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Padilla y El Cordobés salieron a hombros en una tarde triunfalista, con un Urdiales voluntarioso

Toreros con ánimo

Ánimo festivo y reconocimiento a todo lo que realizaron los toreros en el coso maragato fue la tónica del festejo celebrado ayer en la Plaza de Toro

Publicado por
María Jesús Muñiz - ASTORGA.
León

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Juan José Padilla fue el claro triunfador de la tarde de toros que Astorga vivió en sus fiestas. Lo fue por número de trofeos, pero también por entrega y voluntad de agradar. Algo que no faltó en los otros dos espadas, aunque con resultados dispares. Padilla hizo gala del toreo animoso que le caracteriza y no defraudó ni en los pares de banderillas ni en los alardes con los que alegró las embestidas que les faltaron a sus enemigos. El jerezano recibió a su primero con dos faroles de rodillas y un saludo capotero arrebatado, en el que el toro ya perdió las manos. Fue aplaudido en banderillas, tercio en el que alternó recortes con sus clásicos pares de la moviola y el violín, y comenzó la faena de muleta rodilla en tierra. Fue un trasteo marcado por el encimismo, frente a un toro que embestía con la cara arriba y derrotaba al final del muletazo. Lo probó por el izquierdo, por el que se quedaba más corto y era más incierto; y volvió al mejor pitón del astado con alegría, prodigando molinetes y variados pases. Los desplantes tremendistas de rodillas, tirando los trastos y agarrando los pitones del toro, precedieron a una estodaca casi entera, tendida y delanterilla. El quinto empujó en varas y le dieron lo suyo; volvió al caballo arrancándose cuando se le preparaba para el quite. En banderillas de nuevo vistoso Padilla, con la moviola, saliendo del estribo y al quiebro, dejando los pares con más espectacularidad que reunión. Brindó el que hacía quinto de la tarde al torero de Astorga Pepe Burgos, representante de una dinastía dedicada al toreo cómico; y se fue al astado animoso, aunque para entonces el toro estaba muy parado y se quedaba corto. Lo pasó por los dos pitones en un trasteo laborioso y falto de emoción, y a falta de otros argumentos se metió entre los pitones y prodigó los alardes. Rodilla en tierra, molinetes, pases mirando al tendido, caricias y cachetes en la cara del toro,... Un amplio surtido del toreo accesorio con un animal que se dejó en el caballo y en banderillas todo lo que tenía. El Cordobés anduvo la mayor parte de la tarde serio y reposado, prodigando más la ortodoxia que la heterodoxia que le ha proporcionado grandes triunfos ante públicos festivos como el de ayer en Astorga. A su primero, un animal deseperantemente blando, le aplicó habilidad y conocimientos para mantenerlo en pie, el mayor mérito de la faena. Flojo ya en los lances de recibo, protestado con fuerza al medir la arena al salir del caballo, Manuel Díez muleteó con suavidad y sin obligar el renqueante equilibrio que a duras penas mantenía el toro, que por lo demás siguió el engaño repetidor y noble. El diestro madrileño le dio pases hasta aburrirse, pausado y con temple, sin estridencias de ningún tipo. El cuarto debió echar el resto al levantar al caballo en varas, y quedó con una embestida sosota y remisa que además remataba con un derrote. Con estas condiciones, fue deslucido por arriba, enganchando, y perdía las manos si se le bajaba la muleta. A mayores, sus parones y miradas propiciaron un trasteo desconfiado. Brusquedad en la embestida acentuada por la cercanía de la muleta de El Cordobés. El salto de la rana fue una de las pocas concesiones del diestro. Muy premiada con aplausos. Diego Urdiales recibió a su primero con lances cadenciosos, y en la muleta fue acoplándose sacando pases limpios por la derecha, rematados por arriba. Por el izquierdo hubo menos acoplamiento y no siempre la deseable ligazón. Resultó un trasteo de intermitente intensidad, rematado con tantos alardes como achuchones. El diestro riojano, de origen leonés, hizo todo con mucha calma y algunas dudas. En el que cerró festejo realizó un larguísimo trasteo, muy voluntarioso, aunque la suerte no estaba de su parte. El animal salió tocado de los lances de recibo tras un violento choque con la barrera, una merma que derivó en un molesto calamocheo y en la tendencia a refugiarse en tablas. Porfió el torero, entre alardes, achuchones y desarmes, ante un público paciente. El calamocheo obstaculizó también la suerte suprema. Plaza y media recorrió Urdiales hasta rematar al animal.

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