Diario de León

ROBERTO GONZÁLEZ-QUEVEDO ESCRITOR, FILÓLOGO Y PROFESOR

«Tengo un territorio que siempre me es fiel»

González-Quevedo. L. DE LA MATA

González-Quevedo. L. DE LA MATA

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e. gancedo | león

«Los qu’agora tais ail.lí,/ contáime, por favor,/ contáime cómo descienden/ de los montes altos los faloupos./ ¿Vienen soncemente,/ trayendo del cielu/ esi silenciu poderosu,/ el silenciu que tantas veces,/ pola mañana,/ conmovía la mia alma nueva/ cuando you yera namás un nenu?/ ¿O caen chenos de furia,/ horizontales,/ con bardina venganza/ ya dando anuncia de que los aires de Pesicia/ derrotarán el tiempu?».

Si se le pide a Roberto González-Quevedo (Palacios del Sil, 1953), que elija unos versos de su nuevo poemario, La nieve de Pesicia (Baxamar editores), escoge esos sin dudarlo. Y lo hace, dice el antropólogo, filósofo, lingüista y escritor, uno de los grandes puntales de la literatura en asturleonés, porque es un poema «de nostalgia, evidentemente, pero también de esperanza, de confiar en que todo puede mejorar. Hay que vencer el fatalismo y la sensación de derrota. Y en cuanto a la nieve, al sentirla siempre he percibido dos sensaciones opuestas. A veces cae blanda, suave, tranquila y amigable. Pero en otras ocasiones llega agresiva, fuerte y amenazante. En ambos casos, algo que merece la pena recordar».

—¿Por qué volver a Pesicia, por qué volver a ver la nieve que cae sobre este territorio mítico?

—Hay varias razones: querer alimentar la literatura en esta lengua minoritaria, comunicarme con quienes me siguen, cerrar un pequeño ciclo… Pero, si lo pienso con más calma, me doy cuenta de que son argumentos superficiales. En realidad hay motivos más profundos: dar forma al deseo de ser feliz con los versos o la emoción por acercarme a una fuente que siempre me es fiel. Un territorio olvidado y quizás en decadencia pero que encierra horizontes estéticos que para mí no comparte otra tierra. Por eso vuelvo a esta nieve. Ahora que este libro es ya un objeto un tanto extraño a mí, veo que más que una vuelta al pasado es querer explicarme el presente y lo que espero del futuro.

—La vida y la muerte, los paisajes del alma, el paso cíclico de las estaciones, las pasiones imborrables del ser humano... son algunos de sus temas recurrentes. ¿Qué asuntos destacaría de los abordados aquí?

—Sí, esos son los asuntos esenciales. Por ejemplo, recrearnos en lo que somos o qué significa la efervescecia de sensaciones y pensamientos que nos construyen. Me interesa la sombra en que se dibuja nuestra existencia, que es el límite de la nada, tan irremediable como irreal por el momento. Y, claro, todo ello sólo se manifiesta en el tiempo: en el pasado que nos permite revivir el presente y también en el futuro, gracias al cual merece la pena recordar. Y el tiempo lo veo en la hoja del tilo junto al que crecí o en la decadencia del hórreo que estaba a mi lado al nacer. Y el tiempo lo marca la nieve, ese sueño diurno que me permite espantar la tristeza y, sobre todo, mantener la esperanza. Un día llegará la nieve definitiva y todo será diferente.

—¿Se sigue sintiendo hijo de esta tierra o, de alguna manera, cada vez que vuelve a ella se nota un poco extranjero, como si todo hubiera cambiado demasiado?

—Sigo sintiéndome tan hijo de esa tierra como siempre, aunque lo bueno de la vida, lo mejor de vivir es que vas enriqueciéndote con otras filiaciones, con otros mundos, otras gentes y otras canciones. No me gusta el círculo vicioso, el bucle del agua estancada, que termina pudriéndose. Yo disfruto de mis nuevos mundos, que engrandecen mi universo primero. Una metáfora que no es mía: el pez sólo conoce el agua cuando sale de ella. Y eso me ocurre a mí, porque cada día se enriquece mi memoria. Cuando más siento lo mío es cuando me sumerjo en lo diferente. Cuando vuelvo a Pesicia, una tierra muy amplia que va del mar a la montaña cruzando múltiples valles, nunca me siento un extraño, sino todo lo contrario: me veo más cercano. Y pienso siempre: en realidad nada ha cambiado, el tiempo lo traerá todo otra vez.

—La huída de la tarde tras los montes, la canción del agua bajo el puente, el clamor de los que ya no están... ¿es que sólo mediante la poesía podemos entender este mundo rural, estas culturas entrañables que parece morirse sin remedio?

—Es muy difícil contestar a eso. Porque ese mundo no es algo sencillo o simple. Es un mundo muy complejo. Yo he intentado entendelo desde la teoría de la cultura o desde las hipótesis de lo que Shanin llamó la «clase incómoda». La poesía no es quizás superior a otras experiencias, pero sí tiene un carácter unificador de los múltiples matices ?y por eso un verso y la imagen que transporta nos puede hacer felices. Yo lo reconozco, reconozco que estoy en deuda respecto a quienes han escrito un verso de esos con los que el alma está de acuerdo. El monte y la tarde, el puente como símbolo del paso del tiempo: sólo la poesía llega a lo más profundo de estas realidades y sin ellas quedaríamos desamparados.

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