Matar el tiempo
E n estos días de aguacero, sol ingenuo y nevadas insólitas; en estos días de reposo y resaca espiritual y farandulera; En estos días de soledad, de amor transoceánico, de primavera tardía y con las ganas todavía ateridas por la helada; En estos días, digo, se me hace cuesta arriba comprender un poquito lo importante del mundo.
Se nos acaba el delirio del amor perdurable, como uno de los pocos anclajes que le quedaba a la ilusión, al saber que Socorro y Sinesio ya no están juntos. Que fue la muerte quien cercenó el amor, y no el tiempo. Ella se ha ido con 97 años, acá queda él con 80 años de amor como reducto de lo más y mejor atesorable que el ser humano puede guardarse para sí.
Porque al fin y al cabo poco de lo que construimos en nuestra singladura vital puede cobrar más interés que el hecho de acumular felicidad a tragos cortos y durante toda la vida al lado de quien uno ama. El resto es eso, matar el tiempo, alimentar el ego, jugar a otra cosa que no es realmente la vida.
Hoy, en un alarde muy alejado de este propósito, recuerdo el recién publicado libro de poemas de Luis Miguel Rabanal. Un libro que no suplica pero persuade. Que es camino pero ya con la visión final, con el cansancio y la plenitud que otorga ese estar llegando. Hay tanta verdad en él, hay tanta atroz verdad en su escritura, que recomiendo con verdadera seriedad asumir el dolor y su antídoto en este Matar el tiempo (Trea, 2018). Porque Luis Miguel Rabanal —a quien la vergüenza institucional acudirá cuando sea tarde, pues todavía no se le ha concedido un más que merecido Premio Nacional de Poesía por su aportación vital a este género que suda afanes y pocos destellos mercantiles— sabe del amor y sus llagas. Nos convence, sin necesidad de impostura, del valor de la carne, lo carnal, el deseo y su agostado fermento. Nos santigua con la desesperanza que el tiempo otorga pero con el fulgor de la vida en su instante único, en la chispa viva de la infancia, en el recuerdo que amasamos como único asidero de la emoción.
Matar el tiempo a golpe de «Cuerpos que se tocan y se ignoran», a golpe de «vas a saber quién soy yo», a golpe de «Tienes que ser bastante menos estúpido». Matar el tiempo con el maltrato asumido y la condición de reo vital. Así se puede reconducir la vida cuando la lluvia sólo salva de la visión borrosa los cristales del cuarto de atrás… a veces demasiado atrás.
Dice Luismi: «La luz que no ha vuelto desde el día tristísimo./ La luz que no entiende de los anómalos cuerpos./ No sabría pronunciar las palabras cuyo significado apaciguase la zozobra insustituible de los otros./ Matar el tiempo matar el tiempo matar el tiempo.» Y yo en ese momento entiendo cuan profundo es el valor de mi vida, qué construye y con quienes hay posibilidad de restitución. Me doy cuenta qué frágil es casi todo lo importante, incluido el tiempo y sus costumbres depredadoras. Entiendo que matar el tiempo es realmente un insulto a nuestra mortandad. Pero así somos.