«Conocí a un hombre que fue criado por lobos»
CLARA OBLIGADO / ESCRITORA
Nacida en Argentina y exiliada en España desde los setenta, Clara Obligado puede que se sienta extranjera en todas partes, pero construye un Madrid de vecinos increíbles, pero reales, en ‘La biblioteca del agua’. La reina del relato breve desembarca hoy en la Feria del Libro de León con un puñado de buenas historias. Hablará sobre ‘Si pudiera ser un indio’, a las 19.30 horas.
—¿Alguna vez ha tenido unos zapatos rojos como los que aparecen en el libro?
—Tuve unos zapatos bien bonitos, hace por lo menos mil años, pero no tan espléndidos. Los que aparecen en el cuento y abren el libro son de una amiga, aunque están un poco mejorados por exigencias del guion. Lo curioso es que, cuando terminé la historia, justo enfrente de la casa donde sucede el episodio de los zapatos, había en el escaparate algo bastante parecido a esta maravilla, lo que demuestra que basta con escribir algo para que se convierta en realidad.
—Hacer que el libro sea un palíndromo exige un esfuerzo sobrehumano, ¿no?
—No tanto. Es parte de una investigación formal que llevo años realizando con la estructura completa de un libro de relatos. Cuando escribí El libro de los viajes equivocados organicé las historias como si fueran una espiral, enganchándose unas con otras. La muerte juega a los dados es un puzzle, donde todo cuento encaja con otro. Este es el tercer libro del experimento, y me gustaba la idea de que a La biblioteca de agua se pudiera entrar por cualquier cuento, por cualquier espacio, recorrer las calles de la ciudad que voy pintando eligiendo el camino y el momento. Es así como conocemos las ciudades, perdiéndonos en ellas, yendo del presente al pasado, imaginando el futuro, entrando o no en sus museos o en sus callejuelas. El libro muestra que somos lo que somos hoy, pero también la sumatoria de lo que fuimos, de las historias que nos sucedieron a nosotros y a otros. Si empiezas el libro desde el principio, ves el presente de la ciudad, pero luego el libro retrocede hasta los orígenes. Y si lo empiezas desde el final, ves crearse la ciudad. Es un efecto que demuestra que el orden de los factores altera el producto. Mis últimos libros son un experimento entre el cuento y la novela, intento trabajar en un género mestizo con las virtudes de ambos.
—¿Se siente española, argentina o un exiliado acaba por no tener patria?
—Yo me siento extranjera. Por supuesto que quiero a mi país, Argentina, y también quiero a España, mi lugar de adopción, y donde vivo hace tantísimos años, pero integrarse en una nueva realidad nunca es fácil, aunque nos guste decir que recibimos bien a los extranjeros. Es una experiencia dura, que te hace cambiar, porque modifica tu identidad. No es exclusiva de mi biografía, hoy mucha gente se ve obligada a dejar su país y creo que sabrán bien de lo que estoy hablando. Una vez que el tiempo pasa, uno termina siendo extranjero en todas partes. Cosa que tampoco está mal, porque nos hace sentir un alto grado de libertad.
—¿Hay mejor relato que un gol de Messi?
—No me gusta el fútbol, y no deja de sorprenderme que hayan dicho que soy una «Messi del relato». Supongo que es un gran elogio, y lo agradezco. Es posible que haya arte, puntería y fuerza tanto en un buen gol como en un buen cuento.
—En León hay muy buenos cuentistas, ¿alguno está entre sus escritores favoritos?
—Admiro y respeto mucho a José María Merino, uno de los escritores más generosos que conozco. Me gusta, cómo no, Antonio Pereira, Juan Carlos Mestre o Pablo Andrés Escapa, pero nombrar escritores es siempre injusto, porque hay algunos a los que simplemente no has leído, y otros a los que tienes afecto personal, así que los valoras doblemente.
—¿Qué es lo más divertido de una feria del libro?
—En las ferias siempre te pasan cosas curiosas, porque sales del anonimato, que es lo usual en alguien que escribe, ya que necesitas silencio y concentración, y entras en un mundo ruidoso y variado. Una vez me pidieron que firmara un libro de Almudena Grandes. Yo le dije a la persona que me lo pedía que yo no era Almudena, pero insistió tanto que, finalmente, puse en la primera página: «Para fulanita, con todo cariño, Almudena».
