OPINIÓN Fernando Jáuregui
El periodismo, de luto
La muerte de un periodista conocido siempre es un motivo de meditación para el resto del gremio; que se haya muerto Luis Carandell, no por esperado menos doloroso, es, al menos para quien suscribe, fuente de mucha reflexión. A quienes estuvimos en el Portugal de la revolución de los claveles, hoy ya marchitos, la desaparición de Carandell nos certifica el pase a mejor vida de toda una concepción de la vida, de la política y de la información. A quienes nos estrenábamos en las lides informativas leyendo lo prohibido o lo mal tolerado, como la revista Triunfo, que se nos haya muerto Luis nos confirma que ya ha pasado más de un cuarto de siglo desde aquello, y que toda nostalgia del contra Franco vivíamos mejor es por completo inútil: estamos en una nueva era, con nuevas formas, con una manera de pensar y de sentir diferente. La mayor parte de nuestros compañeros desarrolló siempre su ejercicio profesional en libertad y democracia y el único problema común que nos queda se llama ETA. Nada más y nada menos. De Carandell podría contar su dominio de los idiomas -dicen que hablaba hasta japonés-, su cultura infinita, su sentido del humor bondadoso y su inflexibilidad en el compromiso que él siempre asumió. Lo que los demás veíamos trágico, él lo contemplaba bajo el prisma de la ironía: de ahí el Celtiberia Show. Jamás lo escuché hablar mal de alguien, pero tampoco lo vi contemporizando con poder alguno. Si hubo un tipo independiente, hasta de sus propias empresas, ese era él. La última vez que lo encontré ya no tenía pelo, su voz ronca era un murmullo. Ni su cara recordaba a la del Carandell de siempre, los dedos amarillos, las uñas poco cuidadas -incluso en su estética no era de este mundo-. Lo admirábamos, pero cualquiera se lo decía: te hubiese contemplado como sin entender, porque lo suyo era el combate y no la contemplación. Te vamos a echar de menos, Carandell, por ti y por toda una época heroica del periodismo español.