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León

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«Esta es la música de la Naranja mecánica». Fue uno de los comentarios que, entre canapés -servidos en el vestíbulo del Auditorio-, hacía un espectador al asociar la Novena de Beethoven con la banda sonora de la película de Kubrick, interpretada ayer por la Sinfónica de Castilla y León y el Coro Nacional. La jet local sacó sus mejores galas para asistir a un concierto que, en definitiva, era la excusa para asistir a uno de los «acontecimientos del año». El pueblo llano se quedó a las puertas, desde las seis de la tarde hasta casi las once de la noche, haciendo guardia para ver, durante un instante, al Príncipe, que, según muchos y, sobre todo, muchas, «es más guapo que en las fotos». Lo más sorprendente es que si bien a la mayoría de nuestros políticos parece faltarles el olfato, no así el oído, pues tanto el PP, como el PSOE y la UPL estaban prácticamente al completo. Las inevitables esposas vestidas de lamé ocuparon butacas preferentes, mientras en las últimas filas de la platea se sentaron las personalidades de la cultura, como la hija del compositor Rogelio Villar, Antonio Viñayo, Odón Alonso, Teodomiro Álvarez, Zaldo, María José Flecha, Antonio Pereira... Pese a todo, quedaron butacas vacías. En una discreta fila doce Cristóbal Halffter, que no soltó la mano de su mujer, Marita, durante los quince minutos que sonó su Tiento de primer tono y batalla imperial, recibió un sincero aplauso del espléndido director burgalés Víctor Pablo Pérez -que sostiene que toda la música la aprendió en su larga estancia en los dominicos de La Virgen del Camino-. Las advertencias de la voz en off para que el respetable apagara los móviles no cundieron efecto, pues en un pianísimo sonó el de una mujer que intentó disimular el estridente tono de su teléfono escondiendo el bolso -es aconsejable, en estos casos, elegir una sintonía clásica, a ser posible el Himno a la alegría, de Miguel Ríos-. El Príncipe hojeó en varias ocasiones el programa de mano, aunque difícilmente pudo servirle de orientación, porque en las páginas no había otra cosa que el currículum de los intérpretes y faltas de ortografía en los textos alemanes. Su alteza real estuvo acompañado en el palco por el presidente Herrera y por el alcalde, así como por el consejero de Cultura, Tomás Villanueva y el ex ministro Juan José Lucas. Isabel Carrasco -cuya presencia había sido anunciada por su gabinete de prensa por la mañana vía fax- fue colocada a dos palcos de distancia. No faltó quien sucumbió al sopor y los entusiastas que aplaudían a cada pausa de la orquesta, interrumpiendo, una y otra vez, el concierto. Los responsables del Auditorio deberían imitar a los platós de televisión y contratar a alguien con un cartel que advierta al público cuando debe y no aplaudir. Hubo algunas comentadas ausencias -sería imperdonable que por falta de invitación- como la de la ex consejera de Cultura Josefa Fernández Arufe, auténtica impulsora del Auditorio. El concierto comenzó con el himno nacional. A Dios gracias no se hallaba presente el cura de Banecidas, que hace días dejó a sus feligreses compuestos y sin misa al oírlo. Sobre el escenario, tres sencillos adornos florales. La Orquesta de Castilla y León, que tanto ha costado traer a esta ciudad, no parece estar en su mejor momento. En ocasiones, los músicos -especialmente los violines- caían en un adormecimiento, mientras Víctor Pablo Pérez intentaba en vano insuflarles toda su energía, dirigiendo unas veces con batuta y otras sin ella. Las entradas a destiempo del coro y una Novena que sólo es conocida a «trozos» por el gran público, hundió a algunos espectadores en un apacible sueño, cuando no fue aprovechado por alguna señora para hacerse la manicura. El momento más esperado por muchos llegó al finalizar el concierto, con el ágape que sirvió El Corte Inglés. Hubo codazos para estrechar la mano del Príncipe, que en todo momento contó con el alcalde para las oportunas presentaciones. El concejal Cecilio Vallejo, fruto de los nervios, hizo a su alteza una genuflexión. La cálida noche acompañó a los cientos de leoneses que, tras las vallas de seguridad, entreveían la «fiesta» a través de las cristaleras del Auditorio. Dijo el presidente Herrera, al pisar la alfombra azul colocada para la ocasión, que a partir de ahora León va a convertirse en una ciudad de las artes. Es de esperar que este inusitado afán musical que ha contagiado a la clase política tenga continuidad a lo largo de los 68 conciertos programados para esta temporada. Y que, igualmente, el público dé alma a un edificio que, sin él, sería una caja de música, pero sin melodía.

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