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PALMA DE ORO EN CANNES

Hirokazu Kore-eda: "Japón es un país perdido, y lleno de odio"

El prestigioso director japonés ha conquistado la Plama de Oro en Cannes con la conmovedora 'Un asunto de familia (Shoplifters)'

Hirokazu Kore-eda, en la presentación de Un asunto de familia (Shoplifters) en el Festival de Cannes

Publicado por
NANDO SALVÀ
León

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Después de casi 30 años de carrera y una docena de películas mundialmente aclamadas como 'Nadie sabe' o 'Still walking', el director japonés Hirokazu Kore-eda (Tokio, 1962) acaba de lograr uno de los mayores reconocimientos que existen en el mundo del cine: el pasado sábado obtuvo la Palma de Oro del Festival de Cannes gracias a Un asunto de familia (Shoplifters), conmovedor retrato de una familia disfuncional cuyos miembros salen adelante robando en supermercados.

 

¿ De qué manera se relaciona Un asunto de familia con algunas de sus películas previas, en las que ya exploraba modelos de familia alternativos?  En concreto he querido ahondar en la pregunta que ya me hice en De tal padre, tal hijo (2013): ¿es la familia una cuestión meramente sanguínea? ¿Es que no puedes considerarte padre si no has creado vida biológicamente? En Japón imperan ideas muy rígidas sobre lo que una familia debería ser. Se da mucha importancia a la consanguinidad pero, curiosamente, en los núcleos familiares hay un déficit alarmante de intimidad y hasta de amor. Yo he querido retratar a una familia cuyos miembros no están unidos por la genética sino por el crimen, y que aun así son capaces de ofrecerse mucho amor mutuo.

¿En qué medida están las relaciones familiares que la película retrata inspiradas en las de usted?  ¡Mi padre nunca me enseñó a robar en supermercados, si es eso lo que me está preguntando! Hablando en serio, hay una parte de lo que cuento en la película que me toca muy de cerca. En ella hay un niño que empieza a hacerse mayor cuando descubre que el hombre a quien considera su padre es alguien completamente imperfecto. Y creo que el tránsito a la adultez consiste precisamente en eso. Así fue para mí, al menos. A mi padre el trabajo lo obligaba a desaparecer de casa durante largos periodos, y tuve que acostumbrarme a no saber cuándo estaría en casa. Sin duda eso afectó a la opinión que llegué a tener de él. Y, por supuesto, tuve que crecer de forma prematura.

 

Los protagonistas de Un asunto de familia son ladronzuelos pero, al mismo tiempo, usted los retrata como víctimas del sistem a. ¿Definiría la película, al menos en parte, como cine social?  Inevitablemente. En las últimas dos décadas Japón ha sufrido un descenso constante de su capacidad económica. Eso ha hecho que aumenten las divisiones de clase y que haya más gente que vive en situación de pobreza. Y el sistema no solo no ha establecido mecanismos para asistir a esas personas sino que ha fomentado políticas que los estigmatizan aún más y los dejan abandonados a su suerte. De esas personas habla mi película.

¿En qué medida ha cambiado el sistema de valores a causa de ese proceso? Desde Occidente, por ejemplo, asumimos que la japonesa es una sociedad con un sentido del honor muy arraigado. Ha cambiado drásticamente. La crisis económica ha hecho que las familias y las comunidades se rompieran, y que cada vez más japoneses busquen el amparo del estado. El auge del nacionalismo y el totalitarismo en mi país me tiene muy preocupado. Se están perdiendo valores de democracia y tolerancia, y eso se nota en la calle. Japón es un país perdido, y lleno de odio.

Y, sin embargo, su cine sigue siendo eminentemente optimista. En mi país la palabra optimismo tiene connotaciones peyorativas. Llamamos optimista a aquel que es iluso y huye de la realidad. Pero sí es cierto que trato de huir del pesimismo. No entiendo a los directores que intentan deprimir al público. Cuando yo era más joven me obsesionaba la idea de la muerte. Ahora que ya soy un hombre maduro, y que mi padre y mi madre y mucha gente a la que me sentía muy cercano han muerto, tengo una relación con ella más normalizada. Todavía me fascina la pérdida, pero desde una óptica más pragmática: perder algo abre la puerta al cambio.

En los últimos años trabaja usted mucho más rápido de los que lo hacía en los 90 o los 00. ¿Qué ha cambiado? Que mis películas han empezado a tener más éxito comercial en mi país y eso me permite conseguir financiación más fácilmente. Por supuesto, hay que tener en cuenta que mis películas no cuestan mucho dinero. En todo caso, creo que tener la financiación asegurada ha hecho que mis películas mejoren. Antes, mientras rodaba una película estaba demasiado preocupado por si sería capaz de encontrar el dinero para rodar la siguiente.

 

¿Se siente mejor director?  No, eso nunca. Con los años hay cosas que he perdido. Cierta energía, quizás, cierta pegada. Sin embargo, trato de suplir esa carencia. So usamos un símil relacionado con el béisbol, podría decirse que ya no lanzo tan rápido, así que intento lanzar más bolas curvas. Solo sé que cada día que pasa me divierto más rodando películas.

 

Fuera del cine, ¿dónde busca la inspiración?  En la literatura de no-ficción, en el manga… Y, sobre todo, me inspiro escuchando conversaciones ajenas cuando viajo en tren. Admito que me encanta fisgonear, pero es que se aprende muchísimo de la gente haciéndolo. También hablo con taxistas, me fijo en la licencia para ver su nombre y su foto, y trato de imaginarme cómo son sus vidas.