El Museo de la Música de Urueña recorre la historia de 500 instrumentos
Un viaje por la música del mundo, a través de cerca de medio millar de instrumentos de diversas épocas y procedencias, propone el Museo de la Música que ayer abrió sus puertas en la localidad vallisoletana de Urueña promovido por el compositor Luis Delgado, propietario de la colección expuesta. El museo reúne 461 piezas del fondo de 961 que integran la colección privada de este compositor e intérprete madrileño especializado en música medieval, adquiridas en subastas, almonedas, anticuarios, viajes, recibidas como regalo o reproducidas a partir de originales para su uso en conferencias, conciertos y grabaciones. La selección y exposición no responde a ningún criterio científico, sino al gusto personal del propio Luis Delgado, quien ha recopilado estos instrumentos durante más de treinta años de trayectoria artística en los que ha editado catorce discos como solista y una veintena como miembro de distintos grupos. La singularidad, belleza, procedencia y exotismo caracterizan este muestrario que su propietario comenzó a reunir cuando en 1977 compró en Budapest (Hungría) una cítara (Kisfejes Citern), y donde están representados los cinco continentes e incluso réplicas medievales como un laud, un salterio, un rabel y un campanil. Del sudeste asiático hay piezas de Java, Japón, Tailandia, Malasia e Indonesia; Del subcontinente indio figuran de Afganistán, India, Bengala y Sri Lanka; de Oriente Medio se exhiben de Iraq, Siria, Egipto, Uzbekistán, Líbano y Turquía, mientras que Africa también está representada con objetos de Argelia, Marruecos y Sáhara. La América Hispana cumple presencia a través de instrumentos procedentes de Méjico, Perú y Brasil, en tanto que de Europa figura una amplia gama de países como España, Bulgaria, Francia, Bosnia o Grecia, entre otros. Llamarán la atención del visitante, por su curiosidad, un collar africano que suena al agitar sus cuentas formadas por capullos secos de mariposas con larvas muertas en su interior, o la denominada «Charrasca del Diablo», elaborada en Méjico con una quijada de burro de la que se extrae sonidos al friccionar.