Diario de León

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¿Quién es (o fue) Sergio Landrove?

Una nota en la sección de esquelas del Diario de León y varios textos dispersos es cuanto queda de un joven y escurridizo escritor y mecánico berciano, autor de ensayos y relatos, impulsor de un colectivo «en defensa del gallego del Reino de León» y cuya obra se cita en los ‘Ensayos completos’ de Sánchez Ferlosio

Dibujo que le dedicó el historietista gallego Jacobo F. Serrano; con escafandra en un recital poético. PILAR SILVA/DL

Dibujo que le dedicó el historietista gallego Jacobo F. Serrano; con escafandra en un recital poético. PILAR SILVA/DL

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E. GANCEDO | LEÓN
León

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Cuentan que, en una ocasión, Sergio B. Landrove acudió a un acto literario en Madrid y, al terminar, se acercó a saludar al novelista y académico José María Merino. Cuando éste escuchó el nombre de quien se presentaba ante él, exclamó: «¡Hombre, el discípulo de Sabino Ordás!»

Los paralelismos entre el sabio de Ardón que en su día vivificaron y honraron Merino, Mateo Díez y Aparicio, y este un tanto escurridizo autor ponferradino no son escasos, pero el nombre del segundo resulto mucho menos conocido. Excepto quizá por algunos grupos poéticos, amantes de la lengua gallega y lectores de Filandón, el suplemento literario del Diario, donde publicó una docena de textos imaginativos y libérrimos. Algunos de ellos sin duda se sorprendieron y entristecieron, el pasado 2 de abril, al toparse con una escueta nota, publicada en la sección de esquelas de este periódico, que informaba de la muy temprana muerte de Landrove.

Quien parece, casi, la única persona realmente autorizada para hablar de él, de su vida y de su muerte, es Rodrigo Osorio, amigo y albacea literario del capitán de aquella bitácora digital que se llamaba Constelación decimoctava. «Conocí a Sergio en Santiago de Compostela en 2003 o 2004 —cuenta—. Él estaba en la Facultad de Filosofía acabando su tesis doctoral y yo preparando oposiciones al Ministerio de Justicia. Coincidimos en las estaciones de autobuses y tren de Santiago y Ponferrada, y pronto trabamos amistad». Preguntado por los temas recurrentes y referentes literarios principales de Landrove, Osorio explica que una de sus preocupaciones esenciales fue «la relación entre la ficción y la realidad, un tema que aparece en casi cualquiera de los géneros que trató. Por eso inventó obras apócrifas, creó heterónimos y usó múltiples seudónimos siguiendo a sus admirados Pessoa, Aub o Machado». En cuanto a los trazos de su estilo, recuerda que en él predomina «el humor, el gusto por la paradoja y la mistificación, y lo que el editor Constantino Bértolo, que estuvo interesado en la publicación de su obra, calificó como una ‘alta libertad imaginativa’». La lista de sus influencias era «larga y heterogénea, pero entre los autores que siempre citaba destacan Martín Gaite, Dosinda Areses, Gloria Fuertes, el arcipreste de Hita, Agustín García Calvo, Sabino Ordás, Antonio Pereira y Álvaro Cunqueiro».

Sus huellas literarias

Su carrera es prácticamente desconocida por el gran público, pero Rodrigo Osorio destaca que publicó con cierta asiduidad en una ciberbitácora a la que él llamaba «diario imaginado» y en la que compiló gran parte de su obra. Además de sus apariciones en Filandón, «los editores de La tronera, las páginas de cultura del desaparecido semanario Bierzo 7, acogieron algunas de sus creaciones y publicó ensayos en la revista digital El coloquio de los perros, el último de ellos, Jacinto Batalla y Valbellido, un autor de referencia, aparece citado como primer estudio completo sobre este apócrifo creado por Rafael Sánchez Ferlosio en la edición de los Ensayos completos del premio Cervantes», desgrana. Y continúa señalando que, entre 2004 y 2012, «dirigió, con ayuda de algunos amigos, la hoja volandera humorítica mensual Le Rosaire de l’Aurore (lerosaire.blogspot.com)», una publicación única y demencial que, lamentablemente, pasó desapercibida.

El único libro completo al que dio su visto bueno, comenta, fue Osorio y compañía, «del que editó 40 ejemplares como regalo de Reyes del año 2005 para sus amigos. Es una compilación de los microcuentos que, bajo distintos pseudónimos, publicó en el concurso Relatos de Verán de La Voz de Galicia».

De todos modos, quizá lo más sorprendente de su vida es que naciera en 1973 en mitad del Atlántico, en un buque, el Covadonga, en el que sus padres regresaban a España desde el exilio americano. Un hecho que en algún texto, por error, se ha venido atribuyendo a Ordás, erudito a quien acudió varias veces a visitar a su casa de Ardón.

«Su familia tenía origen en Ponferrada, donde se establecieron en la segunda mitad de los setenta. Allí estudió en el colegio público Jesús Maestro y en el instituto Alvaro de Mendaña. Comenzó a estudiar Filosofía en la Universidad de Salamanca y preparó su tesis doctoral, sobre el empirismo y el escepticismo en el siglo XVI, en Santiago. En 2005 la dejó a medias y volvió a Ponferrada, donde vivió hasta el 27 de febrero pasado», anota Osorio. Allí, y durante los últimos seis años, se implicó muy activamente en la defensa de la lengua gallega y, como reseña su albacea, «colaboró en la fundación de la Plataforma Fernández y Morales a Prol da Cooficialidade do Galego no Reino de León».

En cuanto a su faceta de mecánico, Rodrigo Osorio aclara que, «desencantado con el clientelismo de la universidad», decidió buscar una vida más simple que le permitiera «tener tiempo para pensar, escribir y vivir». «Sergio era un gran admirador de Tólstoi y Thoreau y la elección de su medio de ganarse la vida fue vocacional. Buscaba un trabajo predominantemente físico y por eso optó por hacerse mecánico». En cuanto a las causas de su muerte, dice apenado que «a todos nos sorprendió la noticia de su fallecimiento». «Yo no hacía ni una semana que había quedado a comer con él y no noté nada. Su familia nos dijo que no quiso que nadie supiera qué enfermedad le mataba y nada nos dijeron...».

Pero, ¿qué hay o puede haber entre los papeles inéditos de tan singular personaje? «Dejó pendientes de revisión tres libros terminados —revela—. Una novela infantil, La asombrosa invasión de la mítica ciudad de Orzán; otra para adultos en la que ficciona la figura de José Biosbardi, un emigrante coruñés que acabó sus días de cantor de tangos en el Buenos Aires de principios del siglo XX; y un muy interesante ensayo sobre la invención de la realidad por los medios de comunicación que tituló El vientre de la matriosca».

Osorio comenzará su encomienda con este ensayo sobre el que en los últimos años mantuvieron largas charlas («creo que puede aportar algo de luz en este tiempo de noticias falseadas y de postverdad»), pero también indica que sus diarios desde 1997 ocupan 37 cuadernos y que en su casa había cuatro cajas llenas de correspondencia. «En la enorme montaña de material que he recibido, conociendo a Sergio, pueden aparecer muchas sorpresas..», confía.

Su foto de la orla, que quiso hacerse de espaldas.

Posible imagen de Landrove en su taller. 

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