Jazz y flamenco
El Galileo leonés sí toca estrellas
Por sus escenarios de Clamores y Galileo Galilei ha pasado lo mejor del jazz y el flamenco y la música popular. El leonés Germán Pérez es un «cantinero», dice, pero ante todo un promotor mayúsculo. Y ha dado cobijo a artistas como Carmen Linares, Menese, Compay Segundo, Lee Jordan, Antonio Vega...
Para hablar de Germán Pérez (Alija del Infantado, 1950) hay que empezar por el final: es el dueño de la Sala Galileo Galilei, santo y seña del jazz, el flamenco y la movida madrileña desde 1986 hasta nuestros días. Pero hubo un momento en el que junto a sus socios regentaba simultáneamente el Clamores, fundado en el 81, otro que tal baila de la noche en la capital. Ahora se dedica al primero, y lo suyo es una cuestión de resistencia y de espíritu pionero, porque aunque dice que le gustaría batirse en retirada (en su caso, gloriosa) resulta que desde la oficina de Galileo Galilei, él y su equipo están detrás de eventos, ciclos y otros proyectos que pueblan las carteleras de espectáculos de toda España y que además ejercen función dinamizadora creando sinergias con otros establecimientos.
Pero la historia del leonés Germán Pérez es la historia de un viaje dentro de muchos viajes, que un día, qué tendrá Madrid, se detuvo para comenzar la aventura de empresario que aún experimenta.
A todo esto, él dice: «Mi historia de cantinero es de mucho trabajo», para referirse con modestia a quien ha sido promotor de conciertos y carreras musicales de algunos de los músicos más importantes de este país y otras figuras internacionales. ¿A quién no conocerá? O ¿a quién le hubiera gustado que pisara sus escenarios? «A Enriquito Morente no lo tuve actuando. Me hubiera gustado», responde a esta segunda pregunta quien es un amante del flamenco, pero, como él dice, «del flamenco puro, el de cante y toque. La fusión está bien, solo para darlo a conocer un poco».
Cuando Germán Pérez vuelve a León lo suele hacer a su pueblo, Alija del Infantado, y ahí hace un paréntesis en su actividad en torno a lo artístico, que suele consistir en pasear por los campos en los que trabajó desde los 13 años a los 20, cuando se fue a la mili. A partir de entonces comenzó a viajar y a sentirse atrapado por una de sus pasiones: el jazz. Pero había algo de espíritu viajero que explotó bien a gusto: «Estuve en Santiago de Compostela y me matriculé en la Escuela de Hostelería. Así me enrolé de cantinero. Trabajé también en el Hostal de los Reyes Católicos», va comenzando a explicar lo que luego se convierte en su forma de vida.
Antes de instalarse en Madrid hay un buen periplo: «Pasé temporadas en Inglaterra, en París. Recalaba en Madrid y vagaba por otros lugares. Y un par de temporadas estuve en Nueva York y Washington», relata.
Con los bulliciosos años 80 es cuando Germán Pérez define su futuro y lo que quiere hacer. Mientras la capital explotaba en modernidad, Movida y pop, él y otros socios detectaron que «había un vacío de jazz que se podía llenar», recuerda, aunque también menciona con honores aquel Whisky Jazz que capitalizaba la actividad en torno al género musical.
Y así surge Clamores, que ahí sigue como referente, al igual que Galileo Galilei.
En ambos casos se da la circunstancia de la capacidad camaleónica y vista para los negocios que Germán Pérez ha demostrado: «Con la crisis de los años 90 nos tuvimos que abrir a otros estilos y temas, pero siempre con la calidad como bandera», asegura, lo que explica que, convertidas ya en factorías de directo, su diversificación convirtió los dos locales en imprescindibles del ocio madrileño.
Y así hay varias muestras que lo corroboran. Por ejemplo, Faemino y Cansado dejan constancia de su inagotable genialidad una vez al mes en el local del leonés desde hace 32 años. Y llenan.
Otros muchos artistas, independientemente de su momento de popularidad, encuentran en sus tablas la oportunidad de no parar y poder ofrecer sus conciertos. «A los artistas hay que darles cariño. Tratarles normal y favorecerles para que puedan realizar su trabajo», cuenta Pérez como forma de abordar un contacto con material tan sensible como es la creatividad.
Y algo así hacía, por ejemplo, con los desaparecidos Enrique Urquijo y Antonio Vega: «Los dos actuaron muchas veces conmigo. De hecho, el homenaje a Enrique se hace en Galileo, salvo el año pasado que se hizo a lo grande en Wizink. Pero este año volveremos a hacerlo», remarca. Y sobre Vega tiene palabras que demuestran ese cariño implícito que citaba: «Antonio estuvo tocando durante cuatro años dos o tres veces al trimestre en Clamores. Y si no, iba por allí, se tomaba su Fanta de naranja y su bol de palomitas y era un chico muy culto, un conversador grato», rememora.
Sabrá Germán Pérez aventuras de los músicos y artistas como para empezar y no parar. Pero se detecta en él la discreción del empresario de largo recorrido.
Sí se acuerda de que en los 80 la actividad cultural era tan incesante que daba igual la hora: «Un martes podía haber un concierto a las once de la noche y se llenaba», pone como ejemplo.
Los tiempos han cambiado, pero Germán Pérez continúa. En León no se prodiga en cuanto a lo artístico. Aunque en Navidad, cuando en Nochebuena se juntan hasta 37 de la misma familia en Alija del Infantado, ahí está él junto a sus otros nueve hermanos y recuerda los años del pueblo y el trabajo en el campo.