Diario de León

CRÍTICA DE MÚSICA/Miguel Ángel Nepomuceno

Explicando a Evaristo

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No cabe duda de que los homenajes sirven para algo. En el caso del compositor astorgano Evaristo Fernández Blanco, para mucho. Su granada obra, en su mayor parte desconocida, olvidada o arrumbada en bibliotecas y colecciones privadas, está saliendo a la luz gracias a la labor de investigación de algunas personas preocupadas porque el legado musical leonés no duerma el sueño de los justos y se desentierre sólo de centenario en centenario. Lo que este año y en pasadas ediciones está haciendo con los músicos leoneses el Festival de Música Española es algo impagable, necesario y de absoluto reconocimiento, porque de no ser por su interés y entrega, la mayoría de nuestros compositores continuarían, como estaban, inéditos o conocidos parcialmente. Ahora con la edición de su música en CDs, la interpretación de ella y la publicación de libros y estudios sobre su vida y obra, el resurgir de la música leonesa es sólo cuestión de tiempo. A ello están contribuyendo intérpretes de la talla de Belén Ordóñez, que ha querido rendir su particular homenaje grabando e interpretando casi totalidad de la obra de Evaristo para piano, algo que hacía falta con urgencia. El concierto que el martes ofreció la pianista leonesa en el Auditorio sirvió para reencontrarnos de una vez por todas con ese Evaristo versátil y juguetón, con ese maestro que sufrió lo indecible para sacar a la luz esas obras que son de una exquisitez maravillosa y que en manos de Belén brillaron con más fulgor. Mientras Ginastera dejó impasible al respetable, por su monotonía dormilona, especialmente en la Cuyana, la obra del astorgano pasó por todos los estadíos de la calidad y de la invención. La hermosa Sonatina en tres movimientos, que mezcla aires morunos con otros más modernistas y que lleva como fecha de composición 1920, cuando el maestro contaba 18 años, resultó un hallazgo gratificante al que Ordóñez dotó de sensibilidad. La Andalucía fue menos afortunada, pero no menos preciosista; pedal, trinos y ataques medidos fueron la tónica que la solista quiso imprimirle, lo que le proporcionó una buena dosis de personalidad. Cerró el concierto una segunda parte más variada, desde meros esbozos, como los tres preludios de 1929 a la excelente Serenata del 18 -seguramente mal datada, por la estructura formal y acabada que encierra-. La Danza leonesa con claros tintes granadinos, no fue lo mejor de esta secuencia, que tuvo en el Movimiento Perpetuo su razón de ser. Un concierto para degustadores de una música y de una intérprete singulares.

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