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una de historia

Un embajador contra Franco

Claude G. Bowers abogó por la intervención internacional tras comprobar el apoyo de Hitler y Mussolini al ejército rebelde Arzalia publica las memorias del político.

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daniel roldán | madrid
León

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«Hemos cometido un error. Usted ha tenido razón en todo momento». Con estas dos frases soltadas a bocajarro, el presidente Franklin Delano Roosevelt dejó descolocado a Claude G. Bowers. Ni siquiera había tomado posesión de la una de las sillas de invitados del Despacho Oval de la Casa Blanca cuando el presidente, desde su escritorio, reconocía un error ante su embajador en España entre 1933 y 1939. ¿En qué se había equivocado Roosevelt? En la primavera de 1939, cuando el inquilino de la Casa Blanca recibe a su representante en España, la guerra tenía un claro vencedor. Un día como mañana de hace 80 años, el general Francisco Franco anunciaba la victoria del llamado bando nacional. Un triunfo con el que contó con la ayuda inestimable de las tropas italianas y alemanas de Benito Mussolini y Adolf Hitler.

Tal vez, Roosevelt concedió a su embajador una pequeña victoria. Bowers había defendido con ahínco la necesidad de intervenir. «Una vez que la participación activa del Eje se hizo notoria, mi simpatía estuvo con los republicanos y su ideología democrática. Si la lucha se hubiera limitado solamente al enfrentamiento entre españoles ante el dilema de monarquía o república, yo habría podido contemplarla con objetividad», señala Bowers en el prólogo de Mi misión en España, unas memorias que publica Arzalia ahora en español, pero que al propio Bowers (Westfield, EE UU, 1878-Nueva York, 1958) le costó también publicar en vida.

Después del conflicto español, llegó la Segunda Guerra Mundial; y el político estadounidense —no era diplomático, algo muy habitual en las administraciones estadounidenses— no ceja de criticar al primer ministro británico Neville Chamberlain por sus cesiones ante Hitler. No convenía, en pleno conflicto mundial, minar la alianza angloamericana y el libro se mantuvo en un cajón hasta 1953.

Durante los seis años de misión en España, Bowers dedicó la mitad a empaparse de la cultura española —no sabía hablar nada de castellano cuando llegó— e intentar conocer el país en el que iba a estar destinado y se rebeló contra la sensación de algarada que existía en la Segunda República. Conoce, además de sus gentes, a todos los políticos importantes de la época: Pasionaria, Calvo Sotelo, Primo de Rivera, Romanones, Aguirre, Azaña o Negrín. La segunda parte del libro la destina a contar la Guerra Civil desde Francia.

A Bowers, como a gran parte del cuerpo diplomático destinado a España, el levantamiento del 18 de julio le pilló de vacaciones en San Sebastián o sus alrededores. De ahí se trasladó a San Juan de Luz, en el sur del país vecino, donde gracias a su red de contactos y del escaso personal que permanecía en Madrid siguió los pormenores del conflicto. Y, poco a poco, va alertando del poderío militar que están prestando Alemania e Italia a Franco. «Hitler y Mussolini no escatimaban el material a su aliado. Enseguida los fascistas iban a disponer, en algunas partes del frente, de un cañón cada veinte metros. Tendrían diez y después veinte aviones por uno de los leales (...); y en cuanto a artillería pesada, la diferencia sería entre una gran abundancia y nada», escribe el embajador sobre la última ofensiva de las tropas sublevadas en Cataluña.

‘Colaboración’

La guerra comienza a tocar a su fin, aunque todavía quedaba margen al milagro. «Los republicanos mantenían sus esperanzas en el levantamiento del embargo por los Estados Unidos. La desvergonzada parcialidad de los ‘no intervencionistas’ era bien sabida en Washington. Al final, escribí personalmente a Roosevelt para decir que, sin desearlo, nuestro embargo nos convertía en un precioso colaborador de las potencias del Eje», indica el político que, además, defiende su postura.

«Yo verdaderamente no tomé partido hasta la llegada de aviones italianos y técnicos e ingenieros alemanes, algo que demostraba claramente que el Eje estaba haciendo la guerra contra la democracia española, lo que se hizo evidente antes de que transcurriera un mes de comenzada la guerra; y en tanto que liberal, no tomé partido como tal, sino como demócrata, puesto que no podía haber más que un lado para un demócrata», insiste Bowers, que el 4 de marzo de 1939 se subía al Queen Mary para regresar a Estados Unidos. Solo volvería después a San Juan de Luz para cerrar la embajada.

En París se encontró con el doctor Juan Negrín, el último presidente de la República. «Estaba sereno, sin muestras exteriores de amargura, mientras me contaba los últimos acontecimientos. Parecía sinceramente asombrado cuando me preguntó por qué las grandes democracias habían estado tan sombríamente dispuestas a atar las manos del Gobierno que habían reconocido como legal en su lucha contra el Eje.