ADVERTENCIA SOBRE EL PRESENTE
La secretaria de Goebbels que nunca entonó el mea culpa
Las memorias de Brunhilde Pomsel, taquígrafa en el Ministerio de Propaganda nazi, fallecida a los 106 años, alertan del peligro de que la historia se repita
“Yo no había hecho nada, aparte de escribir a máquina para el señor Goebbels. No me considero culpable de nada”. Brunhilde Pomsel murió el 27 de enero del 2017 a los 106 años. Había guardado silencio durante 70 hasta que lo rompió para alegar desconocimiento -“no teníamos ni idea, todo se silenciaba y nadie sabía nada”- y reprocharse solo su “ingenuidad” y “estupidez”. “Por supuesto que a una le da por reflexionar y preguntarse si no podría haber hecho algo para oponerse a los nazis. Pero eso era imposible, a menos que estuvieras dispuesto a jugarte la vida. (...) Más tarde conocimos las atrocidades que habían cometido. Aunque en aquellos años estábamos todos cegados por la propaganda y asentimos a todo (...) Los pocos que se resistieron lo hicieron en vano y ninguno vivió para contarlo”.
Pomsel habló de sus años en la Alemania nazi, como taquígrafa y secretaria del Ministerio de Propaganda, entre 1942 y hasta el final de la guerra, bajo el mando de Joseph Goebbels, uno de los hombres de confianza de Hitler. Su testimonio lo recogió en el 2013 el documental ‘Una vida alemana’, cuyas entrevistas reordena y analiza el sociólogo y periodista Thore D. Hansen en el libro ‘Mi vida con Goebbels’ (Lince).
Pomsel relata su infancia, sus primeros trabajos en el despacho de un abogado judío, su amistad con una judía que moriría en Auschwitz, su afiliación al partido nazi para asegurar su empleo en la radio oficial del Reich y su traslado al Ministerio de Propaganda, donde se sentaba en la antesala del despacho de Goebbels. Ante la inminente caída de Berlín y pese a perder su casa en un bombardeo no huyó y, en el búnquer ministerial, se ofreció a tejer la bandera de la capitulación oficial. Apresada por los rusos, que la confinaron en el campo de concentración de Buchenwald, volvió a casa en 1950.
No fue hasta el 2016 cuando Pomsel reveló que en 1936 se había enamorado y quedado embarazada de un diseñador gráfico e ilustrador de madre judía que ante el temor a las leyes antisemitas huyó a Ámsterdam. Ella abortó por complicaciones de salud y tenía las maletas a punto para seguirle al exilio. Pero él murió en 1942.
“A mí me faltaban agallas, soy cobarde (...) Bastaba una bromita poco afortunada sobre el Führer para que te arrestaran y te pegaran un tiro. (...) No podías negarte a nada y si lo hacías te jugabas el pellejo. Pero no nos percatamos de la gravedad de los crímenes y la persecución de los judíos”, asegura. Y, aunque en el trabajo, según ella, “por sus manos no pasaban papeles importantes, solo minucias”, Hansen señala cuán “difícil de creer es que una mecanógrafa del alto mando no tuviera constancia de los dictados” del ministerio ni del papel del ministro.
Según Pomsel, el grueso de su trabajo “consistía en maquillar las noticias que llegaban del frente”, como minimizar “las bajas o las violaciones de alemanas por los rusos” y “multiplicar los crímenes del enemigo”. Y confirma: “La libertad de expresión había dejado de existir y la vigilancia era constante”.
LOS CAMPOS DE CONCENTRACIÓN
El periodista también apunta contradicciones y ocultaciones. “He visto más atrocidades que el común de los mortales”, afirma Pomsel en una ocasión, pero jamás concreta nada. En vez de ello, relata que la primera vez que oyó hablar de los campos de concentración le dijeron “que allí solo metían a gente pendenciera o crítica con el Gobierno” para reeducarla y que creían que los judíos desaparecidos habían sido enviados a repoblar el Este. “No tenía ni idea de que allí gasearan y quemaran a la gente”. Lo supo, dice, cuando la liberaron los rusos y vio las fotos. Sin embargo, añade, fue en la Noche de los cristales rotos (1938), cuando “los nazis se quitaron la careta y a los demás se nos cayó la venda de los ojos”. Años antes, cuando Hitler llegó al poder, admite haber “gritado de júbilo” porque se respiraba un ambiente de “esperanza renovada y optimismo”.
“Los que padecían a nuestro alrededor no nos quitaban el sueño –confiesa Pomsel-. Hoy es igual”. Y traslada su pensamiento al presente. “Fue la indiferencia de la gente de a pie la que propició todo aquello (...) la misma indiferencia que puede observarse hoy. ¡Que seamos capaces de permanecer impasibles después de ver las noticias y enterarnos de las atrocidades cometidas en Siria y de todas esas personas que se ahogan en el mar a centenares! Vemos todo eso en las noticias, sí, pero luego cambiamos de canal y nos tragamos un programa de variedades”.
REPETIR LA HISTORIA
“Cuando veo las noticias pienso que es imposible que la historia se repita. Pero sí es posible. Es la condición humana”, añade la antigua secretaria. Y Hansen extiende la alarmante reflexión también a la actualidad. “A Pomsel no le interesaba la política. Para ella, lo primero era el trabajo, su propia seguridad económica, el sentido del deber hacia sus superiores y el deseo de formar parte de la élite”, constata, e insta a preguntarse “si somos todos un poco como ella”, una simpatizante nazi más de la época, como millones de ciudadanos que, como entonces, hoy no dejan de pensar en su carrera y su propio bienestar, anteponiéndolos a las desigualdades sociales y la discriminación de los que los rodean”. Ello “es el mejor caldo de cultivo para el autoritarismo y la manipulación política”, alerta el sociólogo ante “la imparable nueva ola de fascismo que barre Occidente” y “la proliferación de tendencias antidemocráticas y el populismo de derechas”, citando a Donald Trump y los retrocesos en Polonia, Hungría o Turquía.
La única responsabilidad que asumió Pomsel fue la colectiva. “No me considero culpable de nada. A menos que haya que culpar a todo el pueblo alemán por haber allanado el camino a los nazis”.