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El filósofo y escritor Julián Marías de 88 años recibe en Santander el decimosexto Premio Internacional Menéndez Pelayo

Reconocimiento a la sabiduría

Publicado por
Elena Regoyos - SANTANDER.
León

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Entra despacio en la sala, anciano y frágil, pero empieza a hablar y su montaña de conocimientos le hace grande; de pronto, es vigoroso. Julián Marías ha vivido casi todo el siglo XX creando saber, y este miércoles, a sus 88 años, recibió de manos de la ministra de Cultura, Pilar del Castillo, en Santander el decimosexto Premio Internacional Menéndez Pelayo, que se suma a una lista de reconocimientos nunca demasiado larga. Lo recibió «con sorpresa y agradecimiento», porque dice que nunca espera los premios, aunque se alegra «de que haya otras personas que se alegren por ello». Parece que no acaba de entender del todo por qué se lo dan a él. «Yo no sé demasiadas cosas -dice-, lo que pasa es que tengo una memoria larga, muchos años, y a empecé a vivir muy pronto». Su vida y obra están empapadas de filosofía, una rama del saber en decadencia desde hace tiempo. Pero Marías es optimista. «En España hay más interés por la filosofía que en otros países, se venden muchos libros de pensamiento, los míos, por ejemplo», argumenta. También cuenta que a su curso semanal de filosofía acuden cada miércoles 500 ó 600 oyentes, y él considera que se debe a la «herencia de Unamuno y Ortega», que han hecho que los españoles quieran saber más sobre esta disciplina. Voto por los jóvenes Mientras otros pensadores -y algunos no tan pensadores- se niegan a creer en los jóvenes, Julián Marías deposita muchas esperanzas de futuro en una generación que está demostrando interés por la filosofía. Comenta orgulloso que en sus años de vejez es cuando está empezando a tener discípulos jóvenes, «españoles y no españoles», y añade que en sus cursos entes sólo había gente madura, mientras que ahora «hay muchos jóvenes, y muy jóvenes». También se refiere en este sentido a los nuevos pensadores, ya que opina que «hay gente de primera en España, no tienen mucha fama, les falta resonancia, pero su existencia es muy esperanzadora porque tienen un nivel que difícilmente se encuentra en otros países». No da nombres porque dice que «si menciono a cuatro me dejaría en el tintero a muchos otros». Piensa que «la fama en España llega tarde», y pone como ejemplo a la Generación del 98, cuyo reconocimiento ha ido cobrando importancia con los años. «Ahora es gloriosa, pero cuando empezaron no fueron estimados», dice, y confiesa que Azorín cada día le parece «más extraordinario y más necesario, aunque cada vez se le lee menos». El pensador opina que lo fundamental de la filosofía es hacerse preguntas, y que «las respuestas son menos importantes», ya que, según él, en el momento en que la humanidad deje de plantearse las grandes cuestiones no habrá nada que hacer. Un país filósofo El enaltecimiento de España que hace Julián Marías va más allá cuando nos compara con otros países. «Cuando murió Ortega fue una conmoción en Alemania -explica-, las librerías estaban llenas de sus libros, con retratos y crespones negros, y leí más de cien artículos al respecto, pero cuando murió Heidegger no ocurrió lo mismo, y hoy hay un desinterés bastante general, precisamente en un país de tradición muy pensadora». Pero todo esto va a cambiar, porque, según Marías, «la filosofía hay que necesitarla», y piensa que en este momento se está volviendo a sentir la necesidad de ella. «Ahora hay problemas muy graves, y las respuestas que dan otras disciplinas no bastan», así que considera que la gente acudirá al pensamiento, se interesará de nuevo por esta rama del saber, «por lo menos en Europa», exclama totalmente seguro de lo que está diciendo. El galardonado ensalzó la figura de Menéndez Pelayo, cuyo nombre lleva el premio que recibió en la universidad santanderina. La fecundidad de su obra y su éxito precoz -escribió dos grandes libros a los 20 años- acabaron por perjudicarle, según Julián Marías. También se mostró partidario de sacar menos ediciones de sus obras completas, y centrarse más en las «obras incompletas», de las que se manifiesta un firme defensor porque prefiere «ediciones reducidas de lo que está más vivo».