ENTREVISTA
El secreto del exterminio judío que Hitler ocultó a Goebbels
El historiador Florent Brayard argumenta en un libro que el führer y Himmler ocultaron hasta 1943 el asesinato masivo de judíos a altos jerarcas nazis
Que hasta octubre de 1943, cuando celebraron la conferencia de Posen, Hitler y Himmler habían ocultado a Joseph Goebbels, ministro de Propaganda del Tercer Reich, y a otros altos jerarcas nazis, que desde abril de 1942 habían prácticamente llevado a término el asesinato sistemático de judíos alemanes en los territorios del Este es la novedosa revelación que el historiador francés Florent Brayard (1967), uno de los más eminentes expertos en Holocausto, realiza en ‘Auschwitz: investigación sobre un complot nazi’ (Arpa), basándose de forma especial en los diarios íntimos de Goebbels.
Ya en el 2004 el autor avanzaba una relectura de las decisiones que llevaron al extermino en ‘La solución final de la cuestión judía’. Ahora, mientras dirige la versión francesa de la monumental edición crítica y anotada del ‘Mein Kampf’ ('Mi lucha') de Hitler, lanzada en Alemania en el 2016 no sin polémica, recuerda en Barcelona que “los historiadores han dependido mucho de los presupuestos que surgieron durante los juicios de Núremberg sobre cuándo se tomó la decisión. Creíamos que la conferencia de Wannsee, en enero de 1941, era el momento en que Heydrich informó al conjunto del Estado nazi del asesinato premeditado de judíos. Pero los presentes siguieron hablando de la solución final como de la transferencia de judíos hacia el Este sin que fueran necesariamente asesinados”. Heydrich estableció que allí serían sometidos “a trabajos forzados y condiciones sanitarias terribles, lo que haría aumentar la mortalidad de forma natural” y así, “en 20 o 30 años lograrían la extinción total de los judíos de Europa”.
Eso fue en enero, pero en abril, opina Brayard, Hitler y Himmler decidieron que esa extinción debía ser inmediata y la compartieron con un “estrecho círculo” de elegidos, entre ellos, Heydrich y Hermann Göring. Un año y medio después habían logrado mantener el secreto incluso ante Goebbels, estrecho colaborador del Führer. “Por sus funciones en el Ministerio de Propaganda no tenía necesidad de ser informado. En cambio, sí debían saberlo, por ejemplo, el mando de las SS Herbert Backe, encargado de la gestión de los recursos alimentarios para guardar o no comida para el millón y medio de judíos polacos. De igual modo, Albert Speer, ministro de Armamento, que se ocupaba también de la mano de obra en Polonia y para el Gobierno, necesitaba saber si dispondría de trabajadores judíos”. Los que trabajaban en los campos de exterminio, apunta “estaban sometidos a cláusulas de confidencialidad tremendas”.
En Posen, al conocer el verdadero alcance de la solución final, la reacción de Goebbels, furibundo antisemita, explica, “fue primero de sorpresa y turbación para a continuación racionalizar la necesidad ideológica de esas acciones y acabar justificándolas”. Según Brayard, los motivos de ese “secretismo superlativo” hay que buscarlos en “las protestas de la sociedad alemena que en 1941 recibió el régimen nazi tras conocerse que desde octubre de 1939 venían ejecutando el Aktion T4, programa que tenía como objetivo eliminar a los enfermos mentales”. Preservación de la pureza de la raza al margen, “para la moral nazi, aquello era justificable en tiempos de guerra -añade- para liberar camas de hospital, pero para la población era un asesinato totalmente condenable”. “El miedo a que protestas como aquellas se repitieran también llevó a Hitler a delimitar el tiempo para el exterminio de judíos en el periodo de un año. Querían ser más rápidos que la posible circulación de rumores”.
JUDÍOS DEL ESTE Y DEL OESTE
Sin embargo, recuerda el historiador, es esencial diferenciar entre los judíos de los territorios del Este europeo, que para los alemanes significaban el enemigo y eran muy diferentes a ellos, de los judíos alemanes, “que eran amigos, vecinos, hablaban el mismo idioma, vestían igual...” y por ello su asesinato masivo “podía provocar la misma reacción que eliminar a enfermos mentales”.
De hecho, “las masacres de judíos del Este venían sucediéndose desde 1941 con el inicio de operación Barbarroja -la invasión de la Unión Soviética-, efectuadas por los Einsatzgruppen, tropas especiales nazis, que tenían permiso para hacer fotos y explicarlo a sus familias en las cartas y cuando volvían a casa. Y el Estado informaba regularmente de ello a la población y a la administración alemana”, cuenta Brayard, miembro y exdirector del Centro de Investigaciones Históricas de Francia. Sobre los judíos alemanes y occidentales, en cambio, la población solo sabía que eran deportados al Este, a guetos o reservas lejos de Alemania. No les decían que los iban a exterminar inmediatamente.
La sociedad alemana siguió sin ser informada oficialmente de la maquinaria asesina llevada a cabo en las cámaras de gas de Auschwitz, Treblinka o Sobibor después de la cumbre de Posen de 1943. Allí, Himmler había desvelado a los altos mandos presentes el complot iniciado año y medio antes, les “dejó claro que todos eran responsables” del extermino indiscriminado de judíos y añadió que “debían llevarse el secreto a la tumba”.
¿Qué llevó a Hitler a mutar la idea de la extinción lenta en campos de trabajo forzado a la del exterminio rápido? “No hay fuentes concluyentes -lamenta-. Pero la lógica nos lleva a pensar que si para él la confabulación judeo-marxista privó a Alemania de la victoria en la primera guerra mundial, cuando en 1942 ve que puede acabar perdiendo la guerra, cree que si mata a todos los judíos tendrá más posibilidades de ganar”.
EL AUGE DE LA ULTRADERECHA
Ante el auge de la extrema derecha en el mundo, avisa Brayard de que “el resurgimiento del antisemitismo hoy nos debe inquietar a todos y hay que estar atentos”. Sin embargo, no cree que haya que establecer comparaciones pues recuerda que “los niveles antisemitas de los años 30 están por suerte muy lejos de los de hoy” pues el nazi fue “el programa de violencia política más extrema jamás imaginado”.
De ’Mein Kampf’, del que ahora dirige la edición crítica y anotada, opina que pese “a la mediocridad literaria del libro, muestra que el pensamiento de Hitler era muy coherente”. “Eso no significa que siga siendo peligroso -se apresura a añadir-. Habla de una época muy concreta y alejada de nosotros. Aunque debo reconocer que siempre hay un peligro al difundir propósitos racistas”.