Diario de León

Petroglifos frente a excavadoras

Fueron descubiertos en los años setenta, fotografiados y analizados por dos especialistas asturianos aunque, poco después, la ampliación de una pista para usos ganaderos los destruyó en su mayor parte. Era un extenso y variado conjunto de petroglifos formado por nada menos que 17 rocas con cazoletas, herraduras, cruces y hasta motivos antropomórficos. .

Manuel Mallo Viesca y José Manuel González, en una de sus excursiones a Pendilla, en el año 1974. ARCHIVO M. MALLO

Manuel Mallo Viesca y José Manuel González, en una de sus excursiones a Pendilla, en el año 1974. ARCHIVO M. MALLO

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e. gancedo | león

La historia del patrimonio leonés bien pudiera contarse como la historia de sus pérdidas, de sus ataques o de sus desmoronamientos. También como la historia de lo que pudo ser y no fue. Y, asimismo, la historia de lo que quedó en archivos y documentos pero que ya no tiene posibilidad de ser contemplado y disfrutado en vivo. El último episodio de esta larguísima crónica tiene como escenario el alto valle de Arbas, cerca del pueblo de Pendilla, paso histórico entre León y Asturias. Allí, en los años setenta, un arqueólogo, José Manuel González, y uno de los más populares investigadores de la Prehistoria en el vecino Principado, Manuel Mallo, reconocieron una amplia estación rupestre que, en sucesivas visitas, inspeccionaron, identificaron y fotografiaron.

Les llevó tiempo estudiar y analizar ese abundante material, formado por nada menos que 17 rocas diferentes que presentaban grabados piqueteados del más diverso tipo, con cazoletas, cruciformes, herraduras, diseños en phi y hasta posibles motivos antropomórficos (humanos). Lo dieron a conocer de modo parcial en ciertos encuentros especializados pero el pronto fallecimiento de José Manuel González y, sobre todo, la destrucción de gran parte del conjunto a causa de la ampliación de una pista de usos mineros y ganaderos sumió en el silencio este asombroso hallazgo. Ahora, 48 años después del descubrimiento, la revista Nailos. Estudios interdisciplinares de Arqueología dedica a los petroglifos de Pendilla un muy amplio artículo firmado por Manuel Mallo en el que éste plasma todos los detalles, todas las circunstancias de su encuentro y todo el contexto histórico y patrimonial de la zona. 37 páginas plagadas de datos, fotografías, detalles, argumentos, hipótesis, calcos de los grabados y aparato bibliográfico. Y la importante constatación de que no todos fueron destruidos por las máquinas: cuatro rocas representadas se salvaron del desastre.

Ya sólo en el resumen de este artículo especializado glosa Manuel Mallo las circunstancias de esta admirable estación rupestre: «Los grabados fueron descubiertos en 1970 y documentados más tarde por José Manuel González y el firmante de estas líneas. El conjunto, destruido en gran parte por el ensanche como pista minera y ganadera que ascendía desde Pendilla hacia Propinde, se distribuía a lo largo de una veintena de rocas en torno al llamado Pontón de Fornillos, nudo de comunicación de pasos tradicionales entre la meseta y el territorio asturiano a través de la sierra de los Pasos de Arbas». Detalla que se documentaron «grabados piqueteados con presencia mayoritaria de cazoletas, herraduras y cruciformes, junto a significativos motivos antropomórficos y diseños en phi», pero que, además de estos temas, «de probable cronología prehistórica o protohistórica», aparecían «inscripciones y otras representaciones de tiempos históricos, que darían cuenta del tránsito y uso del lugar desde la Prehistoria reciente hasta épocas modernas».

Y recalca: «La documentación gráfica y los datos referidos al conjunto han permanecido del todo inéditos hasta la fecha».

Manuel Mallo Viesca confirmó que, a lo largo de estos años, la estación «ha sido citada en varias ocasiones y por diferentes autores», aunque nunca hasta ahora «se había publicado una descripción pormenorizada del conjunto». «Lamentablemente —proseguía—, nuestro trabajo ve la luz demasiado tarde, ya que muchas de las rocas grabadas han desaparecido a consecuencia del ensanchamiento del camino desde Pendilla, convertida en pista minera en la segunda mitad de los años setenta, y a la reciente construcción de una nave ganadera en las inmediaciones del Pontón de Fornillos».

Mallo Viesca explica que la más temprana referencia a estos petroglifos no es suya y de González, sino que fue dada a conocer en 1970 por el geólogo Bonifacio Sánchez en un artículo publicado en La Nueva España, titulado Una lápida romana en el camino de La Carisa. Y es que la famosa vía —donde hace poco se ha localizado un nuevo campamento legionario— es inmediata a este lugar del cordal cantábrico. En el citado artículo puede leerse: «Es aquí, cerca de este cruce, que me pareció ver en un trozo de losa que asomaban unos grabados; iniciamos la excavación con una piqueta, y con una escoba de brezos barríamos la superficie según iban apareciendo nuevos caracteres. No terminamos de descubrirla entera». Enterado de este hallazgo, en 1974 José Manuel González inició el reconocimiento del sitio, descubriendo el resto de rocas. En sucesivas jornadas, se fueron topando con petroglifos que se encontraban «grabados en rosas sueltas, dispersas por la zona, con tamaños que oscilaban entre un metro por un metro hasta 2,5 por dos metros». Además, el estudio aparecido en Nailos se extiende a todos los vestigios históricos y prehistóricos de la comarca, mencionando «un poblado del Bronce antiguo en la majada de Busián», túmulos y restos megalíticos.

En cuanto a la descripción propiamente dicha, Mallo deja claro que, de las 17 figuras, trece han desaparecido, entre ellas las más interesantes (por ejemplo, la identificada con el número 9 y que ostentaba una posible representación humana). Con todo detalle, y dependiendo de las distintas rocas, el artículo habla de cazoletas, cruces de gran variedad de tipologías, motivos arboriformes, formas triangulares y cuadradas, trazos lineales, hoyos, herraduras, letras latinas (AFA, puede leerse en una), letras modernas, formas ahorquilladas, círculos y hasta grafías «que no parecen corresponderse con fórmulas epigráficas reconocibles». El autor se detiene en el antropomorfo de la roca 9, «con cabeza y extremidades inferiores y superiores, que parece portar o estar atravesado por una espada o lanza». «Recuerda a los antropomorfos de las ‘estelas de guerrero’ y ‘estelas diademadas’ características del Bronce final y principios de la Edad del Hierro», apunta. Esto es, que representaciones con, posiblemente, más de 3.000 años de antigüedad convivieron en este yacimiento con otras modernas, letras romanas y cruces alusivas, quizá, a los inicios del cristianismo, hasta llegar a inscripciones hechas en época contemporánea. Un sorprendente ‘retablo pétreo’ en el que hombres de muchas generaciones fueron dejando su huella y al que la ignorancia y falta de protección dejó sentenciado en desigual combate. Eso sí, todavía quedan cuatro rocas de difícil localización. ¿Qué pasará con ellas?

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