«León da para pintar toda la vida»
Sería exagerado decir que la pintura le salvó la vida, pero sí se podría afirmar que le ayudó a vivir. El resto es arte. Esto último, que lleva con huidiza modestia, y que hace hasta intenso arrancarle su versión artística para no solo oírle que hay pintores más importantes en León. Claro, pero lo específico de José Ramón Rodríguez, nacido en 1964, es León y su mirada virtuosa. Un pintor de lo local que encuentra en nuestra capital un filón infinito, según asegura. A plumilla, grafito, carboncillo, lápiz, rotring... Y León y sus rincones, monumentos, calles... Vende, si le compran, pero no ejerce de ejecutivo agresivo de su obra. Aunque tendría clientela, por lo hecho o por encargo. Y pintando León, pinta siglos. Y logra, este además delineante, que en un mismo cuadro se junte el Románico con el Gótico, el Modernismo... Todo en uno. Y otras veces pinta ojos, como si así delimitara el sujeto y el objeto de la mirada. De ojos fue su última muestra en el Ámbito Cultural de El Corte Inglés, el pasado mayo. Pero, por ejemplo, si uno va a la histórica Lleras 38 de Burgo Nuevo, puede encontrarse con algunas de sus obras. En definitiva, Ramón Rodríguez hace muchas cosas. Tantas, que de pequeño recuerda la bofetada que se llevó de un maestro de San Claudio, don Lucio, por haber dibujado demasiado. No le gustó. Y eso que esos profesores del tardofranquismo preferían el animalismo mal entendido al minimalismo o lo sensible.
—De niño se dibuja sin límite. Y luego se aprende y se deja de pintar bien. Eso dicen los expertos. Usted empezó y siguió... ¿Recuerda?
—No sabría decirte cuándo empecé porque no recuerdo un momento de mi vida sin hacerlo. A los niños habría que dejarles que pintaran hasta las paredes de sus casas... Aunque hicieran algún destrozo. Y, todo el mundo, los mayores también, tendrían que tener en marcha ese lado creativo, imaginativo. Es bueno para todo.
—Entonces, ¿mezcla lo artístico casi con lo terapéutico en su faceta de creador?
—A mi me ha ayudado. He pintado mucho en épocas bajas, de depresión. Al menos a mi, ponerte a trabajar sobre ello, ver crecer la obra, a veces te salva.
—Habla de crear, de pintar, dibujar como un hecho en sí. ¿Es un pintor compulsivo, de esos que a las primeras de cambio se pone a ello?
—Hay épocas que puedo ponerme a dibujar en la primera servilleta que pille. Pero con mis cuadros no. Hay un trabajo previo de reflexión y de elección. Cuando ordeno en mi casa, la verdad es que me encuentro dibujos que hice de muy pequeño. Puede decirse que desde entonces hasta hoy, lo único que sé es que no he parado.
—¿Cuándo se convierte León en uno de sus temas preferidos?
—Mi hermano Julio también pinta. Y por ahí empezó todo. Por un lado, empecé a pintar plumillas, en perspectivas, captando momentos de León. Desde fotografías de César, de Javier Casares, grandes fotógrafos que encuentran perspectivas espectaculares a las que llego gracias a ellos.
—¿Y qué se pinta de León?
—Dibujando León dibujas siglos de historia, de arte, de estilos... De San Isidoro al Auditorio, en edificios y monumentos, calles, rincones, es de gran riqueza. El conjunto de contrastes históricos que hay en León no lo hay en ningún lado.
—¿Y usted desde qué punto de partida disfruta pintando?
—A mi me gusta el dibujo clásico. Algo de figuraciones, también. Pero lo que me ha gustado siempre es el realismo o el hiperrealismo.
—Antonio López entonces le parecerá una cumbre, ¿no?
—Antonio López, para mi, podría ser algo así como un dios de la pintura.
—Y cuando se le acabe León para pintar, ¿qué va a hacer?
—León da para pintar toda la vida.