TRADICIONES LEONESAS
Los ‘dibus’ de nuestra montaña
Dura apenas cuatro minutos pero ya es una de las propuestas más populares y emocionantes de la Casa del Parque de Babia y Luna. Detrás del audiovisual de animación ‘Filandón’, trufado de palabras leonesas, está un riojano enamorado de estos valles
La proyección tiene lugar en una sala oscura, con las cortinas echadas, y esa negrura sirve un poco de cómplice al espectador sensible que no puede reprimir una lágrima furtiva al ver lo que cuenta Filandón. Lo curioso de este audiovisual, parte de la propuesta expositiva de la Casa del Parque de Babia y Luna con sede en Riolago, es que no se trata de un documental ni de una película con actores, objetos o paisajes reales, sino que es una cinta de animación donde títeres modelados, por una parte, y una especie de siluetas muy sencillas pero de gran poder narrativo, por otra, envuelven al público en el ambiente mágico de los calechos montañeses. Parece imposible que en apenas cuatro minutos se consiga condensar todo lo que implica, a nivel de sentimiento y de patrimonio, la cultura de la trashumancia, tan consustancial a estos valles, pero Filandón lo logra. O se acerca mucho. «Sí, es una de las partes que más le gusta a la gente, hay quien hasta se emociona. Y a los niños les encanta, aunque a los más pequeños, al principio, les puede dar un poco de miedo las figuras», comenta uno de los guías del centro.
Detrás de la producción está el riojano Antonio J. Lombillo, director de contenidos en Iniciativas y Exposiciones, la empresa que diseñó el programa de una Casa del Parque ubicada en un monumento que ya de por sí es digno de visita, el Palacio de los Quiñones. Preguntado por cómo surgió la posibilidad de crear este audiovisual, responde que ya desde el principio «supimos que no podíamos hacer un centro de interpretación convencional. No solo nuestro equipo, también los técnicos de la Junta y otros profesionales vinculados a su realización lo acabaron viendo así. Era imposible abstraerse de que el lugar donde se ubica se llama Babia y que está junto a Luna, así que fue surgiendo la necesidad de contar las cosas de otra forma. Además, la presencia del ser humano era arrolladora. Cuando llegué la primera vez lo hice con el inmenso embalse a mi lado, y el paisaje que veía tenía esa ausencia extraña de la que se cargan los terrenos en los que ha habido ganadería trashumante. Y luego está el valle y la nieve y Peña Ubiña, y aquellos pastores que iban y venían, y las historias y la gente y el pachuezu y, de pronto, el filandón. Yo creo que no quedó otro remedio que hacer un audiovisual así».
Lombillo nunca había estado en la comarca pero de manera inmediata, como le sucede a tanta gente, le atrapó. «No, no la conocía, y nada más llegar me pareció un lugar distinto, un lugar al que regresar cuando acabase el trabajo. Y así ha sido...».
El programa expositivo de la Casa del Parque de Babia y Luna se caracteriza por otorgar gran importancia a la variedad lingüística propia de la zona, el leonés occidental —de forma además muy didáctica e interactiva—, y así también sucede en Filandón. Pero, ¿cómo se sumergió su creador en la cultura local, siendo alguien en principio ajeno a ella? «Tuve la suerte de que Ernesto Díez, mi mano derecha en el proyecto, me presentase a Julio Álvarez Rubio, quien acabó por hacer de un lugar que me gustaba uno que me ha atrapado para siempre —indica J. Lombillo—. Él a su vez me presentó al escritor Pablo Andrés Escapa y también a muchas personas de la zona que tenían algo que contar. Acabé con la sensación de que ellos sabían cómo debía ser mi trabajo y yo tan solo tenía que estar atento a lo que me decían».
El proceso de creación
En cuanto a la elección de las marionetas y siluetas como formato del audiovisual, explica el responsable de Iniciativas y Exposiciones (www.iexposiciones.es) que fue «complicado» porque era una idea «que en sí misma requería una inversión de la que no disponíamos, ya que no podíamos olvidar que el centro tenía que reflejar el medio natural, y debía haber una proporción entre lo dedicado al medio y los discursos paralelos como este». «Así que, con esa base, hice el storyboard y escribí el primer guión, que pasó por varias voces hasta que quedó como es ahora —prosiguió—. La realización tuvo lugar en nuestro estudio de Madrid y en otro de Bilbao, y lo que se ve es realmente lo que es: muñequitos de plastilina, de cartón, distintos papeles, iluminación con velas para el fuego... y muchas, muchas horas de trabajo».
Preguntado por el resultado de esa ardua labor, y también por lo que se le viene a la cabeza si se le dice que es una de las piezas mejor valoradas por el público, y sobre todo por los niños, responde: «Soy muy mal visitante, sobre todo de los centros y exposiciones que hemos realizado. Se me olvidan los condicionantes que tuvimos y todo me parece mejorable. En cuanto al audiovisual, aunque también cambiaría y mejoraría cosas, me gusta como está. Me gusta recordar que Julio Álvarez y Silvia, otra colaboradora, representaron el guión para que los actores que lo iban a doblar intentaran atrapar algo del acento de la zona, y que las expresiones no sonaran demasiado forzadas. Y también que los muñecos de plastilina sufrieron lo suyo al tener que utilizar solo dos y no varios como haría un estudio grande. No sé, me emocioné cuando se lo enseñé a mi hijo y la verdad es que también me emociona mucho que sea valorado por otros, más aún si son los niños quienes lo hacen».
Teniendo en cuenta que bien podemos estar ante los primeros ‘dibujos animados’ en leonés, al menos en una pequeña parte, de la historia, no se puede por menos que preguntar a Lombillo si cree que esos otros rasgos culturales, como la lengua y las peculiaridades lingüísticas, también son patrimonio. «Desde mi punto de vista, lo que sucede en un lugar sucede porque el lugar es de una determinada manera. Incluida la lengua, que aunque tenga un origen remoto, cambia y se adapta. Las voces de quienes viven en ese lugar suenan mejor cuando suenan como sonaron durante mucho tiempo, adquieren una coherencia difícil de explicar. Al fin y al cabo, si es patrimonio de todos lo que lograron, dijeron y escribieron, ¿cómo no va a serlo la forma en la que lo hicieron?», reflexiona.
Y sentencia: «Yo soy un riojano que alardea de haber nacido en una de las cunas del castellano, pero cuando voy a otra región me gusta escuchar cómo hablan o cómo cantan en su lengua o, al menos, en lo que queda de ella. No se trata de perder palabras. Se trata de perder la razón por la que son así».
Y así, después de estas ideas, es difícil no terminar con un momento del filme, de ese diálogo que mantienen, junto al fuego, los paisanos protagonistas...
(ella) «Cualquiera te lo dirá: no hay luz como ésta. Mira Ubiña cómo resplandece al caer el sol. Además, ¿no era eso lo que decían? ¿Que los pastores echábais de menos esto, y quienes iban con vosotros quejábanse de que estabais aún en Babia?»
(él, afirmando) «Eso y lo de los reis, aquello de que venían a cazar aquí, y a descansar y olvidarse de los problemas de la corte. A saber qué problemas se tienen en la corte...».
(ella) «Tanto me dan pastores que reis, yo solo sé dónde acabará volviendo el mi hijo (silencio). A lo mejor no os dais cuenta, pero todos nosotros tenemos mucha suerte: ya estamos en Babia».