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AMANCIO PRADA CANTAUTOR

«A San Juan de la Cruz no he tratado de comprenderlo, sólo de sentirlo»

Dentro de los actos de León Gaudí 2002, la presencia, hoy a las 21.00 horas en el claustro de San Isidoro, de Amancio Prada, otorga al ciclo «Música y Mística» una especial dimensión. Acompañado al chelo por Hilary Field

Amancio Prada en su reciente actuación en el Auditorio

Publicado por
Miguel Ángel Nepomuceno - LEÓN.
León

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Canciones del alma, que es como se llama su nuevo disco del que hoy vamos a tener la primicia de escuchar en vivo, está dedicado íntegramente a textos de San Juan de la Cruz, a los que se han incorporado cuatro nuevos poemas musicados, La noche, La fuente, La llama y Vivo sin vivir en mí, además de un precioso villancico también de San Juan de la Cruz. -El cántico espiritual es la obra que más alegrías me ha dado; y en León ya la he cantado en dos ocasiones, una por los años ochenta, en el claustro de la Catedral, y otra, en San Miguel de Escalada, hace siete, donde se grabó para TVE. He ofrecido innumerables conciertos con el Cántico, la mayoría de ellos en claustros, en pequeñas iglesias y en catedrales, lugares todos privilegiados por su belleza monumental, el marco más adecuado al carácter y a la hermosura del poema. Hoy lo haremos en este hermoso claustro de San Isidoro que tantos recuerdos me evoca. -¿Cuándo y dónde se gestó el «Cántico»? -Mi primer contacto con San Juan fue en una de esas habitaciones «de criada» de los pisos altos de París, que llamábamos el séptimo cielo. Me lo presentó un compañero de estudios al que no dejaba dormir por la noche con mis canciones. Me regaló sus obras completas y me dijo: «A ver si te atreves con este». Ni corto ni perezoso puse manos a la guitarra y musicalicé una selección del Cántico en 1971, al poco tiempo de llegar a París. De su lectura en silencio surgió la tentación musical. Y caí en ella. Me propuse cantar el Cántico. En abril de 1972 presentaba una primera versión, para voz, guitarra y violonchelo, en el Teatro de la Gaîté-Montparnasse, en un programa producido y retransmitido por Radio France, denominado Libre Parcours Recital. Se trataba de una selección del poema y duraba aproximadamente 15 minutos. Viviendo en Segovia, ya en 1975, retomé la composición con intención de cantar el poema completo y ampliar la instrumentación a un trío de guitarra, violín y violonchelo. En 1977, estrenaba la nueva versión en la iglesia románica de San Juan de los Caballeros, rodeado de amigos, un sábado de gloria y con un frío secular. Una fecha inolvidable porque ese mismo día legalizaban el PCE. -A partir de ahí, el éxito fue imparable... -En efecto. El primero de junio de ese mismo año grabé el disco, con Jesús Corvino al violín y Eduardo Gattinoni al violoncelo y durante los años siguientes llevé el Cántico a muchos y muy diversos escenarios, incluido el Teatro Real, en el primer Festival de Otoño de Madrid (1984). En aquella ocasión interpreté la versión que sobre mi obra original escribiera el compositor Ángel Barja, con acompañamiento de piano, guitarra, violín y violoncelo. Y hasta finales de 1990 no volví a interpretar esta obra en público. Con motivo de la celebración del cuarto centenario de la muerte de San Juan de la Cruz, en 1991, comenzaron a solicitarme el Cántico desde diferentes centros y lugares. Decidí entonces revisar la partitura de aquella primera grabación, ensayarla nuevamente e incorporarla al recital Trovadores, místicos y románticos. -¿Qué le pide al oyente, que haya leído al poeta o que haya escuchado al cantautor? -Lo primero es lo mejor. El que luego conozcan o no a Amancio Prada es aleatorio. La sintonía se produce, a veces, con personas de mundos culturales diversos y sin ninguna conexión entre ellos. -¿Se considera un hombre místico y triste como algunas de sus canciones? -Ni lo uno ni lo otro. La poesía no es triste ni alegre. Y personalmente puedo presumir de un cierto sentido del humor. Las fiestas me aburren sobre todo cuanto más multitudinarias son. Con las canciones pasa otro tanto, hay canciones tristes que me reconfortan y otras pretendidamente alegres que me aburren. -Para interpretar como usted lo hace a San Juan hay que tener una gran dosis de catolicismo dentro... -No la tengo, aunque tengo una formación cristiana, ya que me eduqué en un colegio de salesianos durante cuatro años. Pero a San Juan de la Cruz no he tratado de comprenderlo, sólo de sentirlo. Eso mismo es lo que deseo que sientan los que me van a escuchar. -Otros dos poetas ya desaparecidos, pero más actuales, como García Lorca o Hernández, han sido pasados por el tamiz de su creación ¿le inspiran por su común final o por la fuerza de sus poemas? -Desde luego, por esto último. El fin fue una cosa que ninguno de los dos comprendió. Les pilló, a uno por sorpresa y, al otro, por descuido. Sin embargo, Lorca a mí siempre me ha llamado poderosamente la atención, por la imaginería desbordante y riqueza metafórica de sus versos. Pero nunca antes, tal vez por eso, había profundizado en él con ánimo de compositor. Lo que sucedió con ellos fue que yo andaba detrás de una nueva fórmula unitaria, que fuera principio y fin de un universo poético propio. Pues eso únicamente lo encontré en los Sonetos del amor oscuro, que me parecen la más clásica y moderna de sus obras. El día de la noche del estreno se me acercó Isabel, la hermana del poeta y me dijo: «Hasta esta noche tenía temor de Dios por el resultado». Yo también, le contesté.