‘El legado Waltz’, como inminente próxima aventura literaria

Cuando escribe Aníbal Vega hay mucho de sus lugares propios, que conforman su lenguaje, y que son un título, una película, un fragmento de una sinfonía. Como si esas percepciones sensoriales son también acontecimientos de la vida de uno que no hay que disfrutar como asuntos forasteros. Por eso, en Vega siempre hay el relato que explica el momento del descubrimiento. Y en El legado de Waltz se intuye que así es. Y luego, el en dónde estábamos . «Sí, bueno. Tuvimos la suerte de llegar a tiempo a Elvis, estaba vivo, murió aquel agosto del 77. También vimos al Camarón en directo, a los que nos gusta el flamenco, estaba aún vivo. Quiero decir; me cuesta pensar que el rock and roll pueda tener a alguien ahí arriba, con toda esa vitalidad y esa retahila de canciones del Rey que, sin ser ninguna suya, hacía suyas, el gran Elvis Aaron Presley, de igual modo que pienso que nadie en mucho tiempo logrará el efecto y la conmoción que causó en muchos de nosotros el Camarón de la Isla. Creo que somos inmensamente privilegiados los que asumimos como algo irremediable la pérdida del Rey y del astro flamenco», relata. Y así, por ejemplo, ubica el acontecimiento universal en el momento vital de cada uno.

Porque si hay que ponerse atemporal, también tiene relato Aníbal Vega, y despliega toda una paleta creativa, artística e intelectual para mencionar otros de sus mundos: «Toru Takemitsu, Fiodor Dostoievsky, Gabriel Miró, Manuel Altolaguirre, Andrej Tarkovski, Félix Grande y Francisca Aguirre, que logran llegarme tan profundamente que a punto estoy de llorar», decía, aunque sus emociones ahora son Adormidera.