Carmelo Fernández destaca la autosuficiencia de las legiones y su complejidad
«No hemos cambiado tanto, somos romanos con transistor»
Los 5.000 soldados de una legión romana tenían que pagarse sus propias armas e indumentaria, además de cumplir 20 años de servicio militar para adquirir la categoría de legionarios, explicó ayer el conservador del Museo de Palencia, Carmelo Fernández, en una charla ofrecida en el Instituto Leonés de Cultura en el ciclo El natalicio de las águilas de Pro Monumenta. «En el alto imperio una legión es autosuficiente» y las fabricae o talleres elaboraban no sólo las sigillata o vajillas de más lujo. Talleres de lucernas, metalúrgicos, de hueso y de madera surtían a las legiones, que tenían que abastecerse de comida para hombres y para animales de carga. Los legionarios «levantaban los campamentos con las armaduras puestas atentos a cualquier ataque». Este grado de organización y su capacidad para «asimilar el modo de guerrear de los pueblos que conquistó» llevan a afirmar a Carmelo Fernández que casi veinte siglos después «no hemos cambiado tanto, somos romanos con transistor». El legionario, como elemento básico del ejército romano, se vestía y portaba armas defensivas. Carmelo Fernández hizo un recorrido por el equipamiento militar del alto imperio, «el más llamativo y conocido», en el que se inspiran películas de romanos como Gladiator. Las armas y vestimenta defensiva eran: el casco, de origen galo, la coraza o lorica (de cotas de malla metálica, escamas o láminas de hierro colocadas en hombros y torso) y el escudo o scutum, que se realizaba con tres capas de madera, evolución «del fantástico invento de los gladiadores» -precisó- porque es un elemento que proporciona «gran protección». El pilum o lanza mitad de hierro y mitad madera es una de las principales armas ofensivas. Cada legionario portaba dos y los lanzaban a sus enemigos antes del combate cuerpo a cuerpo; la espada del alto imperio es de tipo Pompeya, con una hoja de 70 cm de longitud y empuñadura de hueso. Entre los puñales se han hallado «piezas preciosas». Su tamaño es de 35 cm de longitud y es una de las armas heredadas de las armas de los celtíberos. Las vainas para enfundarlos eran decoradas con niquelados de plata y latón. Ser legionario era casi una religión que los hombres aceptaban con todas sus consecuencias y el centro de su fe era el culto al emperador. Los legionarios no podían tener mujeres en el campamento, aunque se casaban con mujeres de la cannaba (poblamiento civil que crecía extramuros del campamento) o mantenían relaciones sexuales con prostitutas. Esta prohibición expiró a finales del siglo II, al empezar a permitirse la entrada de mujeres en los campamentos. La espada y el puñal los portaban sujetos con dos cinturones que se realizaban con motivos animales, vegetales e incluso propagandísticos (efigie del emperador). Sólo podían ser legionarios los ciudadanos romanos (ius lati), a la que accedían indígenas prestando servicios en las fuerzas auxiliares del ejército. Como contrapartida a su aportación a la romanización obtenían un territorio como premio. Fernandez clausuró el ciclo conmemorativo de la creación de la Legio VII, el 10 de junio del 68 d.C.