Diario de León

OBITUARIO

Adiós al ‘chatín’, el gran galán del cine español

El Teatro Jovellanos de Gijón acoge la capilla ardiente de Arturo Fernández.

Imagen de Arturo Fernández en el Teatro Jovellanos. J.L.CEREIJIDO

Imagen de Arturo Fernández en el Teatro Jovellanos. J.L.CEREIJIDO

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concha barrigós / teresa abajo | madrid
León

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«He sido y soy un hombre fundamentalmente feliz. ¿Cómo no serlo? Trabajo en lo que me gusta, tengo una familia maravillosa, gozo de buena salud para mi edad, me siento a gusto conmigo mismo porque sé que no he hecho mal a nadie, al menos a sabiendas. ¿No es para sentirse feliz?». Arturo Fernández cerraba con estas palabras una entrevista, probablemente la última que concedió, poco antes de cumplir 90 años. El actor fallecía ayer

por las complicaciones de un tumor en el estómago y hoy su capilla ardiente se instalará en el Teatro Jovellanos de Gijón.

Arturo Fernández dedicó 68 de los 90 años que cumplió en febrero a ser en la escena y en la vida «un galán», es decir un buen actor con un «buen porte» de nacimiento, pero su popularidad se la ganó a pulso con su sinvergonzonería elegante y una vis cómica que se resumía en su grito de guerra: «chatina».

El primer trabajo del «mastroianni gijonés» fue en el cine en 1951, hizo su primera función en 1954 y creó su propia compañía en 1961: «después de 58 años es la que lleva más tiempo sobre el escenario en la historia del teatro en España y eso sin haber pedido jamás una subvención», decía. Cuando empezó como empresario teatral, lo hizo con Dulce pájaro de juventud, el drama de Tennessee Williams, con el que consiguió varios premios en 1962, aunque en los momentos dramáticos los espectadores «se partían de risa» y eso ya le dio «alguna pista» de que lo suyo lo mismo era la comedia.

Otra vez fue contratado para una obra «magnífica» de Joaquín Calvo Sotelo, pero el problema era que se trataba de «una comedia dramática después del gran éxito de ¿Quién soy yo?’ -1970-, de Juan Ignacio Luca de Tena». «La gente no quiso verme, y el culpable era yo, porque no querían verme en algo muy dramático. Te das cuenta de que te tienes que apartar y de que lo tuyo es la alta comedia, siendo mucho más difícil de interpretar que un drama, y que hay que saber elegir a los autores», asumía.

Tuvo siempre mucho éxito con sus trabajos porque, explicaba, siempre había tenido «ojo» al elegir a los autores y llenó los teatros con títulos como La montaña rusa, Pato a la naranja, Esmoquin o Los hombres no mienten.

«Meto a los personajes en mi piel, no al revés. Así nunca me ha costado trabajo interpretarlos. Todos los personajes que he hecho he sido yo», aseguraba. Estuvo encima de los escenarios hasta marzo pasado, cuando tuvo que suspender la gira con la que llevaba dos años las funciones previstas en Zamora de Alta seducción porque le dolía mucho la espalda, de la que ya le habían operado hacía unos años. Este «madurísimo», que presumía de sus comedias «olían» a «chanel» y tenían glamour, era de una generación que «a quien tenía un traje se le aplaudía por la calle».

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