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CRÍTICA DE MÚSICA/Miguel Ángel Nepomuceno

¿Es cara la música?

Un momento de la actuación de la Orquesta de Cámara Ibérica

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León

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Es una pena que un concierto como el que el pasado lunes ofreció la Orquesta de Cámara Ibérica en el Auditorio, centrado en sendos homenajes a los compositores Evaristo Fernández Blanco, Antonio José y Montsalvatge, fuera seguido por tan sólo medio centenar de personas, debido principalmente al alto precio de las localidades: 12 y 6 euros, o un abono de 75 euros; siete veces el precio de la edición anterior en el Palacio de los Guzmanes. Que los conciertos hay que pagarlos, como cualquier manifestación artística, es lógico, pero no se puede cobrar a 12 euros una localidad para escuchar a intérpretes que no son de la élite y mucho menos después de que el público leonés ha hecho un esfuerzo a lo largo de casi tres meses pagando una media de 19.83 euros por los conciertos que cubrían el primer trimestre de programación del Auditorio. Si como dijo el director el día de la presentación del programa inaugural: «Esto no es Viena ni Salzburgo y debemos ser concientes de que estamos en León», refiriéndose a los artistas que iban a pasar por el Auditorio, entonces seamos de verdad conscientes de que los leoneses están respondiendo muy bien, pero no les sangren más. Si analizan el perfil de los espectadores que el lunes acudieron a escuchar a la magnífica Orquesta Ibérica, la media de edad no bajaba de los cuarenta años, y eso no era lo habitual cuando el Festival se celebraba, cobrando ya, en el Palacio de los Guzmanes. La juventud primaba y el número desbordada a veces las localidades. ¿Es que el Auditorio significa un retroceso cultural? ¿Por qué un Festival de la calidad y la categoría del de Música Española no se le hace más popular? ¿Es que el Auditorio es para ricos y cuando es barato sólo lo local tiene cabida en él? Pasando al concierto de la Orquesta Ibérica, decir que al lado de los altibajos naturales del programa, consustanciales a la calidad de las obras puestas en atril, en conjunto fue más que excelente, destacando la magnífica intervención del violinista canario Víctor Parra, quien hizo una soberbia lectura del Concertino 1 +13 para violín y orquesta de Montsalvatge. El virtuosismo de Víctor Parra quedó patente en cada una de las partes del concierto, con momentos sobrecogedores como el final de moderato, o la cadencia del allegretto risoluto. La Orquesta muy empastada, cuajó una lectura soberbia. El Vals Triste, de Evaristo, fue una propina de lujo y volvió a poner las cosas en su sitio en cuanto a la gran calidad de este singular compositor. Un equilibrado y breve concierto.