Diario de León

OPINIÓN José Antonio Martínez Reñones

El último ensayo de Ángel Carril

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Tenía 48 años y otros tantos por delante de proyectos. Los dioses se llevan a los elegidos, jóvenes; se dice en estos casos. ¡De alguna manera hay que explicar lo inasumible! Ángel entró en el Clínico aquejado de una peritonitis y ayer hemos sacado sus cenizas. ¡La vida tiene la costumbre de hacernos estos juegos mágicos: lo mismo brota en los asientos de un auto que desaparece bajando unas escaleras! Cuando yo tenía una adolescencia de quince años, picajosa e insolente, tuve el privilegio de vivir con esta familia de artistas y estudiosos. Después he ido conociendo a algunos estudiosos y a demasiados artistas. Con Ángel, aquellas palabras, que entonces se manoseaban ya bastante, pueblo, cultura, educación, tradición; comenzaron a hacerse en mí de carne y hueso y alma. Hasta entonces eran música ambiente, mítines, cantos de pescadores de sirenas. Yo iba embarrado de mis pueblos de León y, sin embargo, no sabía que el sudor campesino de mis padres era cultura, que las reprimendas de mis abuelas eran en lengua asturleonesa, que saber lo que era un genifro era un conocimiento inalcanzable para los que se pasaban los recreos farfullando Barça, Bmw o Lacoste. Ángel, que no era del pueblo, nos fue diciendo quiénes éramos. En un destartalado Peugeot ranchera, los fines de semana, iba aquel adolescente hecho una fiesta, a poner los micrófonos a las señoras en El Cabaco, a los mozos de Monleón, a las chicas de Macotera, al lúbrico coro, de Ciudad Rodrigo o a la Loa albercana. ¡Qué melancolía me da ahora aquel gitaneo dichoso! Las viejinas le abroncaban después de apechugarlo porque hiciera, lo menos, siete u ocho meses que no paraba a verlas. A algunos alcaldones, que no eran capaces de quitase el franquismo de la cara, estas licencias de las ancianas con un jovenzuelo delicado les repateaban los hígados. Cuando propuso la creación del Centro de Cultura Tradicional, el terrateniententío se puso a hacer aspavientos ¡Cómo era posible que un licendiadete, comediante, cantante y cantautor, filojudío -por aquellos setenta ya estaba tras el acervo sefardí, del que ha sido uno de los máximos especialistas- y con inclinaciones rojosociales fuera a tocarles sus íntimas esencias! Gracias a las ganas de nuevos aires que la ciudadanía de la Transición tuvo, se implantó ese Centro que hasta anteayer ha estado dirigida por su mano inteligente y espléndida. Miles de salmantinos se han reencontrado con su ser al pie de la Torre del Clavero y todos saben que allí tienen los pueblos de la Charrería su Arca de la Alianza. Ayer la tarde derramaba su oro sobre las filigranas de San Esteban mientras el templo se repletaba con los amigos; centenares de corazones quedamos retorcidos como columnas platerescas. Ángel ha muerto. Era lo previsible. Desde que sepamos, nadie ha quedado aquí para simiente. Pronto se convertirá en calle, plaza o autoridad. Pero aún con su presencia golpeándonos los ojos -esa negrura de los toros de la dehesa-, tenemos que aplacar el desgarro sabiendo que ha vivido. Digo vivido, y no pasado, porque en diferenciar estos participios reside el Ángel del futuro. Ha vivido. Que no es poco.

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