JORDI SAVALL VIOLINISTA DE GAMBA
«Trabajo para que las músicas del pasado sean conocidas hoy»
Primero fue Farnace, de Vivaldi, la ópera que Jordi Savall rescató del olvido para estrenarla en el Teatro de la Zarzuela el pasado mes de octubre y ahora le toca el turno a Sueños y Folías, una suerte de compendio musical que recrea el primer teatro del Renacimiento, desde Juan del Enzina a Cervantes y que hoy, a las 20.30 horas, subirá al escenario del Auditorio acompañado por La Capella Real de Cataluña y Hesperión XXI, dos de las agrupaciones más sólidas y prestigiosas del mundo en música barroca y renacentista. Como factotum de todo este entramado, el maestro de maestros en este oficio en el que la música se asemeja a la arqueología: Jordi Savall, un entomólogo de la armonía que explora con paciencia benedictina los cimientos sobre los que han edificado su arte los compositores clásicos. Jordi Savall es un músico que cada vez que interpreta logra cerrar la brecha generacional, ya que los autores que recrea rondan los cinco siglos, mientras que su público es de los más jóvenes. «Mi aprendizaje de la música no está ligado únicamente a lo instrumental, sino también al canto, porque de pequeño cantaba en un coro. En nuestro repertorio había algo de polifonía renacentista y también algo de canto gregoriano, lo que significó mis primeros contactos con la música antigua. Cuando entré en el Conservatorio de Barcelona a estudiar violonchelo, no significó ninguna sorpresa encontrarme con piezas más antiguas que las que interpretaba con mi instrumento. Fue buscando esas otras músicas por lo que descubrí y empecé a tocar a Diego Ortiz y Marin Marais». Precisamente, fue con este violista de gamba francés, Marin de Marias, con el que Jordi Savall alcanzaría el pináculo de su fama cuando en 1991 el director Alain Corneau le llamó para encarnar la figura de este músico del siglo XVIII en el filme Todas las mañanas del Mundo. -¿Qué se siente después de haber encarnado a una figura de la talla de Marin de Marais? -Uno no se lo acaba de creer. Fue tal la popularidad conseguida gracias a la película, que cuatro años más tarde, la revista Billboard me dedicó una columna hablando del considerable aumento de la fama de un músico cuyo dominio era la rusticidad. Ya no pude subirme al metro de París sin que me reconocieran. -¿Pensó que algo estaba cambiando y que se había convertido en una estrella gracias al cine? -El cine, al ser un medio tan masivo, le abrió unas posibilidades muy importantes a la música antigua. Pero yo nunca me consideré una estrella. Yo soy un músico que estudia, profundiza e intenta comprender los estilos de composición de las distintas épocas. Mi función es la de servir de enlace entre los maravillosos compositores que han existido durante tantos años y el público de hoy. Mi trabajo consiste en permitir que estas músicas vuelvan a ser conocidas y recobren su actualidad. En otras palabras, se trata de transmitir lo pasado a las generaciones futuras. -¿Cómo llega a la viola de gamba si en aquella época era un instrumento olvidado? -Por aquel entonces yo tenía solamente dos referencias. Una era August Wenziger, que grababa para el sello Archiv y que fue quizá el primero en llevar al disco la música de Diego Ortiz. El otro era Nikolaus Harnoncourt, que hizo las primeras grabaciones para conjunto de violas. Sus discos marcaron de alguna manera mi camino a seguir, me hicieron reflexionar y me di cuenta de que este instrumento era maravilloso ¿Por qué no dedicarme a él si en su repertorio hay tanta música bella?. Al final me convencí de que había que tomar ese camino y comenzar a trabajar el repertorio antiguo. -¿Cuales son las fuentes de las que alimenta su repertorio? -Por lo general hay que ir a monasterios o iglesias. En el caso de que las partituras ya estén editadas, como las Cantigas de Santa María, lo que hacemos es ver los manuscritos originales para poder reflexionar sobre la interpretación que vamos a llevar a cabo. Con las músicas de tradición oral recurrimos a los estudios hechos por musicólogos y etnólogos y, en lo posible, ponernos en contacto con ellos, no sólo con sus textos. -¿Qué ocurrirá cuando esas fuentes se agoten? -No creo que haya que preocuparse demasiado por eso, puesto que siempre aparece una página inspiradísima de algún genio temprano, un Guillaume de Machaut, un Cristóbal de Morales, que nos recuerda la gran riqueza estilística del repertorio que nos ocupa. Ahora bien, supongamos que llegue el día en que se agoten las fuentes. No importa. Una canción hermosa es algo que se puede escuchar millones de veces y nunca nos cansamos de oírla. -¿Todos los instrumentos que usted toca son antiguos? -Todas mis violas son antiguas: el rebab y la viela son del siglo XV, y la lira es del siglo XVI. Son instrumentos restaurados, claro, pero tienen una parte fundamental antigua. La restauración solamente abarca el puente, las cuerdas y las clavijas; en tanto que el cuerpo del instrumento es auténtico. Pero también tenemos instrumentos que son copias, reproducciones de las iconografías de épocas pasadas. Por ejemplo, el tambor más grande que utilizamos en el grupo es otro de esos casos de instrumento antiguo que cuenta con más de un centenar de años de existencia. -¿Cual su concepto de fidelidad a la hora de interpretar una determinada obra? -Este es un concepto que debemos definir con exactitud. Un intérprete tiene que preguntarse a qué quiere ser fiel. ¿Al sentido de la música? ¿Al contexto? ¿A la instrumentación? Pienso que la fidelidad es más una cuestión de actitud mental, de respeto a las fuentes y a un concepto de sonido. La opción de utilizar instrumentos originales nos acerca a ese concepto. Pero sobre todo, al cabo de varios años de estudiar profundamente la música antigua, uno termina comprendiendo en verdad por qué hay que escoger tal tempo, tal estilo, tal articulación. Y la respuesta está en la historia del repertorio y de los instrumentos. -¿Qué temas son los más recurrentes dentro del repertorio que usted ha descubierto? -La conquista de Granada, (de la que hoy podremos escuchar Viva el rey Don Fernando, de Veradi y Una sañosa porfía, de Juan del Enzina, por ejemplo, quedó muy bien documentada en los cancioneros del Siglo de Oro. Tal vez el tema que se encuentra más a menudo es el del amor en todas sus variedades.