—¿De dónde saca los argumentos para los relatos?
—No me cuesta pensar argumentos, eso es fácil; lo difícil es escribir un buen cuento, y eso se logra solo a veces. Trabajo mucho, corrijo, pienso, le doy vueltas. Intento ser todo lo honesta que pueda. A veces hay cuentos que funcionan, que conmueven, y ese es el gran premio.
—¿Realmente ha tenido unos vecinos tan originales como los que desfilan por el libro?
—Sí. Cuando llegué a España Franco acababa de morir, yo era extranjera, joven, y la gente me contaba historias, posiblemente porque pensaban que yo las iba a repetir. Muchos de los personajes que habitan La biblioteca de agua son reales, y constituyen mi homenaje a unos vecinos muy especiales con los que conviví durante algunos años. Conocí a un hombre que había sido criado por los lobos, mi vecina venía del Francia, exilada de la guerra. Arriba vivía una pianista ya muy anciana, muy generosa, y escuchaba su música bajar por la escalera.. Me gusta escuchar, y eso ayuda a crear historias.
—Ha dado talleres de escritura. ¿Cuál es la primera regla que enseña?
—Creo que lo único que realmente se puede enseñar es a leer bien, y a leer bien lo que escribes. Si lo consigues, otra enseñanza importante es la modestia, tan fundamental para aprender en una carrera tan dura como la nuestra. También hace falta una pizca de soberbia, para sobrevivir a los altibajos del oficio sin desmoronarse. Creo que, con estos elementos, y mucha paciencia, uno está preparado para ser escritor. Luego, la suerte dirá.
—¿Se declara devota cervantina?
—Leí El Quijote con once años, en Argentina, la versión completa. Posiblemente no lo entendí del todo, pero me enamoré de él. Luego lo he leído varias veces y es uno de los libros más apasionantes que conozco. Allí está la literatura del pasado, y la del porvenir, el pueblo llano, y la alta cultura. La energía que hace falta para ser idealista, y también la mejor descripción del fracaso que he leído nunca. Mi libro es un homenaje a Cervantes, y dice, en realidad, que lo único que verdaderamente nos reconforta es la literatura, libros como los que él escribió.
—¿Tiene un lugar favorito de Madrid o de España?
—Me gusta mucho Madrid, y me gusta mucho España. Aprendí a quererlas a ambas, y me gustan también mucho otros lugares. Este verano estuve en Guatemala, y volví enamorada. No me molestaría nada una temporadita en México. Roma… Bueno, hay tantos lugares favoritos en el mundo que es difícil sintetizarlos. Mi lugar favorito, tal vez, es el bar en el que desayuno cada mañana. Le presto libros al camarero para tener temas de conversación, y los comentamos. Estamos aprendiendo mucha literatura.
—¿Cree que de alguna manera el relato breve sigue siendo el hermano menor de la novela?
—Nunca lo he pensado. De hecho, he dejado de escribir novelas, al menos de momento, porque buscaba un género más experimental, más difícil, donde pudiera ensayar otras maneras de contar. Hay autores, enormes, que nunca han escrito una novela, como Borges, por ejemplo. Ni falta que le hace.
—¿Conoce León o esta es su primera visita?
—He venido ya varias veces a León, casi siempre invitada por Natalia Álvarez, que siempre me propone planes que me apetecen mucho; es una gran agitadora cultural y una persona estupenda. Me lo paso muy bien, pero nunca vengo con demasiado tiempo, y siempre fantaseo con hacer un viaje por toda la zona. Por desgracia, todavía no lo he hecho.
—Juan Gelman tuvo una vinculación muy especial con León y sus escritores —recibió el Premio Leteo poco tiempo antes de fallecer—. ¿Está entre sus ‘dioses’ o es más de Borges?
—Conocí a Juan Gelman en Madrid, a finales de los 70, era una persona muy particular. Pero tengo que reconocer que Borges me enseñó muchas cosas, y que me resultaría muy difícil bajarlo del altar mayor. Tal vez porque Borges, además de poeta, era cuentista, y en él está, creo, casi todo lo que tiene que aprender quien quiera practicar este apasionante género pequeño.