Diario de León

CULTURA ■ POESÍA

Adiós a Eugenio de Nora

Fallece a los 94 años el escritor cepedano, uno de los grandes poetas y críticos literarios contemporáneos Será enterrado hoy en el cementerio madrileño de Fuencarral.

Imagen de archivo del poeta y profesor leonés Eugenio de Nora. JUAN LÁZARO

Imagen de archivo del poeta y profesor leonés Eugenio de Nora. JUAN LÁZARO

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ernesto escapa / efe | león

Eugenio de Nora, uno de los decanos de las letras leonesas, se ha ido para siempre. Nació en la Cepeda, agitó Espadaña y participó en la resistencia antifranquista. Considerado uno de los creadores de la poesía testimonial o de denuncia, fallecía ayer a los 94 años a consecuencia de una insuficiencia respiratoria. El poeta ha muerto en un hospital de Madrid, donde había sido ingresado hace cinco semanas tras sufrir un proceso gripal que se complicó con otras dolencias. Nora,que marcó un camino de la poesía del desarraigo —como lo llamó Dámaso Alonso— padecía una degeneración cognitiva desde hace diez años, consecuencia de un derrame cerebral que sufrió entonces. La capilla ardiente con los restos del poeta se instaló ayer en el tanatorio de la M-30 de Madrid y hoy será enterrado en el cementerio de Fuencarral de la capital.

La distancia helvética perjudicó la valoración de Nora como poeta y acabó apagando su fluido un lustro después del traslado a Berna. Marchó con cuatro libros publicados, aunque uno de ellos anónimo y clandestino. Tuvo notable protagonismo en el debate poético de los cuarenta y en la primera mitad de los cincuenta, cuando era la voz más joven de los «desarraigados». Esta etiqueta que estampó Dámaso Alonso, para no mencionar el compromiso de la poesía social, resulta indescifrable al cabo de los años. Había arraigados (Rosales, Panero, Vivanco) y desarraigados: Celaya, Otero, Crémer, Nora. Los lectores más críticos de aquel tiempo, a los primeros los despachaban como Rosanco y Vivales, librando todavía a Panero del enredo. Fue la época en que el «miedo etílico» empujó a Dámaso a bautizar como Generación del 27 a los poetas de la República, esta vez con más éxito, aunque desatando la ira de Cernuda por el trapicheo.

Hijo de la Cepeda

Eugenio (García González García) de Nora había nacido en Zacos, un pueblo de la Cepeda donde su padre tenía una serrería. La familia se trasladó a León en 1932 para que el hijo pudiera estudiar. Entonces viven en la calle Santa Cruz y tienen un garaje en San Francisco, cuyo piso superior ocupan a partir de 1935. La guerra diezma el claustro del Instituto y su padre, a quien requisan el taller, lo envía a cursar cuarto y quinto en los Maristas, donde conoce a Lama. Luego termina el bachillerato en el Padre Isla. En 1942 va a estudiar Filología Románica a Madrid, mientras su padre instala el taller en la finca La Fronda, en San Andrés del Rabanedo. En la pensión coincide con el cepedano Ángel González Álvarez y antes de concluir el curso se trasladan al colegio mayor Cisneros, donde también reside Blas de Otero. Allí se hace cargo de la sección literaria de la revista colegial y entra en contacto con poetas jóvenes y consagrados.

Espadaña

En las pugnas poéticas de posguerra, Eugenio de Nora fue el benjamín de quienes ejercían el compromiso, con un lenguaje coloquial que aspiraba a tender puentes de comunicación con sus lectores. En el otro bando, ocupaba una posición equivalente José María Valverde. Ya en Madrid, Nora publicó en su revista estudiantil Cisneros el aldabonazo de Lama, que fue el aviso para la aparición de Espadaña. En las páginas de la revista leonesa (la única de aquel tiempo hecha sin ningún apoyo oficial), vieron la luz los primeros pálpitos de la tragedia de la guerra, así como versos abundantes marcados por la angustia de soportar una situación tan agobiante en circunstancias penosas.

También acogió Espadaña la zozobra religiosa, además de la furia frecuente de la protesta. En aquella trinchera poética, Nora fue el más combatiente: exigía compromiso y denuncia a sus colegas, mientras repudiaba el empalago servil de los jóvenes líricos azucarados. Ya alejado en Berna, a partir de 1949, desvela en la revista los estragos de la poesía oficial, a la vez que demanda un compromiso más explícito. Son las cartas que firma como Juan Martínez, alguna de las cuales sólo vieron la luz décadas más tarde. Al concluir la aventura de Espadaña, ya se atisba un cambio en la poesía española, que protagonizará la generación del medio siglo. Su juventud sitúa a Nora en esa encrucijada, más cerca de los nuevos poetas que de quienes llevaron la voz cantante en la década sombría. Pero el vuelo de la voz más prometedora de los cuarenta quedará truncado por otras dedicaciones.

Entre 1945 y 1954 publica cinco libros, en buena medida tributarios de la estética funcional de la época: Cantos al destino (1945), que es su revelación, figura entre las menciones del primer Adonais, mientras Amor prometido (1946) recoge sus primeros versos con la impronta de Guillén y Juan Ramón. A fines de 1946, la Federación Universitaria Escolar (la FUE clandestina) imprime en Francia de forma anónima Pueblo cautivo, escrito por Nora durante el campamento de milicias universitarias en La Granja. De la edición se encarga Carmelo Soria (1921-1976), con ilustraciones de Álvaro Delgado. La inmediata caída de la dirección estudiantil hizo que el libro no llegara al interior, aunque tuvo respaldos tan valiosos como el de Neruda. Pueblo cautivo se reeditará anónimo en 1978 y sólo diecinueve años más tarde con el nombre de Nora.

La madurez del poeta

En marzo de 1948, Adonais publica Contemplación del tiempo, donde ya se percibe la madurez del poeta, que combina la preocupación existencial con una expresión depurada. Siempre (1953) y España, pasión de vida (1954, premio Boscán) son sus dos últimos libros publicados y en ellos apunta el vínculo estético con los poetas del medio siglo, así como el carácter precursor de muchos de sus hallazgos. Angulares (1964) ya no se publicará exento, sino en la compilación de su Poesía (1975), que edita Provincia. Días y sueños (1939-1992) reúne en 1999 su obra poética deshuesada, resaltando la vertiente existencialista que se postula como precursora de los poetas de la experiencia. Dos años después, recibió el Premio Castilla y León de las Letras. Su estudio en tres volúmenes sobre La novela española contemporánea 1898-1967 fijó el canon narrativo del siglo con la libertad de criterio que le concedía la distancia.

A pesar de ser uno de los representantes de la poesía social o de testimonio, junto con Blas de Otero y Gabriel Celaya, él quería que se le considerase también como un poeta de más amplio espectro, que abordaba temas como el amor, la muerte o la preocupación por el tiempo, por la condición humana, «un poeta existencialista», según su hijo Eugenio.

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