EL LIBRO DE LA SEMANA
'Lectura fácil': las revolucionarias discapacitadas de Cristina Morales
La ganadora del Premio Herralde de novela confirma un talento rotundo y, por momentos, deslumbrante
El último premio Herralde lleva dinamita dentro. La raíz anarquista de la explosividad que inspira esta novela de Cristina Morales (Granada, 1985) se plasma en la pintada callejera que aparece en la cubierta (y luego en el fanzine incrustado en el libro): Ni amo. Ni dios. Ni marido. Ni partido. Ni de fútbol. Las cartas boca arriba: estamos ante una novela escrita contra las diversas formas, bárbaras o sutiles, de alienación y represión, contra el orden político y moral establecido y, también, contra la literatura como producto hipocalórico e inocuo. Sin embargo, esta escritura a contrapelo, sublevada contra las trampas y coerciones que vulneran la libertad y la igualdad, escapa a las amenazas que podrían disminuirla: la solemnidad y la moralización (o la impartición de doctrina). En su lugar, flamea el humor, una comicidad descacharrante y gamberra que no merma en absoluto la fuerza crítica que impulsa la obra.
El engranaje de la novela se sustenta en una paradoja y en un más que plausible ejercicio de creación de voces. La paradoja estriba en que un grupo de cuatro discapacitadas intelectuales deban autogestionarse en un piso tutelado por la Generalitat. En las voces no solo cobran forma elocutiva las cuatro mentes averiadas de Ángels, Marga, Patri y Nati, sino que la deficiencia funciona como resorte de desinhibición propia y desenmascaramiento ajeno. Àngels, la mayor en edad y con menor discapacidad (solo un 40%), está escribiendo una autoficción en Whatsapp según el método de la Lectura Fácil diseñado para personas con dificultades de comprensión (el título alude a ello a la vez que ironiza sobre la facilidad —falsa— de la novela de Morales). Sus capítulos se trenzan con las declaraciones judiciales de las cuatro en el proceso por la demanda para la esterilización de Marga, cuyo 66% de retraso no le impide vivir su hipersexualidad (o ninfomanía) a destajo y pese a estar deprimida. Patri, prima de las anteriores, solo tiene un 52% de retraso, pero su logorrea socava casi cualquier posibilidad de comunicación eficaz (es hilarante la declaración ante la jueza). Su hermana Nati es la que padece la mayor disminución (un 70%), lo que es una ironía sangrante porque fue la única con estudios superiores que, para más inri, estaba trabajando en su tesis doctoral cuando se le fundieron los plomos. Ella es la portavoz de los discursos más radicales y enrevesados —como mujer leída— contra el fascismo y el machismo rampantes que detecta por doquier. Ha sido un acierto de la autora orillar el principio de verosimilitud para que estas hablas descentradas tuvieran toda su potencia subversiva.
A través de Marga se introduce en la novela el mundo de la PAH, los ateneos libertarios, la okupación y las asambleas desatinadas, mientras que Nati, que ha bailado desde la infancia, trae consigo el ámbito de la danza, aunque la elegancia corporal y la armonía de movimientos han sido sustituidos por las carencias y rigideces de unos discapacitados en un curso de danza terapéutica. Ambos entornos son perfectos blancos para el despellejamiento satírico que practica Morales. Su camaleonismo estilístico proporciona a la novela diversidad y diversión y la carga de profundidad contra rutinas de pensamiento y prácticas sociales, incluidas las de la izquierda podemita, la dota de una capacidad revulsiva que no puede dejar indiferente al lector. Cristina Morales confirma un talento literario rotundo, desparpajado y, por momentos, deslumbrante.