Diario de León

MARTA SANZ | ESCRITORA

«Tengo tendencia a autoparodiarme»

Dibujo de Marta Sanz realizado por Fernando Vicente.

Dibujo de Marta Sanz realizado por Fernando Vicente.

León

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Vidas cruzadas, fauna urbanita que ocupa las mismas calles pero en planos paralelos. Así es ‘Retablo’, el nuevo libro de Marta Sanz, inteligente, ácido, crítico y con un enfoque feminista, como el pregón que la escritora pronuncia hoy, a las 19.30 horas, para inaugurar la Feria del Libro de León.

—¿Le molesta que la llamen la escritora de lo desagradable?

—En absoluto. En mis novelas o en mis cuentos reflejo puntos oscuros en los que no queremos fijarnos, lo que ocurre es que trato de hacerlo con cierto sentido del humor.

—¿Con qué fauna urbanita se identifica de las dos que refleja en el libro?

—Con ninguna de las dos. Lo que quiero dibujar es esa zona de conflicto entre la transformación vertiginosa de nuestras sociedades, desde modelos de consumo y culturales de la época analógica hacia el momento digital. Hablo de las contradicciones que genera la convivencia en un espacio reducido entre personas con costumbres y hábitos muy diferentes. No pretendo hacer una apología de la vuelta a nuestras rancias raíces y al caldo de gallina, pero tampoco me gustaría sucumbir ante los avances que están cambiando nuestras maneras de relacionarnos, porque eso me parecería igual de papanatas. Hay que ver todo de una manera más compleja y menos simplificadora.

—¿Otro mundo es posible?

—Espero que sí. Escribo libros porque tengo la esperanza de que otro mundo más justo, libre e igualitario es posible. Me siento identificada con el pensador italiano Antonio Gramsci, que decía que conviene ser pesimista en el pensamiento y optimista en la voluntad. Miro a mi alrededor y evalúo la realidad, por eso me fijo en esas zonas de sombra que algunos pueden calificar de desagradables, pero lo que intento, con los libros que escribo de manera optimista, es incidir en esa misma realidad que me está inspirando.

—Con el auge del fascismo al que estamos asistiendo, al final parece que estamos condenados a repetir la historia...

—Tenemos que intentar generar mecanismos de resistencia e intentar demostrar con nuestra capacidad para el diálogo, con los libros que escribimos, con nuestra manera de expresar los vínculos fuertes entre las comunidades, que es posible vivir y hacer política y entender la literatura de una manera racional, que nos aparte del mundo de la visceralidad, del bulo y del fascismo que crece por doquier.

—Siempre se apela a la cultura para superar, por ejemplo, la oleada ultraderechista. Pero la gente tiene ahora más información y más estudios.. .

—La gente tiene mucha información y estudia más, pero han cambiado las formas de procesar la información, ha cambiado el ritmo y la velocidad de concentración, y ha cambiado un modelo educativo que parece que solo responde a las necesidades de un sistema económico perverso, que expulsa a muchísima gente; de forma que la educación está bastante devaluada. Hay muchos chavales que piensan que no por el hecho de estudiar o por ser más cultos se van a ganar mejor la vida. Vivimos en una sociedad que hace un elogio permanente de la ignorancia. Desde la cultura y desde los sistemas educativos tenemos que propiciar unas formas de lectura que hagan a la gente desarrollar su conciencia crítica. No sería un modelo adaptativo ni resiliente, sino un modelo educativo que desarrolle el pensamiento crítico y nos permita transformar todos los aspectos de la sociedad que nos hagan infelices. Es muy difícil colocarse en posiciones incómodas que lleven la contraria al pensamiento dominante, pero ese es, precisamente, el espacio de la cultura y, en gran medida, también el de la educación.

—¿Dará hoy en León un pregón feminista?

