Diario de León

El miércoles se cumplen 200 años del nacimiento del genial escritor

Alejandro Dumas, con la pluma y el sable

Retrato de Alejandro Dumas padre

Retrato de Alejandro Dumas padre

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Tomás García Yebra - MADRID.
León

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Ahora que está tan en boga el uso de «negros» en el mundillo literario, bueno sería recordar que el invento viene de atrás. Una de las mayores glorias de las letras francesas, Alejandro Dumas (1802-1870), utilizó a una legión de «ayudantes» para escribir todo lo que, teóricamente, escribió. Publicó cerca de 1.200 títulos, lo cual es tan poco creíble como que una persona sea capaz de engullir cien pasteles cada cuarto de hora. Pío Baroja -por poner un ejemplo-, que vivió más años que él y no hizo otra cosa que escribir, dio a la imprenta poco más de un centenar de títulos. «Negros» al margen ( o gracias a ellos), el gran mérito de Dumas -cumple 200 años el miércoles- es haber dejado un ramillete de obras imperecederas. En varias de ellas le ayudó unos de sus mejores «negros/colaboradores»: Auguste Macquet, un mercenario de las letras que le ambientaba magníficamente las historias. A Alejandro Dumas padre (autor de Los tres mosqueteros y El conde de Montecristo) no hay que confundir con Alejandro Dumas hijo (autor de La dama de las camelias). El padre fue un auténtico genio; el hijo, en cambio, un buen artesano. Dumas padre fue un personaje orondo y excesivo: participó en la liberación de Sicilia, al lado de Garibaldi, viajó por decenas de países (entre ellos, España), bebía como un cosaco, comía a dos carrillos, se le conocen varias amantes y escribía tres o cuatro libros a la vez. Cuando cumplió los 68 años, reventó. Comenzó su carrera con unos dramas históricos que no obtuvieron ningún éxito. Después, animado por el éxito de las novelas «por entregas» de los periódicos de la época, empezó a cultivar este género. Sucesivamente fueron apareciendo El capitán Paul (1938), Las aventuras de John Davis y Georges (1943), sin apenas seguidores. La explosión Pero llegó 1844. Y fue la explosión. En ese año salen a la luz Los tres mosqueteros y El conde de Montecristo. Fue tal el éxito y el aluvión de críticas elogiosas que, a partir de entonces, le pesó la fama y no volvió a escribir una obra con el mismo ingenio y soltura. Los tres mosqueteros le granjeó miles y miles de lectores (fuera y dentro de Francia). Ganó una fortuna. Pero, con la misma rapidez que lo ganó, la dilapidó (murió en bancarrota) A partir de 1944, Dumas y su factoría trabajan a destajo. De esta época son títulos como Veinte años después (segunda parte de Los tres mosqueteros), La reina Margot, La dama de Monserau o El vizconde de Bragelonne (tercera parte de Los tres mosqueteros). Entre medias escribió (o le escribieron) libros infantiles, tratados de gastronomía, libros de viajes, obras de teatro, enciclopedias de historia natural, etcétera. En 1869, la Iglesia incluyó sus obras en su lista de libros prohibidos. Con esta sabia decisión, la Iglesia conseguiría popularizarlas aún más. Su estilo se caracteriza por un ritmo que no admite la pausa, una tensión que va in crescendo, un dominio perfecto de los diálogos y una fantasía que no conoce límites. Sus obras se leen con el mismo placer que cuando su autor las alumbró, y algunas versiones cinematográficas (como Los tres mosqueteros, de George Sidney, rodada en 1948) entran en la categoría de «fundamentales» dentro de la historia del cine.

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