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León

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El malhumorado Capitán Haddock, aquel marino beodo de jersey azul y buen corazón que vociferaba «¡Mil millones de mil demonios!» en las viñetas de Hergé, celebra ochenta años desde que se encontró con Tintín, el intrépido periodista del que se convirtió en inseparable compañero de viajes desde enero de 1941. «Necesitaba un capitán de barco borracho. Hice muchos bocetos para intentar encontrar a ese personaje y siempre empezaba poniéndole como borracho, como alguien que bebía realmente mucho», decía en 1964 sobre su personaje el autor belga Georges Remi (1907-1983), universalmente conocido como Hergé.

Aficionado, mucho, a la bebida, de origen aristocrático y afincado en el castillo de Moulinsart, el barbudo marinero Archibal Haddock se estrenó en una historieta de Tintín cuando la tira se publicaba en blanco y negro en el diario belga Le Soir , controlado entonces por la propaganda nazi. El 2 de enero de aquel 1941, en medio de la Segunda Guerra Mundial, apareció el primer dibujo del capitán; el 9 de enero, el marino coincidió por primera vez con Tintín en una viñeta y, el 29 de mayo, Hergé escribió por primera vez su nombre: Haddock.

Eran fragmentos de lo que en 1941 se convertirían en las páginas de un álbum titulado El cangrejo de las pinzas de oro , reeditado en color en 1944, donde Haddock es un bebedor sin remedio que, a lo largo de los años y gracias a la influencia de Tintín, va moderando sus costumbres. «Se da el gusto de tomarse una copa de whisky o dos, incluso tres, pero no cae en los excesos de antes», afirmaba Hergé sobre un personaje inspirado en parte en su amigo el dibujante Edgar P. Jacobs, autor de Blake y Mortimer, y que recuerda vagamente al escritor y navegante Ernest Hemingway.

EL GRAN SECUNDARIO

«Al principio, no es nada agradable. Es un borracho, un esclavo de su vicio: un verdadero desastre», admitía Hergé sobre una especie de patricio de la alta burguesía europea del siglo XIX con las formas de un pirata del siglo XVI. Antes que Haddock, había desfilado por la serie de cómic Milú, el perro blanco que acompaña al periodista de la gabardina beige desde las primeras viñetas, publicadas en 1929 en un suplemento del extinto diario «Le Vingtième Siècle» y reunidas en 1930 en el álbum Las aventuras de Tintín en el país de los soviets . También se adelantaron al áspero marinero los torpes policías Hernández y Fernández (1934) o la soprano Bianca Castafiore (1939), mientras que el último de los grandes acólitos de Tintín, este sí, posterior al capitán, sería el profesor Silverstre Tornasol, que llegaría en 1944, con El tesoro de Rackham el Rojo . Pese a que ni fue el primero ni tiene un carácter fácil, o precisamente por ello, Haddock es el gran contrapeso del protagonista y el personaje más humano y entrañable de la serie: un ingenuo cascarrabias de buen corazón que resulta más cercano que Tintín, con una personalidad menos estridente, pero más plana. «Tintín es una criatura ideal mientras que Haddock es de carne y hueso. Tiene defectos, humor y sus famosas palabrotas. Es un personaje que acompaña a su amigo Tintín a todas partes, le defiende y le ayuda. Es el personaje más realista», explica Dominique Maricq, autor de media docena de títulos sobre Tintin y Hergé. Basta recordar cómo en «Tintín en el Tíbet» Haddock acompaña sin dudarlo a su amigo en un periplo que está convencido les acarreará una muerte segura o cómo en «Las joyas de las Castafiore» el capitán ofrece a una familia gitana que malvive junto a un vertedero que se instale en su finca y después defiende su inocencia cuando les atribuyen un robo por prejuicios racistas.

EL ARTE DE INSULTAR

El rasgo más característico de Haddock son sus improperios, palabras elegidas por su sonoridad que al colocarlas en boca del marinero adquieren tal agresividad que funcionan como insultos, aunque rara vez lo sean por su significado: ectoplasma, flebotoma, lepidóptero, zapoteco, oricterópodo, tecnócrata... Ese talento para desprestigiar, que la editorial Casterman ha reunido en un volumen titulado Las palabrotas del Capitán Haddock , proviene de una disputa que Hergé presenció en una pescadería, donde el tendero, que discutía con una clienta, le espetó: «Dígame, especie de pacto a cuatro». Hergé dedujo que el ingenioso pescadero había tomado la frase del Pacto de las cuatro potencias, un acuerdo internacional alcanzado en 1933 entre el Reino Unido, Francia, Italia y Alemania.