Adiós al unicornio de Laciana
Fallece el artista leonés Eduardo Arroyo a los 81 años Hoy será enterrado en la localidad de Robles.
verónica viñas | león
Combativo, inconformista y generoso. Pero, sobre todo, un soñador. Eduardo Arroyo, uno de los artistas imprescindibles del siglo XX, quiso ser leonés. Ayer fallecía a los 81 años y esta tarde será enterrado en Robles de Laciana, localidad a la que estuvo unido desde la infancia. «Hay dos cementerios. Yo quería el antiguo, pero un amigo me compró una tumba en el moderno. A mí me da igual. Yo quiero que me entierren frente a la montaña», dijo en una entrevista a este periódico. Con una salud maltrecha en los últimos años, no dejó nunca de pintar. Había nacido en el Madrid de 1937, bajo los bombardeos de la aviación franquista. Huérfano de padre a la temprana edad de seis años, sus abuelos le descubrieron un lugar mágico en León, en la tierra de los hombres de la Institución Libre de Enseñanza. «La muerte de mi padre siempre me ha perseguido. Fue en ese momento cuando mi abuelo se acercó más a mí y es entonces cuando comienzan mis años de infancia en Robles».
Su madre, que fallecía en 2015 a los 103 años, siempre le transmitió la tristeza por la pérdida de la casa familiar, construida en Robles de Laciana por los bisabuelos en 1830. En 1986 Arroyo recuperaba la añorada casona, que en aquel momento era una ruina y «el basurero del pueblo». Y comenzó entonces a tener mil sueños para esta localidad que, «por la desidia política y la apatía generalizada», nunca pudo cumplir. Tenía ganas de contar sus planes truncados, quizá presintiendo que el tiempo se agotaba. En julio llamó a Vanesa Araujo, periodista del Diario de León, para repasar los proyectos que emprendió, los que jamás pudo llevar a cabo y los que tuvo que abandonar, como el festival que durante diecisiete veranos convirtió Robles en un parnaso musical, gracias al apoyo de la pianista Rosa Torres-Pardo. Arroyo, que como escenógrafo había trabajado en los mejores teatros de Europa, quería construir aquí también un pequeño teatro, así como varias salas de pintura con obras de destacados artistas contemporáneos; e, incluso, un taller de costura que realizara trajes para el Teatro Real de Madrid, después de haber convencido a su director, Miguel Muñiz.
Este artista radical, que primero fue periodista, además de escenógrafo, caricaturista, escritor y apasionado del boxeo, tan sólo se consideraba un pintor, «un pintor que hace escultura, que hace escenarios o que va a la imprenta, pero ante todo un pintor». Su primera exposición, en 1963, fue clausurada por la censura. Años después, al ser nombrado comisario de la Bienal de Valencia, fue detenido en Italia y reclamado por el Tribunal de Orden Público. En España fue ignorado durante años. Primero sus obras tuvieron que colgar de los principales museos del mundo.
Al exilio por aburrimiento
Los seres imprescindibles que pueblan su obra, como sus unicornios o sus moscas, proceden del universo mágico de su infancia leonesa y, posteriormente, de una España que era «un país de moscas» cuando él, harto del régimen franquista que durante décadas tuvo narcotizado al pueblo, emprendió el camino del exilio. Un doloroso exilio interior y exterior. «Mis unicornios vagan desorientados por los valles de Laciana y Babia, sacian su sed en el pantano de los Barrios de Luna y se convierten en seres vivos de un solo cuerno frontal que levantan el hocico hacia Asturias...», escribió.
Siempre decía que se fue de España por «aburrimiento». En París se codearía con las vanguardias. Tras empaparse de surrealismo y arte pop, crea su propio discurso narrativo, en el que apuesta por el uso de la figura y una enorme carga crítica. Teatro, arte y literatura se titula su última exposición, que estará hasta el 18 de noviembre en el Torreón de Lozoya de Segovia, más de medio centenar de obras entre esculturas, estampas, libros y proyectos que realizó para producciones teatrales y operísticas. Hace sólo unos meses confesaba a este periódico: «Me angustia pensar en el último cuadro. Es una cosa curiosa. ¿En qué estado estará? ¿Estará casi terminado? ¿De qué tratará?». Lo cierto es que había empezado a pintar un gran cuadro sobre las grandes personalidades de la Revolución Soviética.
El año pasado la Fundación Maeght, que sólo ha dedicado exposiciones a cinco españoles en un siglo, le organizó una gran antológica. A él lo que le importaba demostrarse era que todavía era capaz de pintar cuadros de tres metros por dos. «Fue divertido hacerlo, porque algunos pensaban que me estaba muriendo...». Después, expuso en el Museo de Bellas Artes de Bilbao las últimas esculturas que hizo en Robles.
Premio Nacional de Artes Plásticas en 1982 y caballero de las Artes y de las Letras por el Gobierno francés, Arroyo, que consideraba a Velázquez su padre y admiraba profundamente a Goya, pensaba que a Picasso era «el más grande pintor para pintores».
León hace quince años que no le dedica una gran exposición. oyo. La última, titulada Suite Senefelder and Co ., la acogió en 2003 la Sala Región, aunque es cierto que la Fundación Cerezales le eligió para abrir su primera sede en 2009, en la que el artista se llevó a los personajes de su mitología, desde sus moscas, hasta su interpretación de Mickey Mouse. Este verano, el El Centro de Interpretación del Clima en La Vid de Gordón expuso obras de Arroyo junto a las de su amigo Jonás Pérez.