Opinión | Escanciano, corazón de color
Silencioso y sereno supo alojarse entre los rincones del arte. Así nos ha dejado Miguel. Aquel buen chico, intrépido y honrado como cantaba en la mítica Banderas de Abril con igual arrojo que al Gardel del Malevaje se ha ido en una noche larga, sin estrellas, probablemente a concluir uno de sus últimos poemas sobre héroes, hojas, flores o peces, quién sabe. Todo ahora se amontona en la memoria o al sur de la mirada para descolgar los recuerdos de aquel tiempo ilusionante, compartido entre las estancias del Palacio Don Gutierre en otra de sus facetas, pero también brillante en la acción cultural. Perderemos el compás de paseos y bares, de tapas galantes y pupilas sonrientes, de sus últimos jardines metafóricos. De bailes con la luna. Ojalá sigas descifrando, tras los ojos de tus héroes, pictogramas no inventados, lienzos arco iris o melodías incompletas. Ahora somos algo más vulnerables, querido Miguel.