Diario de León

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El cristal mágico de los romanos

Miguel Ángel Blanco recrea en el Museo Arqueológico Nacional el embrujo del ‘lapis specularis’ que iluminó las vidas, las casas y edificios públicos del imperio .

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miguel lorenci | madrid
León

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Las legiones romanas vigilaban con celo las minas de lapis specularis en Cuenca y Almería hace dos milenios. Esta piedra mágica y simbólica, yeso cristalizado, fue fundamental para el imperio. Gracias a esta roca blanda y translucida Roma iluminó las hasta entonces oscuras dependencias de sus casas, templos y edificios públicos. También la vidas y almas de sus ciudadanos.

Dos milenios después el artista Miguel Angel Blanco (Madrid, 1958) recrea su embrujo y celebra sus propiedades místicas, rituales y físicas en la exposición Lapis specularis. La luz bajo la tierra, la primera intervención de un artista contemporáneo que acoge el Museo Arqueológico Nacional (MAN). Estará en cartel hasta el 23 de julio en el Patio Romano del museo y viajará luego al Museo Nacional de Arte Romano de Mérida y a Italia.

Las minas de lapis specularis, también llamado espejuelo, se concentraban en torno a Segóbriga (Saelices, Cuenca) y en Arboleas (Almería). Desde allí se exportaban a las grandes ciudades del imperio, donde se utilizaba como vidrio y para engalanar e iluminar el suelo de los espacios públicos en los grandes fastos. Y a esas minas, hoy solo atracciones turísticas, ha recurrido Blanco para su intervención.

Fue el lapis una materia prima extremadamente valorada que se explotó desde el principado de Augusto al Alto imperio, los siglos I y II antes de Cristo. Blanco le devuelve ahora su valor material y simbólico, colocándola entre los bustos mutilados y erosionados de emperadores y emperatrices como Adriano, Trajano, Livia, Popea, Nerón, Druso, Marco Antonio o Antonino Pío. Su uso fue «una revolución» que permitió cambiar los postigos de madera por paneles translucidos, además de «una herramienta de comunicación con los muertos y dioses del inframundo» y un elemento de celebración. «Se pulverizaba y espolvoreaba en el circo y en el foro para aporta luminosidad», destaca Blanco. Plinio el Viejo cuenta como se recubría con polvo de lapis el Circo Máximo en los juegos «para embellecerlos con los brillantes reflejos de los espejuelos y conseguir una blancura más agradable».

Con un enfoque «más visionario que arqueológico», Blanco explora hoy las cualidades «plásticas y poéticas» de este sorprendente mineral «que nunca antes había sido tratado como material creativo».

Blanco, que fusiona desde hace décadas arte y naturaleza, indaga en los aspectos mágico, ritual y de sortilegio del noble y olvidado lapis. Con espejuelo y otros legendarios minerales cristalizados, como la selenita, el espato de Islandia o el cuarzo, ha realizado Blanco los 23 nuevos ‘libros-caja’ que expone en el museo y que se suma a su Biblioteca del bosque, integrada por 1.191 ‘volúmenes’ que contienen todos los reinos naturales. En la sala del Foro Romano del Arqueológico ha situado también gran bloque de lapis procedente de Almería «que toma cuerpo entre los dioses y emperadores y reclama su lugar en la historia». También un tondo, una suerte de ventana circular que deja penetrar en la sala la luz sobrenatural que procede del subsuelo, entre las estatuas sedentes de la emperatriz Livia y su hijo Tiberio.

Blanco había mostrado ya parte se su ‘ecobiblioteca artística’ inicia en 1985 en museos como el Prado, Thyssen-Bornemisza y Romántico además de la Biblioteca Nacional.

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