J. M. Antolín expone parte de su obra en la sala Lucio Muñoz
Artista en Nueva York
Uno se asusta un poco al enfrentarse a los cuadros de la exposición La Coronación Eterna, del vallisoletano José María Antolín, con la que la sala Lucio Muñoz inaugura su temporada. Los enormes lienzos llenos de personajes, repletos de historias, revientan las frías paredes blancas del espacio expositivo en un estallido de color, en un quejido existencial, en un torbellino de formas. J. M. Antolín nació en Valladolid en 1968. Estudió Historia del Arte en la universidad pucelana. El artista nos presenta en su obras pictóricas un neoimpresionismo de rasgo violento y vivo y ha escrito muchos versos, algunos recogidos en libros como Ojo Vivo o Cuenco. Las obras que ofrece en esta muestra resumen un largo periodo de trabajo. «Hay alguna -nos dice- del 91 y la última le he pintado en Nueva York este mismo año». En todas ellas destaca la poderosa fuerza en el dibujo, el tremendo trabajo netamente pictórico, y un peculiar microcosmos, en el que su propia figura se repite en múltiples autorretratos, al lado de representaciones de sus amigos, como un reflejo de sí mismo y al lado de personajes inventados que intentan vivir sus propias tragedias en el escenario que el pintor les ha impuesto. En su obra destaca el criterio de unidad, la unidad de estilo, la personalidad. «Creo que mi primera obra importante, con la que conseguí el Premio Nacional de Caja España, Un hospital africano, ya tenía mi marca. Pero como puede verse en esta exposición en mi pintura hay muchas vías de investigación. He intentando saber cuáles son los fundamentos abstractos de la figuración. Es decir, como si la figuración deviniera de lo abstracto. J. M. Antolín es una buena representación de ese personaje tópico al que se ha dado en llamar «artista del renacimiento». Pinta, hace escultura, escribe versos, incluso ha practicado pequeñas incursiones en el cine. Aunque hay dos facetas que son claramente sus preferidas. «La pintura y la poesía, para mí son exactamente igual, están en el mismo nivel. No soy un pintor que escribe versos, ni un poeta que pinta. Soy poeta y soy pintor por igual». El artista tiene la virtud de contarnos siempre una historia a través de sus cuadros. «La llegada a ese momento semántico es fundamental, pero no como una narrativa sino como algo que al final exudara desde una legítima figuración. Es como cuando escuchamos la música de Beethoven, por ejemplo los últimos cuartetos, en ellos el grado de abstracción es máximo, pero de una forma casi intuitiva el oyente percibe que no es una música exclusivamente sonora, sino que contiene un mensaje, que hay en sí misma un juicio. Por eso el tipo de semántica al que quiero aludir es como la última destilación de los componentes formales. No estoy seguro de que eso sea posible, quizá debe plantearse como una utopía, como la frontera del propio arte plástico». J. M. Antolín vive en Nueva York, una ciudad llena de profundos traumas tras el 11-S. «Para mí esa fecha tiene muchos mensajes. Todo ha funcionado como una pira funeraria, tiene algo de purificación. Hay gente que solamente a través de grandísimos dramas es capaz de pensar en algunas cosas. Yo creo que ese traumatismo acabará siendo un gran beneficio para el ambiente creativo».