valores de restricción muy peligrosos.

Hemos de comprender que cualquier pensamiento, incluso el más inmoral, no ha de ser siempre penado legalmente en una sociedad equilibrada. Los constructores de la moral son perversos, inquisidores y siempre, a lo largo de la historia, muy restrictivos en cuanto a su permeabilidad. Cuando se restringe vía penal cualquier forma de pensamiento, se abre la veda para poderlo hacer en cualquier dirección. Hoy se prohíbe la exposición de un cuadro por enseñar unas braguitas, mañana será un comentario impertinente en una red social, y pasado mañana el simple hecho de hablar de algo estará en la sala de los juzgados.

Afortunadamente, el Met no ha hecho caso y ha entendido que el arte tiene libertad para expresar las verdades —o falsedades— más perversas de la condición humana. Hace unos días Francia declaraba tesoro nacional la obra de Sade Los 120 días de Sodoma para que no saliese ese manuscrito del país, entendiendo que precisamente la libertad para exponer nuestras inmundicias nos hacen una sociedad más crítica para formarnos en lo que concebimos como tolerable o no.

Nuestra ley mordaza, la que encarcela a cantantes por decir algo, propio o impropio, nos sitúa en lugares harto peligrosos. Penar el odio es esclavizar el pensamiento libre. Tenemos derecho a odiar igual que tenemos derecho a amar –otra cosa es ejecutar con acciones ese odio-. La moral requiere tiempo e historia; todo cambio en este aspecto de un día para otro no hace sino que coartar el buen funcionamiento de las libertades sociales.