Diario de León

PATRIMONIO

La vida en 200 metros cuadrados

Permanece intacta desde los años cincuenta del pasado siglo, sorteando las mil renovaciones, cambios, mejoras y derribos habituales en el medio rural leonés en las últimas décadas. Es una casa tradicional de Vallecillo que resume a la perfección la vida autárquica de antaño y que ahora se restaurará con 200.000 euros para hacerla visitable y sede del proyecto contra la despoblación Playa 220

Vista exterior de la casa.

Vista exterior de la casa.

Publicado por
E. GANCEDO | VALLECILLO
León

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Si tuviera que decir una sola cosa sobre esta casa excepcional, diría ante todo que era una célula de autoproducción casi perfecta. Aquí, con ayuda de las fincas —no muchas— que tuviera la familia, lo hacían todo y poco más necesitaban. Era la vida, completa, en 200 metros cuadrados». Quien habla, Javier Lagartos, además de alcalde del pequeño municipio de Vallecillo (125 habitantes), es historiador y trabaja en el Museo Etnográfico de León, por tanto un buen conocedor de lo que el ayuntamiento que dirige acaba de salvar casi in extremis. Un inmueble que no es templo, ni castillo, ni palacio, ni cualquiera de esos espacios que acostumbramos a llamar patrimonio aunque sin duda habla de una forma más clara sobre lo que hemos venido siendo que los antes citados.

Por eso asombra que la rehabilitación de este hogar del sureste de León figure en la lista de proyectos aprobados por la Diputación dentro de su último y bien dotado Plan de Restauración del Patrimonio, al lado de cuevas, iglesias antiguas, murallas, casonas nobles y otros testigos ‘prestigiosos’ del pasado. Con sensibilidad para la historia de la vida cotidiana y familiarizado con esa casa a la que el tiempo y sus estragos iban orillando, Lagartos y su equipo llevaban tiempo fijándose en ella. «La tenemos bien documentada. Figura ya en el catastro de Ensenada, en el siglo XVIII», dice, y explica que hace tres años se pusieron como meta su salvación, a tenor del fatal estado en el que se encontraba. «Se la compramos a sus dueños, una familia que no vive aquí desde hace ya tiempo, y comenzamos a reparar lo que peor estaba». Gracias a algunas subvenciones de la Diputación, lograron arreglar las partes de la cuadra y del pajar situadas inmediatamente encima de una de las joyas del inmueble, la bodega subterránea, y ahora se felicitan de los 200.000 euros que llegarán gracias a la Diputación leonesa para convertir en realidad un plan que la haga visitable sin perder su esencia, y además sede permanente de esa curiosa iniciativa contra la despoblación rural y de estudio de la arquitectura tradicional que es Playa 220.

Lo primero que llama la atención de la casa son las pequeñas dimensiones de todas sus estancias o, por ejemplo, el hecho de que las puertas carretales sean el único acceso a la misma. Las ventanas originales son minúsculas y, las pocas que no dan al corral, orientadas al sur (una de ellas airea una despensa tan bien ideada que, al abrirla, se tiene la misma sensación que al abrir un frigorífico moderno). «Hay un par de paredes de ladrillo que no hubo más remedio que elevar porque las originales se venían abajo pero todo el resto está construido con los materiales tradicionales de la zona, empleados durante siglos: tapial, adobes para ángulos altos y paredes interiores, teja y madera de chopo. «Era una casa humilde, muy humilde», avisa Lagartos al tiempo que va mostrando las diferentes dependencias, con el corral o patio —aún cruzado por el canal de desagüe de la pila del fregadero— como distribuidor de todo el conjunto. La recoleta cocina se sitúa bajo el escolgadizo, una ampliación de la casa muy típica del siglo XIX, y en ella quedan la hornilla («el humero no, parece que hace tiempo se vino abajo») con la trébede azulejada encima, y algo realmente poco común: una cocina económica mínima, de solo una placa de aros.

«Aquí nunca llegó el agua corriente ni la luz eléctrica», informa el alcalde del municipio formado por Vallecillo y Villeza, y quien recalca el enorme valor etnográfico de este edificio que integra, en una misma unidad, «conjunto agropecuario y vivienda», emblemático de la arquitectura vernácula de ese área de Sahagún «que no es Tierra de Campos», y al que sus vecinos han venido llamando «páramo». Contigua a la cocina, para aprovechar su calor, está la alcoba del matrimonio y, al otro lado, la habitación donde dormiría toda la prole junta con los cuarterones intactos. La estrecha escalera de madera da acceso a una planta superior que servía para secar y guardar productos de la huerta y del campo y que permite ver, con asombroso detalle, todo el sistema constructivo del tejado en las llanuras leonesas, de zarzo o costana, o sea, de ramas y palos entretejidos y para el que aprovecharon hasta un escriño. Enfrente, en la parte más específicamente dedicada al ganado, están los pesebres de las vacas («tendrían cuatro o cinco»), la hornera y los colmenares hechos al uso de la comarca, o sea, embutiendo escriños en las paredes de tapial, cubiertos con tapas circulares de madera. Y encima de las cuadras, el sombrao o pajar con su correspondiente bocarón.

Debajo de esa sección es donde duerme uno de los tesoros etnográficos de la casa: una gran bodega subterránea picada en el suelo arcilloso con su huso, viga y lagar, amén de cuatro cubas grandes y dos tinos de construcción más reciente.

«Aquí tenían su huertín, su par de frutales, la leche de las vacas, los huevos de las gallinas, vino y pan, el gocho en su corte y poco más. Y así era la vida».

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