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Que te vaya bonito, María Dolores Pradera

La artista madrileña paseó su elegante y poderosa voz por toda la música hispana.

María Dolores Pradera

María Dolores Pradera

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miguel lorenci | madrid

María Dolores Pradera pudo ser una gran dama del teatro y el cine, pero eligió convertirse en la gran señora de la música. Dejó las tablas y los platós para surcar las olas de las músicas de raíz latina. Para derramar lisura con su fina estampa y regalar a varias generaciones el poder, el calor y el señorío de una voz única y ya eterna. Nadie pudo imitar la elegancia vocal de esta doble e ilustre embajadora de nuestro folclore, capaz de fundir en su garganta y en su alma América y España, respetada y admirada aquí cuando cantaba las canciones de allá, y viceversa.

Mezcla de elegancia, sobriedad y pasión contenida, activa casi hasta los noventa años, durante más de siete décadas tendió puentes entre todas las orillas, acentos y compases de la música hispana. Abordó un repertorio tan vasto como múltiple, insuflando nueva vida a temas clásicos y populares que siempre cantó «con la cabeza y con el corazón». Lo hacía «buscando cariño antes que admiración». A los noventa y tres años se apagaba su portentosa voz y se agigantaba su leyenda. Se hacía eterna una voz consagrada a conectar y engrandecer lo mejor y más rico de la canción española e iberoamericana. Una vida plena, de dedicación absoluta al trabajo que amó y que la obligó a vivir a caballo entre dos continentes geográficos y musicales, a cruzar el Atlántico mil veces, a viajar sin desmayo de la ranchera al fado, de la copla al bolero, de la milonga a la samba, del flamenco a la chacarera.

El resumen de este inacabable viaje está en el casi medio centenar de discos que lega —una treintena fueron de oro y platino— con el inconfundible sello y clase de ‘la Pradera’. En la hondura de una voz «un poco hombruna», según ella, pero reconocible para abuelos, hijos y nietos de una misma familia, toda una rareza en estos tiempos de vértigo digital y un logro al alcance de muy pocos artistas.

«Este es un mundo difícil en el que siempre se está empezando, incluso cuando te reconocen toda un vida de dedicación a la música», declaraba orgullosa cuando hace un cuarto de siglo recibía la Encomienda de la Orden Isabel Católica y se convertía con pleno derecho en la ‘ilustrísima’ señora María Dolores Pradera. Nacida en Madrid el 29 de agosto de 1924, «recriada» en Chile, nunca se propuso María Dolores Fernández Pradera desempeñar ninguna embajada. Empeñada en ser actriz tras crecer en plena guerra civil, no acabó el bachillerato. Cimentó su carrera dramática como meritoria en los escenarios teatrales, y memorables fueron sus interpretaciones en dramas de Casona, Chéjov, Benavente o García Lorca y sus versiones de La Celestina, El jardín de los cerezos, Mariana Pineda o Fortunata y Jacinta. Atendió antes la llamada del cine y participó en una veintena de películas El actor Fernando Fernán Gómez, que confesaba enamorarse «siempre de las más guapas», la llevó al altar. Estuvieron casados desde 1947 hasta 1957.

Temas que convirtió en propios

En los años cincuenta comenzó a coquetear con la canción y grabó su primer disco en noviembre de 1960 sin bajarse de las tablas. Se convertiría pronto en una artista por encima de tiempos, modas, fronteras y estilos con un repertorio que incluía baladas, boleros, coplas, rancheras o fados. Hizo propios temas de Chabuca Granda (La flor de la canela de la peruana sería para muchos «La flor de la Pradera»), de Horacio Guarany (El corralero), Mercedes Sosa, Alfredo Zitarrosa o Violeta Parra, Armando Manzanero, Vicente Fernández, o Juan Gabriel, entre los de allá, y Quico Sánchez Ferlosio, Amancio Prada o Carlos Cano entre los de acá.

Excelente persona, artista de fina sensibilidad y poderosa personalidad, devino en diplomática sin cargo, una de las mejores embajadoras de España en América y viceversa. Con su singular voz y su manera de decir, tan intensa en la ironía como el drama, incorporó un buen puñado de temas a la banda sonora de las vidas de españoles y americanos.

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