EXPOSICIÓN
Un paraíso para los veganos
Enrique Reche muestra sus naturalezas muertas en la galería Bernesga.
marcelino cuevas | león
Contemplando las preciosistas acuarelas de Enrique Reche el espectador se siente inclinado a contar historias. Viendo sus panes, de apetitosas texturas, uno se imagina al panadero que los amasó recordando con tristeza, en la nocturna claridad del horno de leña, como aquella mujer que tanto amó se fugó con un viajante. Y golpea y aprieta la masa como si quisiera estrangularla. Después, el fuego la convertirá en el sagrado pan que el artista pinta.
Y así sucede con las peras, los higos, os hongos, las uvas, las sandías, las flores. Todo un impresionantemente bello mundo vegetal, reflejado escuetamente, con un cuidado minimalismo, dejando que blanco enfatice el motivo. Y permitiendo que la imaginación del espectador se deslice a su alrededor recreando relatos, inventando historias.
Las soberbias pinturas de Reche hablan inexorablemente de virtuosismo, «Para mí —explica—, es relativamente fácil conseguir estos efectos de realidad. Llevo muchos años metiéndome de lleno en la figuración y el realismo y es con lo que más disfruto» El pintor siente a veces la tentación de salir del estudio, de dar un paseo escuchando el canto de los pájaros en vez de las notas sacralizadas de la música clásica, pero eso no significa que sus emociones vayan más allá de las naturalezas muertas que, en este caso repite pintando, en espléndidas acuarelas.
El vallisoletano Enrique Reche. Es uno de esos locos románticos que piensan que para hacer arte hay que buscar los cimientos en la belleza. Y que para pintar hay que estudiar profundamente las viejas fórmulas magistrales. Reche pinta como los clásicos, pero como ellos lo harían en pleno siglo XXI.
En cuanto a la técnica, Enrique Reche trabaja especialmente la acuarela, y lo hace con el cuidado exquisito de alguien que ha aprendido de la experiencia, que ha tenido que bucear en los clásicos para poco a poco ir construyendo su técnica propia. La primera mirada del espectador sobre sus lienzos, se encuentra con la espartana sencillez de sus motivos. «Con unas frutas y unas flores captadas, así -nos cuenta el artista- «en ese momento mágico en el que se pasa de la plenitud a la decrepitud, en la frontera entre la belleza extrema y la extinción de la vida se logra un efecto que nos habla de emociones, que resalta los sentimiento que aporta la belleza de la naturaleza».
Una rosa es una rosa, así de sencillo. Pero, qué difícil resulta pintar bien una rosa…