Diario de León

CRÍTICA DE MÚSICA Miguel Ángel Nepomuceno

Como quien espera el alba

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León

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Tras el éxito apoteósico de un Franco Battiato que a poco deja sordos a los más de mil espectadores que acudimos al Auditorio para oír y sobre todo ver a este incendiario de la nostalgia, en un alarde de poderío decibélico más propio de una plaza de toros que de un recinto como el Auditorio, construido esencialmente por y para la música y con una acústica que no hace falta añadirle nada, solo música y sensibilidad; el sábado volvimos a reencontrarnos con esa otra música más humana, que brota natural de una garganta y de un piano y no necesita demostraciones acústicas de ninguna otra índole para llegar al espectador que no padezca sordera crónica. La soprano Yolanda Montoussé y el pianista Francisco Damián Hernández fueron como un soplo de aire fresco y un remanso espiritual para unos oídos ahítos de zapateados, palmas y guitarras eléctricas. Aquí no hizo falta que nadie del público gritara hasta desgañitarse pidiendo en todos los idiomas conocidos que aquello sonara más bajo. No hizo falta sencillamente porque Eduardo Toldrá, con el que comenzó el magnífico recital de Yolanda Montoussé y Damián Hernández, es puro lirismo elevado a la más alta expresión canora. Cada una de las seis canciones que compusieron el primer apartado del recital fueron un derroche de elegancia, intencionalidad y poderío vocal al que se añadió la excelencia de un acompañamiento pianístico de primer orden. La soprano asturiana, profesora de canto del Conservatorio de León, no es la primera vez que muestra su hermosa voz de lírico-spinto en estos pagos, dejando siempre un exquisito sabor a esencias líricas del mejor odre. Con dominio del medio, con facilidad en el registro agudo y, sobre todo, con un centro poderoso y mórbido, Yolanda fue haciendo de cada canción una suerte de poema descriptivo dentro de la mejor línea del lied español, fraseando con pulcritud y aquilatando con perfecta adecuación la voz al gesto, lo que permitió un lucimiento mayor a cada engarce de este collar de canciones toldrasianas. García Abril templó la voz para abordar eso Ayes de María Rodrigo, pletóricos de sentimiento y desgarro a los que el piano de Damián otorgó sensualidad y fuerza. Con el instrumento canoro en plenitud de facultades la soprano abordó los difíciles Poemas Líricos de Evaristo Fernández Blanco, una obra escrita en 1923 con textos del escritor y poeta astorgano Alfredo Nistal y dedicados a su cuñada Madame Crisso Verapoulus. Compuesta al poco de su regreso de Alemania, es una obra de corte atonal, en donde la organización sonora se basa en la variación desarrollada, evitando cualquier repetición. Toda la suerte de estados anímicos por los que en esos momentos pasaba el alma de Evaristo como miedo, desesperación y un cierto pesimismo que se hallan presentes en estos pentagramas, los tradujo la soprano con acabado estilismo, tal vez en algunos momentos, demasiado desgarrado. Las Dos canciones amorosas, Lágrimas y La Rosa Escarlata, de 1942, sobre textos del poeta, escritor y periodista Enrique Nieto de Molina, fue compuestas en el Barrio Gótico de Barcelona, cuando Evaristo comienza su etapa de intérprete en teatros y cafés. La temática que gira en torno a los amores y desamores típicos del «género chico» el cuplé o la comedia. Es utilizada por Evaristo con un lenguaje sencillo y estilizado y como apunta el musicólogo Roberto Prieto «con giros melódicos de origen popular, frases simétricas intercalando secciones instrumentales y repeticiones en forma de canción». La forma como Yolanda Montoussé las dejó flotar en la sala, fue sobrecogedora por su matizado fraseo y dulce expresividad, siempre arropada por el excelente acompañamiento de Damián que demostró que además de ser un gran pianista es también un excelente repertorista. Un concierto para degustadores de la lírica en estado puro que, como es habitual, pasó sin pena ni gloria por el Auditorio.

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