CRÍTICA DE MÚSICA/M. A. Nepomuceno
Siempre quedará Brahms
La Joven Orquesta Nacional de España se despidió de León el pasado miércoles con un concierto de dimensiones poco habituales, sobrepasando las dos horas su duración y poniendo en atril tres obras de estéticas bien definidas y contrastadas. Tras el amago de infarto que sufrió la víspera del concierto el director principal, el norteamericano Gunter Schuller, que afortunadamente quedó sólo en un susto, tomó el relevo el joven catalán de 28 años Xavier Puig Ortiz, una realidad ya contrastada dentro del campo de la dirección. Las Double Variations del catalán Agustí Charles, con la que se inició el denso programa mostraron el alto nivel técnico de esta joven orquesta que posee un sonido propio y unos recursos expresivos nada convencionales. Puig supo dar cabida al caleidoscopio tímbrico que presenta esta obra, en la que la percusión el viento y la cuerda tienen un especial protagonismo. El resultado fue una lectura cuidada, milimétrica en las entradas aunque demasiado enfática en la cuerda y la percusión, provocando sonidos chillones en los violines y dinámicas exageradas en la percusión, lo que hizo que a veces quedara sepultado el resto de las secciones bajo su poderío sonoro. La segunda obra de Gunter Schuller tiene una personalidad muy definida, aunque el discurso sonoro fuera como un antecesor de la obra anterior. Dinámicas poderosas, juegos tímbricos resueltos con efectismo y pasajes cromáticos de gran brillantez configuraron este concierto nº3 para orquesta: Farbenspiel. Xavier Puig lo desmenuzó con seguridad y precisión, resaltando los planos sonoros con equilibrio y permitiendo la variedad en las dinámicas. Para la segunda parte del programa quedó la siempre esperada y colosal cuarta de Brahms, una obra que desde su estreno gozó del aplauso del público y que hoy día continúa llevándose el beneplácito de los aficionados por lo que de fogosa, ruda y atormentada rezuma. Xavier Puig la imprimió un tempo lento, sin llegar a lo ampuloso y en general, salvo algunas pifias de la madera, la resolvió con elegancia y adecuación estilística. Le faltó un poco más de sentimiento y comunicatividad, así como ajustar algunos matices en los planos dinámicos. El primer tiempo, Allegro non tropo, lo resolvió Puig con rotundidad permitiendo que el motivo contrastante tuviera su lucimiento en el clarinete, el fagot y el oboe. Las reminiscencias de Dvorak son constantes en este primer movimiento especialmente en el color de la orquesta con los violines introduciendo una bella melodía que deja paso a la llamada que se repite varias veces a lo largo de este allegro. La influencia sobre Dvorak fue claramente decisiva y en el andante se muestra de nuevo con toda su fuerza en las trompas, muy bien tocadas por los jóvenes miembros de la JONDE, que merecieron los aplausos finales de reconocimiento. La madera se mostró dúctil y la cuerda cantó las respuestas con armonías alteradas para desembocar en una coda contundente con los timbales redoblando sobre el tema inicial. Más cerca del scherzo que del rondó el tercer movimiento Allegro Giocoso, esta lleno de lirismo que en el segundo tema se muestra en toda su fuerza apoyado en esas trompas magnificas que la JONDE posee. Lo popular se manifestó más ostensiblemente aquí al introducir un flautín, un contrafagot y un triángulo, que le dio cierto toque de balada. El Allegro maestoso e apasionato que trajo aires bachianos de la Cantata 150, a partir de la cual se yuxtaponen sin descanso las variaciones. La fuerza y la perfecta conjunción instrumental fueron decisivos para manifestar que la JONDE , es una de las mejores orquestas del país. La Rapsodia en Blue de Gerswin fue modélica en todos los sentidos y con ella se puso el mejor colofón a una velada de excepción.