—Todo lo que hago es feminista. Todos los textos, en gran medida, son autobiográficos, porque reflejan las formas de pensar, las pulsiones y las inquietudes de quien los está emitiendo. Soy una mujer con conciencia feminista, así que algo se va a notar en el pregón. Lo que pretende ser el pregón es un estímulo a ese ejercicio de la lectura crítica, que, además, puede traernos mucho placer. He intentado hacer un pregón un tanto irónico, porque se parte de la certeza de que es imposible no leer, porque estamos en un mundo en el que nos pasamos la vida es leyendo. Leemos caras, gestos, menús de los restaurantes, mensajes del móvil...

—¿Le pondría Felipe IV a una mascota que apreciara?

—No, porque soy republicana. Los personajes que se van colando en la ficción no tienen por qué responder exactamente a tus gustos y preferencias. Creo que me parezco poco a las dos protagonistas de Extraños en un tren (versión amarilla). Con esas dos señoras he querido retratar, con cierta acidez, la precariedad y la soledad a la que están condenados normalmente los seres humanos más vulnerables de la sociedad.

—¿El humor nos salva de la solemnidad o de cosas peores?

—El humor, naturalmente que nos salva de la solemnidad, pero también de cosas trágicas como la impostura o vivir la vida de una manera conforme y un poco tonta. Para mí, el humor es una manera de enfocar la realidad, agrandando de manera deformante lo que la realidad tiene de negativo o de triste o de injusto e insolidario; con lo cual, es una lente poderosísima para construir la conciencia y la lucidez tanto de quienes leen como de quienes escriben.

—¿Usted se toma en serio?

—No, porque de lo contrario difícilmente escribiría textos humorísticos. Tengo bastante tendencia a autoparodiarme en los libros autobiográficos que escribo. En mis novelas Lección de anatomía y Clavícula a través de la revisión crítica y humorística de mi vida intento salir de mi ombligo y hacer un retrato de la sociedad que me ha tocado vivir. No suelo tomarme en serio, porque no creo que fuera muy saludable para mí.

—¿Al final todas las ciudades, por desgracia, se parecen?

—Se parecen por efecto de la globalización. Estamos viviendo un momento histórico y cultural en el que tenemos la sensación de que hay una especie de sábana que lo homogeneiza todo. Caminamos por el centro de las ciudades y nos encontramos con las mismas franquicias, las mismas marcas... eso desdibuja la idiosincrasia y la peculiaridad cultural que pueden tener diferentes espacios y convierte casi todas las ciudades en lugares descoloridos. Por eso en estos dos cuentos he querido reivindicar los colores. En este sentido, las ilustraciones de Fernando Vicente son absolutamente magníficas.

—¿Por qué le va tanto el género negro?

—Utilizo el género negro en el primer relato; y en el segundo, el terror. En el primero hay una referencia muy explícita a la obra de Patricia Highsmith; y desde el punto de vista de las ilustraciones, hay una reformulación de las películas o de la estética de Hitchcock. Y el segundo relato es una versión madrileñizada del cuento de Ambrose Bierce Aceite de perro. Intento buscar en los referentes culturales que ya existen un punto de partida para adaptarlos a las nuevas realidades.

—¿Cómo fue la elección del ilustrador?

—-El editor Juan Casamayor me propuso la edición de estos dos cuentos y me preguntó qué tipo de ilustración consideraba la más adecuada. Le dije que figurativa y realista, donde el color fuera un elemento de deformidad de ese realismo que nos hiciera fijarnos en esos elementos desagradable, con humor... Inmediatamente me contesto: me estás hablando de Fernando Vicente. Él hizo suyos los relatos y creo que ha hecho unas ilustraciones que enriquecen los textos. Creo que los dos bailamos muy bien juntos.

—¿El título del libro, ‘Retablo’, es por alusión al ‘Retablo de las maravillas’?

—Alude a esa composición del mundo que se hace a partir de elementos diferentes, pero que no dejan de unificarse en un todo. Queríamos iluminar distintas escenas y personajes, como puede ocurrir en los retablos.

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