Literatura
Un día en la vida de Antonio Pereira
'Oficio de mirar' es un dietario inédito marca de la casa del genial escritor villafranquino. Lo cotidiano convertido en sublime ironía, o el humor inteligente y la picardía para ver la vida
La canción hablaba de un encuentro al azar entre hiperrealismo sensual e imaginación. Ajusten cada característica a cada uno y aparecerán una Úrsula Rodríguez y un Antonio Pereira, embarcados en esa vida mitad literaria mitad pragmática, Madrid y León, el papel y el comercio. Un dietario único, inédito, de Antonio Pereira (Villafranca del Bierzo, 1923-León, 2009) aparece en forma de libro bajo el título de Oficio de mirar , lo que supone una corroboración de lo que el villafranquino hizo toda su vida: mirar y escribir, en muchas casos sobre la fabulación de lo que había visto.
Sin en cualquier caso de personalidad relevante, un dietario es un itinerario revelador de una existencia, en el de Antonio Pereira es el mejor guion de lo que fue su andadura por este mundo. Porque si se explica escribiendo relatos que en una total ficción no dejan de ser el gran retrato de la idiosincrasia de su alrededor, sus anécdotas son tesoros que los que le conocieron, en contextos de más o menos amistad, suelen exponer con orgullo.
En Oficio de mirar Antonio Pereira cuenta con su personal mirada, desde la rutina del dolor pasajero al hecho que merece ser contado. Con su puntería literaria puede retratar de un brochazo fino tanto a un correligionario como a un lejano. Siempre en ese dejar caer las cosas que practicó como costumbre.
Aparece este libro en 2019, año en el que ya ha tenido actos de reconocimiento, momento en el que se celebran diez años desde su muerte. Pero también, como un 9 al que él sacaría punta, cuando se cumplen 20 años desde que recibió el Premio Castilla y León de las Letras, o fecha aún más relevante en su carrera como es la de los treinta años de la publicación del imponente Cuentos para lectores cómplices , esto es, 1989, y publicado por Espasa-Calpe.
Por Oficio de mirar también desfilan nombres propios, como una galería humana según la que se puede entender, en líneas y entre líneas, la vida de Pereira, y que es, por consiguiente, una gran materia prima de la que se nutrió para escribir sus obras.
Y, por supuesto, con una literatura directa en la que cuenta lo que le pasa, deja al trasluz sus conclusiones respecto al hecho creativo, el estilo y la forma, y en relación a todo el proceso de escribir.
Hay, por tanto, en este dietario convertido en libro, el universo de Pereira, como accidentes que ocurren a su alrededor, pero de igual forma la mirada que retiene a su manera las cosas que pasan y que cuando las cuenta se presentan cargadas de riqueza literaria. Y retranca de un hijo de gallego, picardía como arma de humor, ironía para contar verdades y ese tono divertido que le hace poseedor de ese lenguaje único de los grandes.
Como la vida sin Úrsula Rodríguez no hubiera sido la de Antonio Pereira (claro que aparece), y, aún más, se puede vislumbrar que sí, que mucho pasó a libro, a cuento, a poema, artículo o lo que sea, pero que seguro que hubo mucho más, incluso mejor, que se quedó como un cuento para dos lectores en el que ellos eran los mismos.
Porque alguien que asegura que sintió lo mágico, el flechazo de una andaluza a la salida de un cine de León después de ver Casablanca, es que estaba llamado a contar historias excepcionales pero que pasaban en los lugares cotidianos de la vida. O un Antonio Pereira recibiendo un premio berciano diciendo: «Los que tienen más cuento que yo son los que escriben esas etiquetas explicando los vinos», y ya se avecinaba algún relato. O esa Úrsula que cuando ve cómo le adula una fan a Pereira y a este se le nubla la vista, añade: «A mi se me arrodillan así, y yo me agarro al bolso». Esto es, ver el después que hace excepcional lo cotidiano. Y lo difícil: contarlo bien.